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El día de la victoria<br />
Tan pronto empezó la guerra mi viejo volvió al mar en<br />
su vieja carraca. No regresó más nunca. Entonces mi<br />
vieja se acostó a morir en el cuarto que teníamos alquilado<br />
en el Cerro y me mandó a vivir con tía Aurelia al<br />
Reparto. Mi vieja murió cuando yo tenía cinco años sin<br />
saber nada de la guerra, y sin importarle, salvo porque<br />
por ella mi viejo había vuelto al mar, donde era peligroso,<br />
y donde un día u otro tenían que hundirlo <strong>los</strong> yanquis.<br />
Pero <strong>los</strong> yanquis todavía no habían ido a la guerra.<br />
Eso fue en el catorce.<br />
Tía Aurelia había comprado un pedazo de tierra en el<br />
Reparto y empezó a sembrar y cultivar flores. Sabía algo<br />
de eso. Se mandó a hacer también un bajareque, sobre<br />
pilotes, y tenía una vaca de leche amarrada a un mamoncillo.<br />
Sólo entonces empezaba el Reparto a tener<br />
cercas. Había media docena de casas por allí, desperdigadas,<br />
y alguien había abierto una bodeguita abajo en<br />
la calzada. Los cesteros que compraban y vendían las<br />
flores subían a pie o en la guagua de cabal<strong>los</strong> desde el<br />
paradero. Las flores de tía Aurelia eran tan pobres y<br />
pequeñas y sonrojadas como ella. Rosas y claveles eran<br />
lo único que cultivaba. No sabía de cierto hasta dónde<br />
llegaba la tierra que había comprado, de modo que empezó<br />
por cavar unos surcos en el centro y plantar allí las<br />
primeras rosas. Por un lado se habría el monte; por el<br />
otro estaba el conuco de un hombre que llamaban<br />
Demetrio; lo demás era el caserío y la calzada. Tía Aurelia<br />
vivía sola, y, a veces, lloraba sola. Tenía 35 años y era<br />
sola, pero se había fatigado sirviendo de criada y quería<br />
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