justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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52<br />
Cipriano entonces convocó a un sínodo —es decir, una asamblea de los obispos de la región— que decidió que<br />
quienes habían comprado u obtenido certificados sin haber sacrificado podían ser admitidos a la comunión inmediatamente<br />
si mostraban arrepentimiento. Los que habían sacrificado no serían admitidos sino en su lecho de muerte, o<br />
cuando una nueva persecución les diera oportunidad de mostrar la sinceridad de su arrepentimiento. Los que habían<br />
sacrificado y no se arrepentían, no serían admitidos jamás, ni siquiera en su lecho de muerte. Por último, los miembros<br />
<strong>del</strong> clero que habían sacrificado serían depuestos inmediatamente. Con estas decisiones terminó la controversia, aunque<br />
el cisma continuó por algún tiempo. La principal razón por la que Cipriano insistía en la necesidad de regular la admisión<br />
de los caídos a la comunión de la iglesia era su propio concepto de la iglesia. La iglesia es el cuerpo de Cristo, que ha de<br />
participar de la victoria de su Cabeza. Por ello, “fuera de la iglesia no hay salvación”, y “nadie que no tenga a la iglesia<br />
por madre puede tener a Dios por padre”. En su caso, esto no quería decir que hubiera que estar de acuerdo en todo con<br />
la jerarquía de la iglesia —Cipriano mismo tuvo sus disputas con la jerarquía de la iglesia de Roma— pero sí implicaba<br />
que la unidad de la iglesia era de suma importancia. Puesto que las acciones de los confesores amenazaban con quebrantar<br />
esa unidad, Cipriano se sentía obligado a rechazar esas acciones e insistir en que fuera un sínodo el que decidiera<br />
lo que habría de hacerse con los caídos.<br />
Además, no hemos de olvidar que Cipriano era fiel admirador de Tertuliano, cuyas obras estudiaba con asiduidad. El<br />
espíritu rigorista de Tertuliano se hacía sentir en Cipriano y en su insistencia en que los caídos no fueran admitidos de<br />
nuevo a la comunión de la iglesia con demasiada facilidad. La iglesia debía ser una comunidad de santos, y los idólatras<br />
y apóstatas no tenían lugar en ella.<br />
Mucho más rigorista que Cipriano era Novaciano, quien en Roma se oponía a la facilidad con que el obispo Cornelio<br />
admitía de nuevo a la comunión a los que habían caído. Años antes, había habido un conflicto semejante en la misma<br />
ciudad de Roma, cuando Hipólito —a quien hemos de referirnos en el próximo capítulo como exponente <strong>del</strong> culto cristiano—<br />
rompió con el obispo Calixto porque éste estaba dispuesto a perdonar a los que habían fornicado y regresaban<br />
arrepentidos. En aquella ocasión, el resultado fue un cisma, de modo que llegó a haber dos obispos rivales en Roma.<br />
También ahora, en el caso de Novaciano, se produjo otro cisma, pues Novaciano insistía en que la iglesia debía ser<br />
pura, y las acciones de Cornelio al admitir a los caídos la mancillaban. El cisma de Hipólito no había durado mucho; pero<br />
el de Novaciano perduraría por varias generaciones. La importancia de todo esto es que muestra cómo la cuestión de la<br />
restauración de los caídos fue una de las preocupaciones principales de la iglesia occidental —es decir, de la iglesia en<br />
la parte <strong>del</strong> Imperio que hablaba el latín— desde fecha muy temprana. La cuestión de qué debía hacerse con los que<br />
pecaban después de su bautismo dividió a la iglesia occidental en repetidas ocasiones. De esa preocupación surgió todo<br />
el sistema penitencial de la iglesia. Y a la larga la Reforma Protestante fue en su esencia una protesta contra ese sistema.<br />
Todo esto, empero, pertenece a otros lugares en esta <strong>historia</strong>.<br />
[Vol. 1, Page 111] La vida cristiana 11<br />
... no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles,<br />
antes [... ] lo flaco <strong>del</strong> mundo escogió Dios, para avergonzar lo fuerte.<br />
1 Corintios 1:26–27<br />
Hasta aquí hemos venido narrando la <strong>historia</strong> <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong> prestando especial atención a los conflictos entre la iglesia<br />
y el estado, así como a la labor teológica de los más distinguidos pensadores de la iglesia. Este método, sin embargo,<br />
presenta una dificultad: puesto que la mayoría de los documentos que se han conservado tratan acerca de la obra y el<br />
pensamiento de los jefes de la iglesia, corremos el riesgo de olvidarnos de la vida y el testimonio <strong>del</strong> común de los cristianos.<br />
Por tanto, conviene que nos detengamos a consignar algo de lo poco que sabemos acerca de las masas cristianas,<br />
así como <strong>del</strong> culto y de la vida cristiana cotidiana.<br />
El origen social de los cristianos<br />
Más arriba, en la pág. 94 OJO: poner número correcto, hemos citado las palabras <strong>del</strong> pagano Celso acusando a<br />
los cristianos de ser gentes ignorantes cuya propaganda tenía lugar, no en las escuelas ni en los foros, sino en las cocinas,<br />
los talleres y las talabarterías. Aunque la obra de cristianos tales como Justino, Clemente y Orígenes parece darles<br />
un mentís a las palabras de Celso, el hecho es que, en términos generales, Celso decía verdad. Los sabios entre los<br />
cristianos eran la excepción más bien que la regla. Y en su obra Contra Ceiso, Orígenes se cuida de no desmentir a su<br />
contrincante en este punto. Desde el punto de vista de paganos cultos tales como Tácito, Cornelio Frontón y Marco Aurelio,<br />
los cristianos eran una gentuza despreciable, sin educación ni cultura. En esto no se equivocaban los paganos, pues<br />
todo parece indicar que la mayoría de los cristianos de los primeros siglos pertenecía a las clases más bajas de la sociedad.<br />
Según el testimonio de los Evangelios, Jesús pasó la mayor parte de su ministerio entre pescadores, prostitutas e