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Vida y muerte de Pablo triste<br />
Infancia<br />
Vedlo ya por allí, por aquel caminillo que sale del zarzal<br />
y serpea hacia el bohío huraño que se acuesta al poniente.<br />
El bohío del abuelo, que legó a la hija, que heredará<br />
Pablito, quizás, junto con las tierras aledañas que<br />
producen cansancio. Avanza algunos pasos rece<strong>los</strong>amente.<br />
Vacila. Indudablemente, el sitio está cerca, y<br />
comienza a sentir frío. Aquella cosa larga y viscosa que<br />
viera en otras ocasiones, cuando bajaba con mamá al<br />
arroyito, no podía ser el ramal del potro del tío, ni tampoco<br />
el cinturón charolado de mamá. Tenía de las dos<br />
cosas en la forma y en el color; pero además se parecía<br />
a la Musa en la punta. Tenía ojos que no se movían,<br />
como <strong>los</strong> de la gata, salvo que eran negros y alzaba la<br />
cabeza sacando la lengua colorada. Así... como tía Petra,<br />
burlándose. Era muy mala tía Petra. Mamá se había<br />
quedado allá abajo hablando con el isleño del corte de<br />
carbón, y lo había mandado solo. ¿Por qué siempre se<br />
detenía a hablar con el isleño? ¿Por qué lo mandaba a<br />
ir solo? Si ella supiera... Pero no: es que ella no sabía lo<br />
que él, Pablito, había visto. Él no se lo había dicho.<br />
Verdad que cuando se recordaba se le trababa la lengua<br />
y ya no podía hacer otra cosa que romper a llorar.<br />
Y, sin embargo, ¿por qué le daba miedo aquella cosa<br />
que nunca le había hecho daño alguno? Asomaba al<br />
caminillo, lo miraba de aquel modo y se escondía en el<br />
monte. Entonces Pablito echaba a correr hasta la casa.<br />
Ahora se le ocurre otro temor: la cosa le envidiaría la<br />
bata colorada que mamá le había hecho y puesto aquel<br />
día por primera vez. ¿Qué ocurriría entonces? Y volvió a<br />
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