justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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208<br />
hacer gran uso de ella. El gótico, con sus nuevas posibilidades, le dio rienda suelta a ese arte, que pronto produjo obras<br />
maestras. Millares de pedazos de vidrio de variados matices se unían mediante un esqueleto de plomo, para producir<br />
escenas en las que aparecían los grandes personajes de ambos testamentos, los mártires de la iglesia, los ilustres doctores,<br />
los vicios, las virtudes y un sinnúmero de símbolos cristianos. Además de su efecto directo, las vidrieras góticas le<br />
daban al edificio una iluminación clara y a la vez sobrecogedora.<br />
Quedaba todavía el problema <strong>del</strong> enorme empuje lateral que las altas bóvedas ejercían sobre las columnas. En el<br />
románico, ese problema se había resuelto mediante contrafuertes exteriores, adosados a las paredes. El gótico, en su<br />
afán de subrayar la verticalidad <strong>del</strong> edificio, separó los contrafuertes de la pared, uniéndolos a ella mediante arcos que<br />
se apoyan precisamente en los puntos en que el empuje lateral es mayor. Esos arcos exteriores, o “arbotantes”, son otra<br />
de las características esenciales <strong>del</strong> gótico.<br />
Todo el conjunto se decoró entonces con una serie de otros elementos que subrayaban las líneas verticales, o que<br />
servían para darle el aspecto frágil de un encaje. Las fachadas se decoraron con altas torres en las que predominaba<br />
también la forma ojival, y que terminaban en puntas que se dirigían hacia el cielo. En el centro <strong>del</strong> edificio se añadió frecuentemente<br />
otra torre o “flecha”, con igual apariencia e intención. Los arbotantes se adornaron con “gárgolas”, figuras<br />
de animales o de monstruos por cuya boca los techos desaguaban. Las puertas también se decoraron con arcos ojivales<br />
en serie decreciente, como se había hecho antes en el románico con arcos de medio punto. El resultado final era, y es<br />
aún hoy, imponente. La piedra parecía cobrar una ligereza inusitada, y elevarse al cielo. Todo el edificio, tanto en su<br />
exterior como en su interior, era un enorme libro en donde se encontraban reflejados todos los misterios de la fe y los<br />
seres de la creación. El ambiente interior, con sus largas y esbeltas naves, columnas que parecían perderse en las alturas,<br />
ventanales policromos, y juego de luces, parecía ser el trasfondo adecuado para el gran misterio eucarístico que allí<br />
tenía lugar.<br />
En las catedrales góticas, los altos ideales de la época se plasmaron en piedra, y dejaron su testimonio para los siglos<br />
por venir. Casos hubo como el de la catedral [Vol. 1, Page 444] de Beauvais, cuya bóveda se desplomó cuando el<br />
ideal de la verticalidad llevó a los arquitectos a tratar de elevarla más allá de los límites trazados por las leyes físicas. Y<br />
quizá ese esfuerzo fallido fue símbolo de los tiempos, cuando los altos ideales de Hildebrando, Francisco, y otros tropezaban<br />
con la resistencia de la naturaleza humana.<br />
[Vol. 1, Page 445] La cumbre<br />
<strong>del</strong> papado 43<br />
Tú eres tanto el heredero como la herencia <strong>del</strong> mundo. [... ] Pero creo que lo que<br />
has recibido no es su posesión, sino su administración. [... ] Lo que más temo<br />
que pueda sucederte no es el veneno o la espada, sino los deseos de señorear.<br />
Bernardo de Claraval a Eugenio Ill<br />
En el capítulo III seguimos la <strong>historia</strong> <strong>del</strong> papado y sus conflictos con el poder imperial, hasta el momento en que Calixto<br />
II y Enrique V llegaron al Concordato de Worms. Calixto murió en el 1124, y Enrique en el 1125. Puede decirse que a<br />
partir de entonces el papado irá engrandeciendo su poder, al mismo tiempo que el <strong>del</strong> Imperio se irá eclipsando. Ese<br />
proceso, empero, no será continuo, sino que cada partido tendrá sus fluctuaciones, hasta que el papado llegue a la cumbre<br />
de su poder con Inocencio III.<br />
El papado bajo el ala de San Bernardo<br />
A la muerte de Calixto, dos poderosas familias romanas, los Frangipani y los Pierleoni, se disputaron el poder. Cada<br />
una eligió su propio papa, pero afortunadamente el candidato de los Pierleoni renunció a fin de evitar el cisma. El papa<br />
restante, Honorio II, se aseguró de la legitimidad de su elección al renunciar a su vez, para ser elegido de nuevo por los<br />
cardenales. Poco después, al morir Enrique V, el trono imperial quedó vacante, y la sucesión en disputa. Honorio apoyó<br />
a Lotario de Sajonia, quien prometía respetar el Concordato de Worms.<br />
Cuando a la postre la paz <strong>del</strong> Imperio se restauró, el papado quedó en buena posición, pues el Emperador le debía a<br />
Honorio buena parte de su éxito.<br />
Empero la muerte de Honorio trajo un nuevo cisma. Un grupo de cardenales eligió a Inocencio II, mientras otro (al<br />
parecer la mayoría) nombró a Anacleto II. Este último contaba con el apoyo de los Pierleoni y <strong>del</strong> duque de Sicilia. Inocencio,<br />
por su parte, era el papa de los Frangipani y <strong>del</strong> Emperador. Ambos partidos se apresuraron a buscar el reconocimiento<br />
de los demás países.[Vol. 1, Page 446]