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Angusola y los cuchillos

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menor rastro. Ella seguía braceando, contorsionándose<br />

y emitiendo gritos que parecían de horror cada vez que<br />

se señalaba hacia aquel lugar.<br />

Román y Serena quisieron saber más. Se abrazaron,<br />

como en el amor, y luego indicaron hacia el lugar de <strong>los</strong><br />

visitantes y hacia ella. La Selenita se estremeció toda, retrocedió<br />

con horror y dijo SÍ con la cabeza. Luego cuando<br />

Román quiso acercarse a ella, extendiendo <strong>los</strong> brazos,<br />

ella retrocedió rechazándolo con las manos desplegadas.<br />

Sus movimientos parecían ahora más lánguidos. De<br />

nuevo rechazó todo alimento. Huasca bajó al pueblo<br />

más próximo, volvió con unas bayas silvestres. La Selenita<br />

las cogió con la mano, varias veces hizo ademán de<br />

llevárselas a la boca, pero las rechazó finalmente. Por<br />

señas, Román logró que le entendiera, de algún modo,<br />

la pregunta ¿Qué comía con <strong>los</strong> visitantes? Ella señaló<br />

varias partes de su cuerpo, cogió una arista de roca y<br />

se pinchó con ella. Así pues, pensó Román, <strong>los</strong> visitantes<br />

la alimentaban por la vena (aunque no parecía tener<br />

venas como las nuestras, pues todo su cuerpo parecía<br />

un dúctil, flexible y resistente panal de células diminutas).<br />

¿Y el<strong>los</strong>? También por la vena, y por cápsulas (pues<br />

la Selenita cogió un diminuto trozo de piedra y se lo<br />

llevó a la boca, y lo escupió). En la demostración se<br />

sacó un poco de sangre de la parte interior de un muslo,<br />

pero no era sangre roja como la nuestra, sino de un<br />

color morado intenso, y más espesa.<br />

Román y Serena decidieron entonces descender con<br />

ella al pueblo más cercano. Recogieron sus cosas y le<br />

hicieron señas. Ella miró hacia abajo, y luego con la<br />

cabeza dijo NO. Miró a un pico lejos de donde habían<br />

estado <strong>los</strong> visitantes, y dijo SÍ. Se palpó toda con las<br />

manos, se retorció. Mirando hacia abajo, se estremeció.<br />

Román entendió que le atemorizaba la densidad de la<br />

atmósfera. NO, le contestó él. No podía vivir con ella (ni<br />

siquiera con ella, la Selenita) en un pico de <strong>los</strong> Andes.<br />

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