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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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va creándose enemigos por doquier. Y lo más notable es que, aun años más tarde, Abelardo puede relatar su <strong>historia</strong> sin<br />

darse cuenta de hasta qué punto él mismo ha sido uno de los principales causantes de sus propias calamidades. De<br />

escuela en escuela fue Abelardo, haciéndoles ver a todos sus maestros que no eran sino unos ignorantes charlatanes, y<br />

en algunos casos robándoles sus discípulos.<br />

Por fin llegó a París, donde un canónigo de la catedral, Fulberto, le confió la instrucción de su sobrina Eloísa. Esta<br />

era una joven de extraordinarias dotes intelectuales, y pronto el maestro y su discípula se enamoraron. De aquellos amores<br />

nació un hijo a quien sus padres, en honor de uno de los más grandes a<strong>del</strong>antos de la ciencia de su tiempo, llamaron<br />

Astrolabio. Fulberto estaba enfurecido, y exigía que Abelardo y Eloisa se casaran. Abelardo estaba dispuesto a hacerlo,<br />

pero Eloísa se oponía por dos razones. En primer lugar, era la época en que el celibato eclesiástico se imponía por todas<br />

partes, y la enamorada joven temía que el matrimonio obstaculizase la carrera de su amante. En segundo lugar, temía<br />

que en el matrimonio su amor perdiese algo de su calidad. En ese tiempo comenzaba a popularizarse el concepto romántico<br />

<strong>del</strong> amor. Por toda Francia se paseaban los trovadores, y cantaban sus coplas de amores distantes e imposibles.<br />

Al reflejar [Vol. 1, Page 426] aquel espíritu, Eloísa le decía a Abelardo: “Prefiero ser para ti, más bien que tuya”. A<br />

la postre decidieron casarse en secreto. Pero esto no satisfizo a Fulberto, que veía su honra manchada, y temía que<br />

Abelardo tratase de obtener una anulación <strong>del</strong> matrimonio. Una noche, mientras el infortunado amante dormía, unos<br />

hombres pagados por Fulberto penetraron en su cámara y le cortaron los órganos genitales. Tras tales acontecimientos,<br />

Eloísa se hizo monja, y su amante ingresó al monasterio de San Dionisio, en las afueras de París.<br />

Pero en San Dionisio no tuvo mejor fortuna. Pronto escandalizó a sus compañeros de hábito al decir, con toda razón,<br />

que se equivocaban al pretender que su monasterio había sido fundado por el mismo Dionisio que había sido discípulo<br />

de Pablo en Atenas. Poco después un concilio reunido en Soissons condenó sus doctrinas acerca de la Trinidad, y lo<br />

obligó a quemar su escrito sobre ese tema. Por fin, hastiado de la compañía de sus semejantes, se retiró a un lugar desierto.<br />

Pronto, sin embargo, se reunió alrededor de él un número de discípulos que habían oído acerca de su habilidad intelectual,<br />

y querían aprender de él. Entonces fundó una escuela a la que nombró El Paracleto. Pero Bernardo de Claraval,<br />

el monje cisterciense devoto de la humanidad de Cristo y predicador de la Segunda Cruzada, lo persiguió hasta su retiro.<br />

Bernardo no podía tolerar las libertades que Abelardo se tomaba al aplicar la razón a los más profundos misterios de la<br />

fe. Según el monje cisterciense, ese uso de la razón no mostraba sino una falta de fe. Gracias a los manejos de Bernardo,<br />

Abelardo fue condenado como hereje en el 1141. Cuando trató de apelar a Roma, descubrió que el papado estaba<br />

dispuesto a acatar la voluntad de su acérrimo enemigo. No le quedó entonces más remedio que desistir de la enseñanza<br />

y retirarse al monasterio de Cluny, cuyo abad, Pedro el Venerable, lo recibió con verdadera hospitalidad cristiana y le<br />

ayudó a reivindicar su buen nombre. Durante casi todo este tiempo, Abelardo sostuvo correspondencia con Eloísa, quien<br />

había fundado un convento cerca de El Paracleto. Cuando su antiguo amante y esposo murió en el 1142, a los sesenta y<br />

tres años de edad, Eloísa logró que sus restos fueran trasladados a El Paracleto.<br />

La obra teológica de Abelardo fue extensa. Se le conoce sobre todo por su doctrina de la expiación, según la cual lo<br />

que Jesucristo hizo por nosotros no fue vencer al demonio, ni pagar por nuestros pecados, sino ofrecernos un ejemplo y<br />

un estímulo para que pudiéramos complir la voluntad de Dios. También fue importante su doctrina ética, que le prestaba<br />

especial importancia a la intención de una acción, más que a la acción misma.<br />

Pero en cierto sentido lo que hace de Abelardo uno de los principales precursores <strong>del</strong> escolasticismo es su obra Sí y<br />

no. En ella planteaba 158 cuestiones teológicas, y luego mostraba que ciertas autoridades, tanto bíblicas como patrísticas,<br />

respondían afirmativamente mientras otras respondían en sentido contrario. El propósito de Abelardo no era restarles<br />

autoridad a la Biblia o a los antiguos escritores cristianos. Su propósito era más bien mostrar que no bastaba con citar<br />

un texto antiguo para resolver un problema. Había que ver ambos lados de la cuestión, y entonces aplicar la razón para<br />

ver cómo era posible compaginar dichos al parecer contradictorios.<br />

El hecho de que Abelardo se limitó a la primera parte de esa tarea, y sencillamente citaba autoridades al parecer<br />

contradictorias, sin tratar de ofrecer soluciones, le ganó la mala voluntad de muchas personas. Pero el método que se<br />

proponía en esa obra fue el que, con ciertas variantes, siguieron todos los principales escolásticos a [Vol. 1, Page 427]<br />

partir <strong>del</strong> siglo XIII. Por lo general ese método consiste en plantear una pregunta, citar después una lista de autoridades<br />

que parecen ofrecer una respuesta, y una lista de otras autoridades que parecen decir lo contrario, y entonces resolver la<br />

cuestión. En esa solución, el teólogo escolástico ofrece primero su respuesta, y luego explica por qué las diversas autoridades<br />

citadas en sentido contrario no se le oponen. A la postre, aun entre quienes lo consideraban hereje, Abelardo<br />

haría sentir el peso de su obra.<br />

Los victorinos y Pedro Lombardo<br />

Uno de los maestros de Abelardo, Guillermo de Champeaux, había sido profesor de la escuela catedralicia de París<br />

cuando decidió retirarse a las afueras de la ciudad, a la abadía de San Víctor. Hay quien sugiere que esa decisión se

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