justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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con entender mejor la verdad cristiana. Eran tiempos de cambios profundos en la sociedad europea, y esos cambios se<br />
reflejaron en la teología de la época. Esto puede verse en el hecho de que el primer teólogo que estudiaremos en este<br />
capítulo llevó a cabo la mayor parte de su labor literaria en el monasterio. Luego trataremos de otros que fueron maestros<br />
en escuelas catedralicias.<br />
Y por último nos ocuparemos de profesores universitarios. Este movimiento, que va de los monasterios a las escuelas<br />
catedralicias, y por último a las universidades, es señal <strong>del</strong> auge que estaban teniendo las ciudades. Los monasterios<br />
estaban generalmente situados lejos de los centros de población. Las catedrales, por el contrario, estaban en el corazón<br />
mismo de las ciudades, y las escuelas que en ellas florecieron se debieron al proceso de urbanización a que nos hemos<br />
referido repetidamente. Por último, las universidades son la culminación de esa evolución, pues surgieron cuando en las<br />
ciudades se concentraron tantos estudiantes y profesores que las escuelas catedralicias resultaron insuficientes. Además,<br />
en casos tales como el de la universidad de París, su propia existencia es indicio <strong>del</strong> creciente poder <strong>del</strong> rey, parte<br />
de cuyo esfuerzo centralizador frente a la nobleza consistía en hacer de su ciudad capital un centro de estudios.<br />
[Vol. 1, Page 422] Anselmo de Canterbury<br />
El primero de los grandes pensadores que esta época produjo fue Anselmo de Canterbury. Natural <strong>del</strong> Piamonte, en<br />
Italia, Anselmo era hijo de una familia noble, y su padre se opuso a su carrera monástica. Pero el joven insistió en su<br />
vocación, y en el 1060 se unió al monasterio de Bec, en Normandía. Aunque ese monasterio se encontraba lejos de su<br />
patria, Anselmo se dirigió a él debido a la fama de su abad, Lanfranco. Allí se dedicó al estudio teológico, y produjo varias<br />
obras, de las cuales la más importante es el Proslogio. En el 1078 fue hecho abad de Bec, pues Lanfranco había<br />
dejado el monasterio para ser consagrado como arzobispo de Canterbury. Poco antes, Guillermo el Conquistador había<br />
partido de Normandía y conquistado a Inglaterra, donde derrotó a los sajones en el 1066 en la batalla de Hastings. Ahora<br />
Guillermo y sus sucesores se establecieron en Gran Bretaña, que poco a poco se fue volviendo el centro de sus territorios.<br />
Pero durante varias generaciones continuaron trayendo a personas de origen normando para ocupar posiciones de<br />
importancia en Inglaterra. Esto fue lo que sucedió con Lanfranco y, en el 1093, con Anselmo.[Vol. 1, Page 423]<br />
En esa fecha, fue hecho arzobispo de Canterbury por el rey Guillermo II, quien había sucedido al Conquistador. Anselmo<br />
trató de evadir esa responsabilidad, en parte porque prefería la quietud <strong>del</strong> monasterio, y en parte porque desconfiaba<br />
de Guillermo, quien a la muerte de Lanfranco había dejado la sede vacante, a fin de posesionarse de sus ingresos<br />
y de buena parte de sus propiedades. Pero a la postre aceptó, y comenzó así una carrera accidentada buena parte de la<br />
cual transcurrió en el exilio debido a sus conflictos, primero con Guillermo y después con su sucesor Enrique I. Sin entrar<br />
en detalles, podemos decir que estos conflictos reflejaban, en menor escala, los que ya hemos visto al tratar de las pugnas<br />
entre el papado y el Imperio. Se trataba de un asunto de jurisdicción, cuyo punto crucial era la cuestión de las investiduras,<br />
pero que tenía varias otras dimensiones. Lo que estaba en juego en fin de cuentas era si la iglesia sería independiente<br />
o no <strong>del</strong> poder civil. Y la respuesta no era fácil, pues la iglesia en sí tenía gran poder político y económico.<br />
Siete décadas más tarde, uno de los sucesores de Anselmo, Tomás a Becket, moriría asesinado junto al altar de la catedral,<br />
por razón <strong>del</strong> mismo conflicto.<br />
Durante sus repetidos exilios, Anselmo escribió mucho más que cuando estaba cargado con las responsabilidades<br />
de su arzobispado. La principal obra de este período es Por qué Dios se hizo hombre. Murió en Canterbury en el 1109,<br />
tres años después de haber hecho las paces con el rey y haber regresado de su último exilio.<br />
La importancia teológica de Anselmo radica en que fue el primero, después de siglos de tinieblas, en volver a aplicar<br />
la razón a las cuestiones de la fe de modo sistemático. Cada una de sus obras trata acerca de un tema específico, como<br />
la existencia de Dios, la obra de Cristo, la relación entre la predestinación y el libre albedrío, etc. Y en la mayor parte de<br />
los casos Anselmo trata de probar la doctrina de la iglesia sin recurrir a las Escrituras o a cualquier otra autoridad.<br />
Esto no quiere decir, sin embargo, que Anselmo haya sido un racionalista, dispuesto a creer sólo lo que podía demostrarse<br />
mediante la razón. Al contrario, como puede verse en la cita que encabeza este capítulo, su punto de partida<br />
es la fe. Anselmo cree primero, y después le plantea sus preguntas a la razón. Su propósito no es probar algo para después<br />
creerlo, sino demostrar que lo que de antemano acepta por fe es eminentemente racional. Esto puede verse tanto<br />
en su Proslogio como en Por qué Dios se hizo hombre.<br />
El Proslogio trata acerca de la existencia de Dios. Anselmo no duda ni por un instante que Dios exista. De hecho, la<br />
obra está escrita a modo de una oración dirigida a Dios. Pero, aun sabiendo que Dios existe, nuestro teólogo quiere demostrarlo,<br />
para así comprender mejor la racionalidad de esa doctrina, y gozarse en ella.<br />
Como punto de partida, Anselmo toma la frase <strong>del</strong> Salmo 14:1: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios”. ¿Por qué<br />
es necedad negar la existencia de Dios? Evidentemente, porque esa existencia debe ser una verdad de razón, de tal<br />
modo que negarla sea una sinrazón. ¿Es posible entonces demostrar que la existencia de Dios es tal? Indudablemente,<br />
hay muchos argumentos para probar esa existencia. Pero todos ellos se basan en la contemplación <strong>del</strong> mundo que nos<br />
rodea, arguyendo que tal mundo ha de tener un creador. Es decir, todos ellos parten de los datos de los sentidos. Y los