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Angusola y los cuchillos

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Los veinticinco<br />

Han pasado como una brisa del trópico: insensibles en<br />

apariencia pero en el fondo, en el pulmón de la vida,<br />

¡cuánto cambio! El bohío ya no existe, ni tampoco la<br />

mamá, que tía Petra aguardó en vano aquella noche.<br />

Esta, sí, existe, vive todavía, en un solar de Luyanó.<br />

Ahora es Pablo al que vemos. No usa bata roja, sino<br />

pantalón de dril y chamarreta a cuadros, de toostenemos.<br />

Ladea el canotier de ½ paja sobre la oreja y cuida con<br />

esmero del mechón rizoso que culebrea por la frente.<br />

Su mayor preocupación cuando tiene que cargar las<br />

canastas. Trabaja en el pescado, en la Plaza, lo que le<br />

repele fuertemente. El dueño del puesto lo advierte y<br />

sólo por consideración no lo despide. En cambio, Pablo<br />

se ve forzado a atrincherarse en un fuerte de insensibilidad<br />

artificial contra la procaz adjetivación de sus colaboradores.<br />

Este orden de cosas, sin embargo, se<br />

prolonga en el tiempo y está a punto de petrificarse la<br />

trinchera, de hacerse cemento en torno a su alma. Pablo,<br />

inconscientemente, siente que aquella vida va criando<br />

raíces en su carne, se siente por días más abrumado<br />

por la atmósfera, y el piso terreno del edificio, un grado<br />

más hondo. Aquello se hunde —dice. De allí no es<br />

posible salir a tomar el sol, ni a nada. El mundo lo ignora<br />

a uno, hasta el punto de que al través de nuestro<br />

cuerpo pasa la luz. Nadie nos ve ni nos oye. Y si hablamos,<br />

la gente cree que aquella voz emana de algún radio<br />

en tercer piso y se pone a cantar a lo alto. Hay muchos<br />

etcéteras. Pablo es el único de <strong>los</strong> de allí acorralados<br />

que percibe el hedor del sagrado sustento, es él solo<br />

que forcejea por hurtarse a aquel ambiente y, por tanto,<br />

el más propenso a permanecer en él. Pero en medio de<br />

todo, allá en el hondón del espíritu, todavía arde una<br />

lucecita. Una luz como aquella a cuyo resplandor lo<br />

adormía tía Petra. ¿No sería la misma? Evidentemente.<br />

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