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Angusola y los cuchillos

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Pero el<strong>los</strong> sabían que no habría cura, que habría que<br />

vivir siempre con el mal. Y sabía también que por dentro,<br />

oscuramente, Laurita empezaba a saberlo.<br />

Pero no fue, como mamá temía, un despertar repentino.<br />

No fue un ver, de pronto, que algo le impedía ser<br />

como <strong>los</strong> demás niños. Y no vino un día al viejo, como<br />

quien pide un juguete, a pedirle: “Mi papá, yo quiero<br />

ser como Lurditas...” –Pero fue lo mismo.<br />

O acaso peor. Porque sus ojos, con el pensamiento,<br />

estaban allí diciéndolo a todas horas, y mis viejos lo<br />

estaban pensando, sin poder remediarlo.<br />

Pero desde aquel día dejaron de gritarlo. Sus propias<br />

bocas quedaron un poco entreabiertas, sus ojos espantados<br />

y fijos, como <strong>los</strong> de Laurita.<br />

Trimestre. La Habana, volumen 3, número 1, enero-marzo, 1949,<br />

pp. 51-54.<br />

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