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Se acercó un poco, miró con ojos espantados. Anselma<br />
hizo todavía un tenue movimiento con la cabeza, dio<br />
una boqueada. Tenía <strong>los</strong> ojos entreabiertos y extraviados.<br />
Se agitaba en convulsiones casi imperceptibles. La<br />
muchacha volvió a llamarla por su nombre, pero la anciana<br />
ya no podía oírla. Estaba ya más allá de sus sentidos.<br />
Lo único que hacía era mover débilmente <strong>los</strong><br />
múscu<strong>los</strong> de la garganta, abrir y cerrar débilmente la<br />
boca, y mirar al vacío con ojos vidriosos.<br />
Ligia vaciló. Giró, aturdida, sobre sus pies, miró a <strong>los</strong><br />
lados y hacia el patio y la salida. No había nadie a la<br />
vista. No había siquiera luces en <strong>los</strong> otros cuartos. Recobrándose,<br />
estiró la mano y apagó. Luego viró y atravesó<br />
el patio como un remolino silencioso.<br />
Antes de entrar en casa, se detuvo, cobró aliento, se<br />
alisó el pelo. Dentro continuaba la fiesta, en crescendo.<br />
Alguien había puesto el radio. Tocaban un son de moda.<br />
Ligia subió despacio la escalera, se metió por el pasillo,<br />
entró en su cuarto, y se compuso al espejo. Volvió por el<br />
pasillo hasta la puerta de fuera y entró sonriendo por la<br />
sala. Romualdo y Felicia estaban de pie, para despedirse,<br />
pero todos <strong>los</strong> demás parecían contentos. Charlitos<br />
vino a coger a Ligia por las manos, y Floro trajinaba de<br />
aquí para allá sirviendo un vinillo. Había una pareja<br />
bailando. Charlitos tendió <strong>los</strong> brazos y se preparó para<br />
<strong>los</strong> primeros pasos. En ese momento salió Lelia de la<br />
cocina; preguntó a Ligia:<br />
—¿Cómo sigue la abuela?<br />
—¡Bien, bien! —contestó la muchacha.<br />
Y se dejó llevar por Charlito al son de Camina como<br />
chencha.<br />
1948 Habana.<br />
Orígenes. La Habana, año 5, número 18, verano, 1948, pp. 271-280.<br />
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