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de rencor entre el<strong>los</strong>. A Romu le mortificaba que Floro<br />
siguiera sus huellas; le parecía que emporcaba y rebajaba<br />
su nombre. Floro quisiera desquitarse. Esto de traer<br />
a la vieja era uno de <strong>los</strong> medios. Floro se hacía el buen<br />
hijo; había llevado a la vieja a su casa, aun cuando<br />
Romu tenía más espacio en la suya. Los dos vivían cerca,<br />
en el mismo barrio, porque estaba pegado al barrio<br />
rico y la letra del teléfono era la misma. Capricho de<br />
Ligia. Quería aquella letra en su teléfono. Las casas estaban<br />
en aquella franja límite, entre el barrio rico y el<br />
barrio pobre hacia el río. Era como un símbolo. Los dos<br />
iban trepando; iban para arriba.<br />
Desde su nuevo cuarto Anselma veía una casa grande<br />
y chata y vieja al otro lado del callejón. Tenía dos<br />
patios y era como una cárcel pequeña. Uno de <strong>los</strong> cuartos<br />
tenía una puerta, en el muro, que daba al pasillo<br />
posterior de la casa de Floro. Anselma empezó a estudiar<br />
el barrio; quería conocer a <strong>los</strong> vecinos y, además,<br />
tenía tiempo. A su hora, la comida estaría en la mesa.<br />
Lelia la llamaría después que <strong>los</strong> otros comieran (la mesa<br />
era pequeña) o le llevaría la comida a su cuarto. Lelia<br />
era aún más dulce que sus hijos.<br />
A ratos iba a casa de Romualdo. Felicia estaba casi<br />
siempre en casa. No tenía hijos. Felicia parecía siempre<br />
algo triste; hablaba menos que Lelia y siempre parecía<br />
estar ocultando algo, como un pecado. Anselma se preguntó<br />
por qué no la invitarían a quedarse aquí, cuando<br />
tenían un cuarto de sobra. Romu se limitaba a darle<br />
dinero para gastos. Si llegaba a la hora de comer la<br />
invitaban. Ligia venía a menudo a ver a su tío. A veces<br />
comían todos en una de las casas. A Anselma le pareció<br />
que había algo entre sus hijos. Era como si sólo se hablaran<br />
ante la gente. Un día se lo preguntó a Floro, y él<br />
esquivó la pregunta. Otro se lo preguntó a Romu y este<br />
contestó molesto:<br />
—Vieja, usted no se tiene que meter. ¡Viva y cállese!<br />
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