justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
74<br />
La vida de tales personas era en extremo sencilla. Aunque algunos cultivaban pequeños huertos, la mayoría de ellos<br />
se sustentaba tejiendo cestas y esteras que luego vendían a cambio de un poco de pan y aceite. Esta ocupación tenía la<br />
ventaja, además de la disponibilidad de los juncos y la paja, de que mientras se tejía un cesto era posible recitar un salmo,<br />
elevar una plegaria o memorizar una porción de las Escrituras. La dieta de la mayoría de los monjes consistía en<br />
pan y, a veces, frutas, legumbres y aceite. Sus posesiones no eran más que los vestidos más necesarios y una estera<br />
para dormir. La mayoría de ellos veía mal la posesión de libros, pues ello podría alimentar el orgullo. Unos a otros se<br />
enseñaban de memoria libros enteros de las Escrituras —particularmente los Salmos y el Nuevo Testamento—. Y además<br />
compartían entre sí las <strong>historia</strong>s edificantes, o las joyas de sabiduría, de los anacoretas más venerados.<br />
El espíritu <strong>del</strong> desierto no se acoplaba bien con la gran iglesia jerárquica cuyos obispos residían en las grandes ciudades<br />
y gozaban <strong>del</strong> favor <strong>del</strong> gobierno y de la sociedad. Muchos pensaban que lo peor que podría sucederle a un monje<br />
era ser ordenado sacerdote u obispo —y fue precisamente en esta época que los ministros cristianos comenzaron a<br />
llamarse “sacerdotes”. Aunque algunos de ellos fueron ordenados, esto sucedió casi siempre contra su voluntad, o tras<br />
repetidos ruegos por un obispo de reconocida santidad, como el gran Atanasio. Esto a su vez quería decir que muchos<br />
anacoretas pasaban años sin participar de la comunión, que desde el principio había sido el principal acto cúltico de los<br />
cristianos. En otros lugares se construyeron iglesias en las que los monjes se reunían los sábados y domingos, [Vol. 1,<br />
Page 157] y el domingo, después de la comunión, participaban de una comida en común antes de separarse para la<br />
próxima semana.<br />
Este género de vida pronto dio lugar a una nueva forma de orgullo. Con el correr de los años muchos monjes llegaron<br />
a pensar que, puesto que su vida mostraba un nivel de santidad más elevado que el de los obispos y demás dirigentes<br />
de la iglesia, eran ellos, y no esos dirigentes, quienes debían decidir en qué consistía la verdadera doctrina cristiana.<br />
Como muchos de estos monjes eran gentes ignorantes y fanáticas, se convirtieron entonces en peones de otros más<br />
poderosos y educados que utilizaron el celo de las huestes <strong>del</strong> desierto para sus propios fines. Como veremos en la<br />
próxima sección de esta <strong>historia</strong>, esto llegó hasta el punto en que muchedumbres de monjes invadieron los lugares en<br />
donde se celebraba algún concilio eclesiástico, y trataron de imponer sus doctrinas mediante la fuerza y la violencia.<br />
Pacomio y el monaquismo comunal<br />
El número creciente de personas que se retiraban al desierto, y el deseo de casi todas ellas de allegarse a un maestro<br />
experimentado, darían origen a un nuevo tipo de vida monástica. Ya hemos visto cómo Antonio tenía que huir constantemente<br />
de quienes venían a pedirle su ayuda y dirección. Cada vez más, los monjes solitarios cedieron el lugar a los<br />
que de un modo u otro vivían en comunidad. Estos, aunque recibían el nombre de “monjes” —es decir, de solitarios—<br />
consideraban que esa soledad se refería a su retiro <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> mundo, y no necesariamente a vivir apartados de otros<br />
monjes. Este monaquismo recibe el nombre de “cenobita” —palabra derivada de dos términos griegos que significan<br />
“vida común”.<br />
Al igual que en el caso <strong>del</strong> monaquismo anacoreta, tampoco en cuanto al cenobítico nos es posible decir a ciencia<br />
cierta quién fue su fundador. Lo más probable es que haya surgido casi simultáneamente en diversos lugares, nacido, no<br />
de la habilidad creadora de individuo alguno, sino sencillamente de la presión de las circunstancias. La vida absolutamente<br />
apartada <strong>del</strong> anacoreta no estaba al alcance de muchas personas que marchaban al desierto, y así nació el cenobitismo.<br />
Sin embargo, aunque no haya sido su fundador, no cabe duda de que Pacomio fue quien le dio forma al monaquismo<br />
cenobítico egipcio.<br />
Pacomio nació hacia el año 286, en una pequeña aldea <strong>del</strong> sur de Egipto. Sus padres eran paganos, y él parece<br />
haber conocido poco acerca de la fe cristiana antes de ser arrebatado de su hogar por el servicio militar obligatorio. Se<br />
encontraba entristecido por su suerte, cuando un grupo de cristianos vino a consolarles a él y a sus compañeros de infortunio.<br />
El joven soldado se sintió tan conmovido ante este acto de caridad que hizo votos en el sentido de que, si de algún<br />
modo lograba librarse <strong>del</strong> servicio militar, se dedicaría él también al servicio de los demás. Cuando de modo inesperado<br />
se le permitió dejar el ejército, buscó quien lo instruyera en la fe cristiana y lo bautizara, y pocos años después decidió<br />
retirarse al desierto, donde solicitó y obtuvo la dirección <strong>del</strong> viejo anacoreta Palemón.<br />
Siete años pasó Pacomio junto a Palemón, hasta que oyó una voz que le ordenaba establecer su residencia en otro<br />
lugar. Su anciano maestro le ayudó a edificar allí un sitio donde vivir, y luego lo dejó solo. Poco después Juan, el hermano<br />
mayor de Pacomio, se le unió, y juntos se dedicaron a la vida contemplativa.[Vol. 1, Page 158]<br />
Pero Pacomio no estaba satisfecho, y en sus oraciones constantemente rogaba a Dios que le mostrara el camino para<br />
servirle mejor. Por fin en una visión un ángel le dijo que Dios quería que sirviera a la humanidad. Pacomio no quiso<br />
escucharlo, insistiendo en que lo que él buscaba era precisamente servir a Dios, y no a la humanidad. Pero el ángel repitió<br />
su mensaje y Pacomio, recordando quizá los votos que había hecho en sus días de servicio militar, comprendió y<br />
aceptó lo que el ángel le decía.