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Angusola y los cuchillos

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Alma se replegó en sí misma. Abrió <strong>los</strong> ojos extraviados.<br />

—No. Eso es…No…Sí…Pero no hay… Falta… Falta una<br />

cosa… Un ingrediente… Falta …<br />

Marina la asedió.<br />

—Entonces mañana. Le diré que hoy no encontré al<br />

médico. Volveré mañana a esta hora. Mañana me lo<br />

darás. ¿Eh? Mañana.<br />

—No sé …No. No me atrevo. Quizás…<br />

—Sí. Tienes que atreverte. No tienes más que darme la<br />

medicina. Le entrará por la herida y nadie se dará cuenta.<br />

Dirán que fue gangrena. ¿No? Nadie lo salvará. Nadie<br />

lo salvará. Por ti y por mí. Por mí, que me tiene esclavizada,<br />

aterrorizada. Por ti, porque te va a pasar algo.<br />

Demetrio puede matarte. O acaso te prendan, y te manden<br />

a la Cabaña. ¿No has oído hablar de la Cabaña? Te<br />

tirarán por una compuerta, viva, a <strong>los</strong> tiburones.<br />

Alma hizo un gesto de temor y sobresalto.<br />

—Eso harán —continuó Marina—. Nadie te salvará,<br />

sino tú misma. Y yo. Yo puedo salvarte y salvarme a mí.<br />

Te echarán la culpa de la muerte de <strong>los</strong> haitianos, y<br />

luego te matarán y dirán que fue una venganza. Dirán<br />

que fue por brujería y ñañiguismo. No lo dudes. Yo <strong>los</strong><br />

conozco. Yo he oído lo que Pogolotti le decía a Demetrio.<br />

—Mañana.<br />

Y desapareció de un salto, dejándole el terror y el veneno<br />

en el cerebro. Alma quedó sola, con <strong>los</strong> ojos clavados,<br />

por la puerta abierta, en el cañaveral dorado y<br />

silencioso. La luz brillante se fue consumiendo, sobre el<br />

rostro lívido de la alemana.<br />

X<br />

Al día siguiente por la tarde el tren dejó al administrador<br />

en el apeadero. El administrador no fue directamente<br />

a la colonia. Antes pasó por el puesto y se hizo acompañar<br />

por la pareja a casa del sargento. Por el camino le<br />

contaron lo sucedido.<br />

—Ya me he enterado —dijo el administrador—. Ahora<br />

veremos qué pasa.<br />

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