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tanto, que lo que veían <strong>los</strong> ojos embotaba lo que el alma<br />
sentía. Tía Aurelia se arrojó, llorando, a abrazar a tío<br />
Pablo. Tío Pablo era el forastero.<br />
El barrio no se enteró hasta el otro día. Aquella noche<br />
tía Aurelia cerró las puertas y se quedó en la salita conversando<br />
con tío Pablo. Este no hablaba mucho; todo lo<br />
que tenía que decir lo reducía al desenlace y luego se<br />
quedaba callado mirando en vacío. Tía Aurelia sacó en<br />
limpio que su hermano había trabajado mucho, aprendido<br />
mucho y ganado poco. Llegaba a La Habana arrancado;<br />
ni siquiera traía maleta, pero cuando, por la<br />
mañana, echó una ojeada al jardín dijo que la tierra era<br />
buena y que podía dar lindas flores. Había, además,<br />
matas y árboles donde cultivar parasitarias y enredaderas.<br />
A la hora del almuerzo pidió a tía Aurelia que le<br />
enseñara la escritura y le preguntó si tenía algún ahorro.<br />
—Tengo ahí unos pesos —dijo tía Aurelia. —Y la escritura<br />
está limpia. Yo estaba casi pensando en venderlo<br />
todo, y colocarme nuevamente de criada, pero si tú<br />
dices que se le puede sacar algo…<br />
Tío Pablo le pidió <strong>los</strong> ahorros y bajó a La Habana a<br />
comprar abonos. De regreso pasó de nuevo por la bodega,<br />
pero esta vez no se paró a contradecir a Monet y el<br />
bolón de comentaristas. Monet, disparó tras él las últimas<br />
victorias de <strong>los</strong> Aliados, pero tío Pablo iba sumergido<br />
en su plan de levantar el jardín y no hizo mucho caso.<br />
Algunos rieron viéndolo caminar doblegado. Todos sabían<br />
ya que era hermano de tía Aurelia y que pensaba<br />
mejorar el jardín. El mismo bodeguero había pedido, para<br />
él, postes y alambres de cerca, y el abono llegaría en un<br />
carrito el día siguiente. Demetrio, el del conuco, se hallaba<br />
también en la bodega esta tarde y escuchó <strong>los</strong> comentarios,<br />
pero no tenía nada que decir por su parte. Siguió<br />
a tío Pablo hasta perderlo de vista y luego marchó, como<br />
siempre, despacio, hacia su conuco, seguido de Cunagua.<br />
Cunagua traía al hombro un saco de gal<strong>los</strong> peleados;<br />
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