El Cine Segun Hitchcock.pdf - Daniel Melero
El Cine Segun Hitchcock.pdf - Daniel Melero
El Cine Segun Hitchcock.pdf - Daniel Melero
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
258 François Tniffauí<br />
ra, estáis en nuestras manos. Y caeremos sobre vosotros.<br />
No tenemos necesidad de lanzar gritos de triunfo, no<br />
necesitamos encolerizarnos, vamos a cometer un asesinato<br />
silencioso.» Esto es lo que los pájaros están diciendo<br />
a Melanie y es lo que conseguí de los técnicos de sonido<br />
electrónico. En cuanto a la escena final, cuando Rod<br />
Taylor abre la puerta de la casa y por primera vez ve<br />
los pájaros que se pierden hasta el infinito, pedí un<br />
silencio, ahora bien, no cualquier silencio: un silencio<br />
electrónico de una monotonía capaz de evocar el ruido del<br />
mar cuando se oye desde muy lejos. Transpuesto en<br />
diálogo de pájaros, el sonido de este silencio artificial<br />
quiere decir lo siguiente: «No estamos todavía listos para<br />
atacaros, pero nos preparamos. Somos como un motor<br />
que ronronea. Pronto arrancaremos.» Esto es lo que debe<br />
comprenderse con sonidos tan suaves, pero el murmullo<br />
es tan frágil que no está uno seguro de oírlo o de imaginarlo.<br />
F.T. Hace tiempo, en un periódico, leí que, para gastarle<br />
una broma, Peter Lorre le había regalado cincuenta<br />
canarios, cuando se embarcaba usted para un crucero, y<br />
que se vengó de él enviándole telegramas nocturnos con<br />
noticias de los canarios, uno a uno. Recuerdo esta anécdota<br />
a propósito de Los pájaros. ¿Esta broma es auténtica<br />
o fue inventada por un periodista?<br />
A.H. No es una historia auténtica. Se me adjudican<br />
muchas bromas que no he hecho y, sin embargo, hace<br />
tiempo era muy aficionado a ellas. Por ejemplo, una vez<br />
que celebrábamos un cumpleaños de mi mujer, dimos<br />
una cena a una docena de personas en el jardín de un<br />
restaurante. Para esta ocasión, había reclutado a una dama<br />
aristocrática, ya de cierta edad, con una elegancia refinada<br />
y de aspecto muy orgulloso, colocándola en el lugar<br />
de honor. La dama era cómplice en el asunto. Después,<br />
no la hice ningún caso. Los invitados llegaron unos tras<br />
otros, miraban la mesa en la que sólo estaba sentada la<br />
anciana y todo el mundo me preguntaba: «Pero ¿quién<br />
es esa anciana?» Y yo contestaba: «No lo sé.» Sólo los<br />
camareros estaban al tanto de lo que sucedía, y mi mujer<br />
les preguntaba: «Pero ¿qué ha dicho, nadie le ha habla-