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Angusola y los cuchillos

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Lo dijo a gritos. Lelia exclamó “¡Ligia!” pero Floro —que<br />

estaba allí, en la sala, oyendo— no dijo palabra. Bajó la<br />

vista, se doblegó sobre el plato, siguió masticando.<br />

—¡Vieja sarnosa! —repitió Ligia—. ¡Mal rayo la parta!<br />

Esa noche vino Charlitos. Ligia trancó la puerta por<br />

la parte de la sala, y Anselma tuvo que salir por el pasillo.<br />

Durante dos horas estuvo dando vueltas a la cuadra.<br />

Se llegó un momento a la casa de Romualdo, pero<br />

también allí la recibieron hostilmente, y salió de nuevo<br />

a la calle. Otra vez anduvo rebotando. Una vez fue a dar<br />

a la casa vieja y chata que tenía dos patios bajos con<br />

cuartos viejos y aislados. La encargada le dijo que tenía<br />

un cuarto vacío; que se lo dijera a Floro (pues Floro se<br />

lo había preguntado). Era el que tenía una puerta en el<br />

muro (una puerta vieja y fija) que daba al pasillo que<br />

daba al breve traspatio de la casa de Floro; donde estaba<br />

el lavadero. La otra salida era al patio. Anselma se<br />

preguntó para qué quería Floro un cuarto en esta casa.<br />

No se atrevía aún a pensar que fuera para ella, pero era<br />

difícil no pensarlo. De regreso, se cayó dos veces, continuó<br />

a tropezones. También debió de hincarse en <strong>los</strong><br />

alambres de una cerca, y la humedad que sentía en la<br />

cara podía ser sangre.<br />

De regreso, encontró cerrada la puerta de fuera de<br />

Floro. Llamó pero no contestó nadie. Anselma se sentó<br />

en el hueco de entrada del pasillo, y sólo de madrugada<br />

vino a quedarse dormida. No tenía sueño. Cada vez dormía<br />

menos (menos aún que otros viejos). Despertó con el<br />

día y por <strong>los</strong> ojos entrecerrados vio cómo algunos vecinos<br />

madrugadores la observaban de pasada. Así, <strong>los</strong> vecinos<br />

verían como la trataban sus hijos. La verían así,<br />

magullada, con sangre, tirada a dormir fuera. Para eso<br />

la habían traído del campo el<strong>los</strong>, sus hijos. Ella se había<br />

encargado de contar antes con qué trabajos <strong>los</strong> había<br />

criado. Todos <strong>los</strong> vecinos lo sabían. Ahora sabrían que le<br />

pagaban de este modo. Y Ligia, la nieta ingrata, la muchacha<br />

maldita, sería el primer blanco de las lenguas.<br />

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