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Angusola y los cuchillos

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de las reservas, <strong>los</strong> acantonamientos, y pronto sintió,<br />

lejos, las exp<strong>los</strong>iones. La tierra tembló hasta allí. Horma<br />

se puso en pie. Sentía la camisa y el pantalón pegados<br />

a la carne, fríos y encontrados.<br />

Una hora estuvo pensando, de espalda a la luna. Miraba<br />

a su sombra y le parecía la de un tronco mochado<br />

y desgarrado por una bomba. También pensó que un<br />

Sreda podía localizarlo por la sombra, picar y matarlo.<br />

Fue cuando oyó la voz:<br />

—Comisario…<br />

Se volvió impresionado. De modo que todavía era comisario.<br />

Se irguió y miró al hombre que tenía delante y le alargaba<br />

un sobre. El enlace saludó y se perdió en el bosque<br />

con el mismo sigilo con que había aparecido. Horma<br />

se bajó a recoger la pistola, la enfundó y trató de leer<br />

…nueva compañía en línea… órdenes capitán …recuperar<br />

posición …la luna no alumbraba bastante.<br />

Sería medianoche. Horma se puso en marcha por la<br />

vaguada. Le pareció que la piel se le cuarteaba, como<br />

un frente castigado, a cada movimiento. Pero según iba<br />

entrando en calor, el dolor disminuiría y su atención<br />

agitada lo llevaba más allá de sí mismo, a la cota rebajada.<br />

Al llegar a la segunda línea se topó con el comisario<br />

de batallón.<br />

—A tus órdenes, García —dijo Horma.<br />

El otro se llevó el puño a la sien.<br />

—Ya tienes otra compañía. No se ha enviado el parte<br />

a la división. Al amanecer necesitamos entrar otra vez<br />

en la 666.<br />

—A tus órdenes —dijo Horma.<br />

Sus nuevos soldados estaban en la falda, entre <strong>los</strong> pinos.<br />

El aire había despejado <strong>los</strong> tufos de la trilita, pero<br />

por la cañada bajaba un aliento de podredumbre. Más<br />

arriba, entre líneas, se pudrían montones de cadáveres,<br />

y un hilo de agua arrastraba la materia descompuesta.<br />

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