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Angusola y los cuchillos

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IV<br />

Nadie supo por de pronto de dónde venía Bebo Bermúdez,<br />

el nuevo “mayor”. Al día siguiente apareció en la casa de<br />

vivienda con guayabera. El administrador le hizo entrega<br />

de <strong>los</strong> libros y mandó que prepararan el bayo.<br />

—Este señor viene aquí recomendado de un amigo. Desde<br />

hoy es el “mayor” de la colonia —hizo la presentación al<br />

jefe de campo—. Yo tengo que ir a La Habana. Volveré a<br />

fin de semana. Mañana pueden empezar a cortar.<br />

Comenzó el corte. El administrador escribió que permanecería<br />

algunas semanas más en la capital. El joven<br />

“mayor”, o contable, se hizo simpático a la gente del batey,<br />

a <strong>los</strong> mayorales y jefes de campo. El sargento Pogolotti se<br />

dejó caer por allí, y como si no lo quisiera, se hizo presentar<br />

a él. Le apretó fuertemente la mano para hacerle<br />

sentir su autoridad. Por indirectas le hizo sentir también<br />

su desprecio por <strong>los</strong> niños lindos como él nacidos<br />

sin duda en cama blanda y educados entre papeles.<br />

Pero Bermúdez no era lo que parecía. Debajo de su<br />

fragilidad y palidez se escondía una gran experiencia y<br />

sin duda una vida de azar y de lucha. Nadie supo nada<br />

de sus antecedentes, por de pronto. Él sabía tratar a la<br />

gente y evitar choques. Así fingió admirar la hombría<br />

del sargento y nunca trató de competir con él en fuerza,<br />

jactancia, tiro de revólver ni destreza en montar a caballo.<br />

Se dejaba derrotar y parecía orgul<strong>los</strong>o de que fuera<br />

el sargento quien lo venciera. Hasta en la riña de gal<strong>los</strong><br />

presentó un animalito mostrenco para que el gallo de<br />

Pogolotti lo deshilachara.<br />

De este modo Pogolotti no tuvo inconveniente en admitir<br />

a Bermúdez como uno de sus “protegidos”, y hasta se<br />

sentía honrado con sus visitas. Tocando la guitarra, improvisando,<br />

Bermúdez no tenía rival, y el sargento admiraba<br />

su voz y sus décimas, y le cedía terreno en este<br />

campo. Bermúdez no tenía nunca frases insinuantes para<br />

las mujeres. Para él las pocas muchachas del pueblo<br />

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