justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
101<br />
de Hipona. Quienes se atrevían a criticarle no eran sino “asnos de dos patas”. Pero a pesar de esta actitud —y en parte<br />
debido a ella— Jerónimo se ha ganado un lugar entre los gigantes <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong> en el siglo IV.<br />
Jerónimo nació alrededor <strong>del</strong> año 348, en un remoto rincón <strong>del</strong> norte de Italia. Por su fecha de nacimiento, era menor<br />
que muchos de los gigantes que hemos estudiado en esta Segunda Sección. Pero Jerónimo nació viejo, y por tanto<br />
pronto se consideró mucho mayor que sus coetáneos. Y, lo que es todavía más sorprendente, muchos de ellos pronto<br />
llegaron a verlo como una imponente y vetusta institución.<br />
Cuando tenía unos veinte años de edad recibió el bautismo, y pocos años más tarde decidió viajar hacia el oriente.<br />
Jerónimo se había dedicado al estudio de las letras, y en ese campo el occidente latino sentía gran admiración hacia el<br />
oriente griego. Además, tras una experiencia en la ciudad de Tréveris cuyo carácter preciso nos es desconocido, decidió<br />
dedicarse al estudio de las divinas letras, y en ese campo también el oriente era famoso. Su primer visita fue a Antioquía,<br />
donde se dedicó a aprender mejor el griego. Poco después le pidió a un judío converso que le enseñara el hebreo.[Vol.<br />
1, Page 216]<br />
Pero todo esto no bastaba. Jerónimo sentía todavía un amor ardiente hacia las letras paganas y hacia la vida sensual.<br />
Tratando de vencer sus tentaciones se dedicó a la vida austera, y estudió la Biblia con más asiduidad. Se retiró por<br />
fin de Antioquía, a vivir como ermitaño en Calcis. Pero aun allí le seguían sus tentaciones. El mismo había llevado consigo<br />
su biblioteca, y en la cueva en que vivía se dedicaba al estudio, a copiar libros, y a componer tratados. Su espíritu se<br />
sacudió cuando, en medio de una enfermedad grave, soñó que estaba en el juicio final, y que el juez le preguntaba:<br />
“¿Quién eres?” “Soy cristiano”, contestaba Jerónimo. Y el juez le respondía. “Mientes. No eres cristiano, sino ciceroniano”.<br />
A partir de entonces Jerónimo se dedicó con redoblado ahínco al estudio de las Escrituras, aunque nunca dejó de<br />
citar ni de leer e imitar a los escritores paganos.<br />
También el sexo le obsesionaba. Jerónimo quería librarse por entero de él. Pero aun en su retiro de Calcis le seguían<br />
los sueños y los recuerdos de las danzarinas de Roma. El único modo en que se podía deshacer de esas tentaciones<br />
era castigando su propio cuerpo, y por tanto se dedicó a llevar una vida austera hasta la exageración. Andaba sucio, y<br />
hasta llegó a decir y practicar que quien había sido lavado por Cristo no tenía necesidad de lavarse de nuevo. Y todavía<br />
esto no bastaba. Era necesario ocupar su mente con algo que desalojara los recuerdos de Roma. Fue entonces, que<br />
decidió a estudiar el hebreo. A su mente adiestrada en la literatura clásica, el hebreo, con sus letras raras y sus aspiraciones,<br />
le parecía bárbaro. Pero como cristiano, se decía que era la lengua en que estaban escritos los libros sagrados, y<br />
que por tanto era divina. Además, fue en este período que Jerónimo escribió la Vida de San Pablo el Ermitaño a que nos<br />
hemos referido anteriormente.<br />
Empero Jerónimo no estaba hecho para la vida <strong>del</strong> anacoreta. Probablemente antes de cumplir los tres años de ermitaño,<br />
regresó a la civilización. En Antioquía fue ordenado presbítero. Estuvo en Constantinopla antes y durante el<br />
Concilio Ecuménico <strong>del</strong> año 381. A la postre retornó a Roma, donde el obispo Dámaso, buen conocedor de la naturaleza<br />
humana, le hizo su secretario privado, y le dio toda clase de oportunidades para dedicarse al estudio y a escribir. Fue<br />
Dámaso quien primero le sugirió la obra que a la larga consumiría buena parte de su vida y sería su principal monumento:<br />
una nueva traducción de la Biblia al latín. Aunque Jerónimo dio algunos pasos en ese sentido en Roma, no fue sino<br />
después, en Belén, que se dedicó a esa tarea.<br />
Por lo pronto, Jerónimo encontró su solaz entre un grupo de mujeres pudientes y devotas. En el palacio de la viuda<br />
Albina y de su hija — también viuda— Marcela, vivía un grupo de mujeres que se dedicaban a la vida austera, la meditación<br />
religiosa y el estudio de las Escrituras. Además de las dos mencionadas arriba, entre estas mujeres estaban Marcelina<br />
(la hermana de Ambrosio de Milán), Asela, la hija de Marcela, y Paula, que junto a su hija Eustoquio figuraría desde<br />
entonces en la vida de Jerónimo. El secretario <strong>del</strong> obispo visitaba esta casa repetidamente, pues entre estas mujeres<br />
encontró discípulas consagradas, que absorbían sus conocimientos con avidez. Pronto algunas empezaron a estudiar<br />
griego y hebreo, y Jerónimo sostenía con ellas discusiones acerca <strong>del</strong> texto bíblico que no le era posible sostener con<br />
sus contemporáneos varones.<br />
Resulta interesante notar que Jerónimo, quien nunca supo sostener relaciones amistosas con sus colegas varones,<br />
pudo hacerlo con este grupo de mujeres. Y esto a pesar de que el sexo siempre le obsesionó, y sentía horror al pensar<br />
acerca de la fisiología femenina. Pero entre estas santas mujeres, que le escuchaban con avidez[Vol. 1, Page 217] y<br />
que no podían pretender corregirle, Jerónimo se encontraba tranquilo y a gusto, y fueron por tanto ellas, y no el resto <strong>del</strong><br />
mundo, quienes conocieron la devoción y dulzura que se escondían en el fondo de su alma.<br />
Mientras todo esto sucedía, sin embargo, Jerónimo seguía haciendo enemigos entre los allegados al obispo Dámaso.<br />
De no haber sido por el apoyo de éste último, sus años de paz en Roma nunca habrían tenido lugar. Por tanto, cuando<br />
Dámaso murió, a fines <strong>del</strong> 384, la tormenta se desencadenó. Basilla, una de las hijas de Paula, murió, y algunos decían<br />
que su muerte se había debido a la vida [Vol. 1, Page 218] excesivamente rigurosa que Jerónimo le había impues-