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Angusola y los cuchillos

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—¡Óyeme bien! Tú eres varón. No es lo mismo. Los varones<br />

son fuertes, porque tienen que serlo. El<strong>los</strong> pueden<br />

ver lo bueno y lo malo, y darle el pecho. Pero las<br />

hembras no tienen más que a nosotros, <strong>los</strong> hombres.<br />

Así que mira: tú callas. Candita no debe saber nada, ni<br />

ahora ni nunca. Su padre es marino. Manda cartas. Le<br />

manda dinero. Su padre es bueno...<br />

Calló y me miró muy intensamente la cara:<br />

—A ti te lo digo también, muchachito: tu tío no es<br />

malo. No es asesino. Está preso, y lo estará por mucho<br />

tiempo. Pero no es malo. Es simplemente, desdichado.<br />

Pero había otra cosa: <strong>los</strong> vecinos. El<strong>los</strong> sabían, y cuando<br />

Candita viniera, en las vacaciones, se lo dirían. Así<br />

que mis viejos y Elvira buscaron otras casas de madera,<br />

más arriba, más lejos, y Elvira plantó también allí<br />

sus rosas rojas. Era su oficio. Pero aquel traspatio era<br />

más grande y la tierra más fértil, y plantó además, bocas-de-león,<br />

y dondiegos, y moyas, y extrañarrosas...<br />

Flores humildes. No flores finas: ni orquídeas, ni dalias,<br />

ni lirios, ni pensamientos, ni perlas-de-Cuba. Pero<br />

venían <strong>los</strong> cesteros, y Elvira pudo empezar a pagar a<br />

Martín lo que le debía.<br />

Antón desde luego, estaba enterado. Elvira iba a verlo<br />

todas las semanas y le llevaba pequeños rega<strong>los</strong>. Algo<br />

de comer. Las visitas sostenían al hombre. Sabía que<br />

Candita estaba bien, y que no sabía que su padre estaba<br />

en presidio. Elvira le llevaba retratos; y él la iba viendo<br />

crecer, por <strong>los</strong> retratos. El carrero lloraba. Venía a la<br />

reja con el rostro duro, seco, y <strong>los</strong> ojos de plomo. Luego<br />

lloraba mirando a <strong>los</strong> retratos de Candita que Elvira le<br />

mostraba. Nunca se quedaba con el<strong>los</strong>.<br />

—Ni en imagen quiero yo verla en este sitio —decía mi<br />

tío.<br />

Y cuando cesaba la visita se iba aliviado.<br />

El tiempo fue largo, pero, como dicen, había habido<br />

atenuantes. Y después vino no sé qué rebaja de pena<br />

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