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Esa tarde <strong>Angusola</strong> apareció brevemente, llamó a la<br />
muchacha. La muchacha cambió de ropa y salió con el<br />
viejo. Antes de salir, sin embargo, <strong>Angusola</strong> hizo otro<br />
floreo de cuchil<strong>los</strong>, a la vista de Lajos, aunque <strong>los</strong> sábados<br />
y <strong>los</strong> domingos no usaba cuchil<strong>los</strong>. Él y Sofonsiva<br />
iban <strong>los</strong> sábados por <strong>los</strong> alrededores, comprando pol<strong>los</strong>,<br />
que al otro día temprano llevaban en largos racimos<br />
atados por las patas al paradero. Lajos <strong>los</strong> vio partir<br />
sin interés y siguió trabajando. El Vasco le propuso:<br />
—Por la mañana a terminar, puedes venir mañana.<br />
Si salimos de esto, a ver.<br />
Lajos no tenía nada que hacer el domingo por la mañana,<br />
de modo que aceptó de buena gana. El Vasco le<br />
adelantó dinero, y Lajos fue de noche a casa de un marchante<br />
suyo a que le vendiera unos zapatos. Por la mañana<br />
subió al primer carrito que no era confronta hasta<br />
el paradero y salió andando despacio hacia el caserío.<br />
Iba contento. Era como si hubiera rebasado una sombra<br />
mala que hubiese pasado a su lado sin rozarlo. Incluso<br />
había dejado de pensar en Sofonsiva. Le pareció<br />
ridículo. ¿Por qué lo había puesto tan nervioso aquella<br />
tarde? El mundo estaba lleno de Sofonsivas.<br />
A pocos pasos del paradero Lajos iba a doblar por la<br />
primera calle cuando vio venir a Pedro y Sofonsiva. <strong>Angusola</strong><br />
detrás de una carretilla colmada de pol<strong>los</strong>. Lo<br />
primero que captó su atención fue la forma en que venían<br />
ordenadas las aves.<br />
Pedro las había dispuesto en guirnaldas, primorosamente<br />
combinadas por colores y en tres filas por el borde<br />
de la carretilla. Todas venían colgadas por las patas,<br />
con la cabeza para abajo. Pero estas eran las aves jóvenes.<br />
Dentro, en la carretilla, traía las aves viejas, con<br />
sus crestas caídas y prietas en apretados burujones,<br />
con las cabezas atestadas. Lajos pasó, admirado, la vista<br />
de unas a otras. Algunas aves parecían mirarlo también,<br />
sorprendidas, atemorizadas o quizás esperanzadas,<br />
pues eran prisioneras. Pero esto duró poco. Pedro<br />
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