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Angusola y los cuchillos

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El sargento se sentía cómodo en la silla de lona. Tendió<br />

la mano libre al administrador. Marina se inclinaba<br />

sobre su hombre, con una gran tristeza en <strong>los</strong> ojos.<br />

—Siente un dolor muy agudo —dijo ella—. Hoy iré a<br />

ver otra vez al médico.<br />

El administrador dijo de golpe a Pogolotti:<br />

—Quiero que me detengan inmediatamente al nuevo<br />

“mayor”.<br />

Se sentaba frente al sargento. Este lo miró sorprendido,<br />

pero sin moverse. Marina le sostenía dulcemente la<br />

barbilla con una mano. Ahora abrió <strong>los</strong> ojos asombrada,<br />

retiró la mano de pronto, pero reaccionó dominándose,<br />

y nadie se fijó en ella.<br />

—Antes de que él sepa que yo he llegado —añadió el<br />

administrador—. Es un individuo de cuidado, y puede<br />

espantar la mula en cuanto se huela que han encontrado<br />

el rastro de su verdadera personalidad. Tiene cuentas<br />

pendientes con la justicia. Que vayan inmediatamente<br />

a detenerlo.<br />

Marina desapareció en el interior de la casa. Interesados<br />

por el caso del “mayor”, ni Pogolotti ni el administrador<br />

prestaron atención a la muchacha. Los guardias se<br />

dirigieron al batey, por caminos diferentes. Pogolotti y<br />

el administrador permanecieron en el portal, viendo<br />

apagarse la tarde. Marina se presentó en casa de la alemana.<br />

Alma parecía no haberse movido de sitio desde la noche<br />

anterior. La puerta abierta, sus ojos fijos y perdidos<br />

por encima del cañaveral, inmóvil y absorta, con el pelo<br />

suelto, en blancas hebras revueltas, más que nunca<br />

parecía la estampa de una loca.<br />

—Te he mentido —dijo Marina arrodillándose junto a<br />

ella—. Te dije aquello por probarte. El propio Pogolotti<br />

me mandó. Yo sé que tú eres incapaz de hacerle daño a<br />

él ni a nadie. Así se lo dije. De modo que ya no tiene<br />

nada contra ti, y no te hará ningún daño. Es más bueno,<br />

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