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Angusola y los cuchillos

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122<br />

Ojos de oro<br />

Dondequiera que se sentara, en la escuela, el sol, entrando<br />

por las grietas, le daba en <strong>los</strong> ojos. Estos eran<br />

amaril<strong>los</strong> y, al sol, despedían reflejos de oro. En la escuela,<br />

pues, era Ojos de oro. Fuera, por el reparto y el<br />

caserío, algunos le llamaban Chi-Chi. En su casa era<br />

Yayito. Pero cuando bajaba, con otros muchachos, al<br />

río después de la clase, <strong>los</strong> otros, más guapos y mejores<br />

nadadores, le llamaban Ojanco. Así tenía varios nombres<br />

y, quizás, varias personalidades.<br />

En la escuela progresó despacio, pero al fin, a <strong>los</strong> doce<br />

años, llegó al octavo. Para entonces, estaba escrito que<br />

podría cerrar <strong>los</strong> textos y hacer algo. ¿Qué? No estaba<br />

todavía decidido. Pero eso le ocurría a casi cuantos asistían<br />

al “Cucurucho” de la lomita, sobre el río, hacia La<br />

Habana. Otros, sin embargo, tenían condiciones. Unos<br />

eran buenos nadadores; atravesaban el río, nadaban<br />

contra la corriente hasta el cayito o a favor de ella hasta<br />

las lanchas y cruceros de la embocadura. Otros ayudaban<br />

a sus padres. Estos eran poceros, carpinteros,<br />

vianderos, galleros... hasta enterradores. Pero él no ayudaba<br />

a su Viejo a cultivar flores ni a su Vieja a hacer<br />

ramos y coronas para muertos pobres en el tinglado.<br />

Entre otras razones porque Yayito tenía un extraño respeto<br />

por <strong>los</strong> muertos. Después de la clase, algunos atravesaban<br />

también el parche de aromos, llegaban hasta<br />

el muro del cementerio, jugaban a correr sobre él y no<br />

pocas veces caían dentro, sobre las tumbas. Pero él prefería<br />

bajar al río con <strong>los</strong> bravos, quitarse la ropa, zambullirse,<br />

bucear un par de metros con gran esfuerzo y<br />

luego... exponerse a las burlas.

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