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impelía, era bastante. Eran <strong>los</strong> horrores. Los horrores<br />
parecían haberse hecho perros, y estos azuzados por<br />
las sombras, iban sobre sus patas. Y sin embargo, no<br />
iba corriendo. La tierra parecía blanda, movediza, viscosa,<br />
y se adhería a sus pies. Por eso no corría. Pero la<br />
hélice seguía apurando, y revolviendo, en su alma. Y<br />
detrás, venían <strong>los</strong> perros.<br />
Siguió avanzando. Pasó, sin reconocerla, junto a la<br />
casa escuela; el camino se adelgazaba y serpeaba entre<br />
matojos, pero había luz bastante (la noche era de luna)<br />
para verlo. Continuó, pues, por ese camino, buscando<br />
una salida. El camino desembocó en un raso, al borde<br />
de las cañas bravas, y empezó a descender. Sólo entonces<br />
reconoció el lugar. Miró a <strong>los</strong> lados. A uno, se alzaba<br />
el ribazo y algo mas allá (recordó) la canal de la calera.<br />
Al otro era un parche de cañas, que descendía, en declive,<br />
hasta el río. Pero el camino seguía por el medio y se<br />
precipitaba, casi verticalmente, a la orilla. El río estaba<br />
a la vista y allí mismo, en la orilla, había un botecito.<br />
Vaciló un segundo. Un bote podía ser señal de que<br />
había gente en derredor; y él venía huyendo de la gente,<br />
de cualquier gente. Escuchó. Nada; ni un grillo: sólo la<br />
cinta plana, dorada de luna, extendiéndose a lo lejos.<br />
Dio unos pasos más y llegó hasta la orilla. Allí aguardó<br />
un instante, jadeando. Multitud de ideas se agolparon a<br />
su mente, pero todas convergían en una dirección: escapar.<br />
La hélice seguía girando y <strong>los</strong> terrores (que ahora<br />
vendrían de lo alto) se descolgaban sobre él. De un salto<br />
se plantó en el bote; y el impulso mismo soltó la cuerda<br />
que lo sujetaba. Ágilmente se sentó en el banco, empuñó<br />
<strong>los</strong> remos, y empezó a impulsar el bote río abajo.<br />
Una suerte de júbilo aterrado corrió por su cuerpo. El<br />
bote se deslizaba levemente. La noche le amparaba y<br />
estaba callada. Y él no tenía más que una obsesión:<br />
huir. Y el río mismo parecía estar allí para facilitarle la<br />
fuga. Y la acción misma de remar era ya una fuga.<br />
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