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eran simplemente seres neutros. Trataba a todo el mundo<br />
con franqueza, soltura y cordialidad, siempre en la<br />
medida justa, ni demasiado cerca ni demasiado lejos.<br />
Evidentemente, no quería chocar.<br />
La misma alemana, tan extraña para todo el mundo,<br />
no pareció llamarle demasiado la atención. No fue a su<br />
casa ni se interesó por sus investigaciones folklóricas.<br />
Sólo una vez o dos cruzó con ella un breve diálogo sin<br />
trascendencia. La mayor parte del tiempo lo dedicaba a<br />
la oficina, a visitar el corte y <strong>los</strong> barracones. De noche<br />
jugaba una partida de dominó con el jefe de campo y se<br />
acostaba temprano.<br />
El mismo día de su ingreso en la oficina, Marina, aprovechando<br />
la ausencia de Pogolotti, se dio una vuelta por<br />
la casa y miró hacia dentro. Luego volvió a pasar por<br />
delante de la ventana, y sus ojos se encontraron con <strong>los</strong><br />
del “mayor”. Más tarde, al anochecer, cuando Bermúdez<br />
volvía de recorrer la zona de corte, se topó con ella sacando<br />
agua del pozo, al final del caserío. A Marina se le<br />
cayó el cubo al fondo y Bebo se apeó a sacárselo.<br />
V<br />
A pesar de la reprimenda del sargento, Marina volvió a<br />
ver a la alemana. La historia había quedado truncada.<br />
La alemana, que a nadie hablaba de sus experiencias,<br />
no podía menos de comunicarse con Marina. La muchacha<br />
escuchaba con <strong>los</strong> ojos muy abiertos, llenos de<br />
curiosidad, candor y asombro.<br />
Dos noches después de la llegada del “mayor”, el sargento<br />
tuvo que ir a Morón. Rosario receló una celada,<br />
pero la muchacha no pudo resistir la tentación de ir a<br />
ver a la alemana.<br />
La “mágica” estaba en casa, con la puerta y la ventana<br />
abiertas, leyendo.<br />
—Sígueme contando aquello del marino y de la muchacha<br />
panameña…Quedamos en que él no la quería,<br />
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