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Angusola y los cuchillos

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del cabo Gracias a Dios. El Céspedes siguió a la goleta<br />

y ambos fondearon a mediodía a la vista de la población.<br />

Whybon quería comprar el café que iba a bordo a<br />

bajo precio, pero Prado contestó:<br />

—Yo no tengo poder para vender nada. Ese café pertenece<br />

a la revolución cubana.<br />

Él mismo se dirigió al gobernador, coronel Bermúdez,<br />

y descargó el café en botes. Bermúdez recibió bien a Prado.<br />

Whybon se retiró a su goleta algo resentido, pero no<br />

largó velas de pronto. Los desertores habían sembrado<br />

la alarma por el continente, pero Bermúdez no hizo caso.<br />

Sólo recomendó precaución al comandante. El plan podía<br />

fracasar por falta de tiempo para recibir auxilios. El<br />

Céspedes necesitaba bases, fusiles, municiones y alguna<br />

pieza de artillería. Con esto podía apresar otros buques<br />

y formar así una flota de la revolución cubana.<br />

—Le deseo mucho éxito en su empresa —dijo Bermúdez.<br />

Prado y Morey volvieron a bordo. Prado abrió una carta<br />

sobre la mesa. Las Antillas tenían excelentes bases navales.<br />

Jamaica se prestaría. La costa sur de <strong>los</strong> Estados<br />

Unidos y la costa occidental de Centroamérica les darían<br />

la hospitalidad, si había dinero. Prado sólo pedía<br />

bases y provisiones en ellas. En el mar, sabría desenvolverse.<br />

Sabía manejar y tratar a <strong>los</strong> hombres y en<br />

muchos puertos de América había gente dispuesta a<br />

enrolarse. Pero una duda le atormentaba: ¿Soltarían su<br />

dinero <strong>los</strong> emigrados ricos?<br />

Morey pensaba que vencerían sin ayuda. Era un hombre<br />

vigoroso, de anchos hombros y puños formidables,<br />

semejante a Basilio Cueria. Jorge Raft y Basilio Cueria,<br />

de oficiales en un barco de película, darían hoy la misma<br />

estampa que Prado y Morey en el puente del Céspedes.<br />

Vigo era un puro hombre de mar, ancho, rudo y<br />

nudoso, pero con una luz húmeda y móvil en <strong>los</strong> ojos y<br />

una mueca amarga en <strong>los</strong> labios. Su Eduvigis ya no le<br />

hacía caso. Vestida de hombre, servía la mesa de Prado<br />

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