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del suelo. Demetrio acompañó el golpe con un resoplido,<br />
pero no movió <strong>los</strong> pies de donde <strong>los</strong> tenía, y antes de que<br />
tío Pablo pudiera caerse hacia la izquierda, el golpe de la<br />
derecha vino a enderezarlo. Este golpe sonó también seco<br />
y sin eco. Tío Pablo quedó un instante en el aire.<br />
Los puños de Demetrio volvieron a abrirse. Juntó un<br />
poco las piernas, echó una última mirada al hombrecillo<br />
desmoronado en el surco. Entonces viró y procedió a<br />
reandar tranquilamente su camino.<br />
Tío Pablo quedó desmoronado en el surco. Yo brinqué<br />
hacia él y empecé a levantar su cabeza. Él empezó a<br />
removerse en la tierra. Trató de levantarse, apoyándose<br />
en <strong>los</strong> codos y volvió a caerse, sangrando, con la cara<br />
contra la tierra. Luego se agarró a un rosal con la mano<br />
desnuda, se apoyó con otra sobre mi espalda y logró<br />
enderezarse. Su cara seguía sangrando a través de la<br />
tierra, y sus ojos se volvieron hacia el monte. No dijo<br />
palabra. Hizo otro esfuerzo por afianzarse sobre sus piernas,<br />
pero no trató de quitarse la tierra ni la sangre de la<br />
cara. Cuando se sintió seguro, empezó a dar <strong>los</strong> primeros<br />
pasos, como un niño. Los pasos se fueron haciendo<br />
más firmes y regulares. Su cuerpo se fue enderezando.<br />
Echó la cabeza hacia atrás y marchó por el camino hasta<br />
perderse, pasado el conuco de Demetrio en el monte<br />
lejano. Nadie lo ha vuelto a ver más nunca. Se ha perdido<br />
para siempre.<br />
Esa es la historia. Desde entonces pasaron muchas<br />
otras cosas, y Demetrio tumbó la cerca que había levantado<br />
tío Pablo, y Monet siguió alborotando. Pero la<br />
historia, ahí termina. Y desde entonces yo he querido<br />
ser siempre como Demetrio. ¡Nunca como tío Pablo!<br />
Bohemia. La Habana, año 39, número 30; 27 de julio, 1947, pp. 4-<br />
7; 106 y 113.<br />
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