justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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ser abandonadas por temor a ellos. Los viajes por el interior <strong>del</strong> país se hicieron imposibles para las gentes ricas. Y en<br />
más de una oportunidad los circunceliones llegaron hasta los bordes mismos de ciudades importantes. El crédito sufrió y<br />
el comercio se paralizó.<br />
Frente a esta situación, las autoridades romanas apelaron a la fuerza. Hubo persecuciones, intentos de persuadir,<br />
grandes matanzas y ocupación militar. Pero todo fue en vano. Los circunceliones representaban un descontento popular<br />
profundo, y el movimiento no pudo ser extirpado. Como veremos más a<strong>del</strong>ante, poco después los vándalos invadieron la<br />
región, y con ello terminó el dominio latino sobre ella. Pero aun bajo los vándalos el movimiento no desapareció. En el<br />
siglo VI el Imperio Romano de Oriente —cuya capital era Constantinopla— conquistó la región. Pero los circunceliones<br />
no desaparecieron. No fue sino después de la conquista <strong>del</strong> norte de Africa por los musulmanes, en el siglo VII, que el<br />
donatismo y los circunceliones dejaron de existir.<br />
En conclusión, el donatismo —y en particular los donatistas radicales, o circunceliones— fue una reacción más a las<br />
nuevas circunstancias producidas por la conversión de Constantino. Mientras algunos recibieron el nuevo orden con los<br />
brazos abiertos, y otros protestaron retirándose al desierto, los donatistas sencillamente rompieron con la iglesia que se<br />
había aliado al Imperio.<br />
[Vol. 1, Page 169] La controversia<br />
arriana y el Concilio<br />
de Nicea 17<br />
Y [creemos] en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado como el Unigénito<br />
<strong>del</strong> Padre, es decir, de la substancia <strong>del</strong> Padre, Dios de Dios, luz de luz,<br />
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consubstancial al<br />
Padre. . .<br />
Credo de Nicea<br />
Desde sus mismos inicios, la iglesia había estado envuelta en controversias teológicas. En tiempos <strong>del</strong> apóstol Pablo fue<br />
la cuestión de la relación entre judíos y gentiles; después apareció la amenaza <strong>del</strong> gnosticismo y de otras doctrinas semejantes;<br />
en el siglo III, cuando Cipriano era obispo de Cartago, se debatió la cuestión de la restauración de los caídos.<br />
Todas éstas fueron controversias importantes, y a veces amargas. Pero en aquellos casos había dos factores que limitaban<br />
el fragor de las contiendas.<br />
El primero era que el único modo de ganar el debate frente a los contrincantes era la fuerza <strong>del</strong> argumento o de la fe.<br />
Cuando dos bandos diferían en cuanto a cuál de ellos interpretaba el evangelio correctamente, no era posible acudir a<br />
las autoridades imperiales para zanjar las diferencias.<br />
El segundo factor que limitaba el alcance de las controversias es que quienes estaban envueltos en ellas siempre<br />
tenían otras preocupaciones además de la cuestión que se discutía. Pablo, al mismo tiempo que escribía contra los judaizantes,<br />
se dedicaba a la labor misionera, y siempre estaba expuesto a ser encarcelado, azotado, o quizá muerto.<br />
Tanto Cipriano como sus contrincantes sabían que la persecución que acababa de pasar no era la última, y que por encima<br />
de ambos bandos todavía estaba el Imperio, que en cualquier momento podía desatar una nueva tormenta. Y lo<br />
mismo puede decirse de los cristianos que en el siglo segundo discutían acerca <strong>del</strong> gnosticismo.<br />
[Vol. 1, Page 170] Pero con el advenimiento de la paz de la iglesia las circunstancias cambiaron. Ya el peligro de la<br />
persecución parecía cada vez más remoto, y por tanto cuando surgía una controversia teológica quienes estaban envueltos<br />
en ella se sentían con más libertad para proseguir en el debate. Mucho más importante, sin embargo, fue el hecho de<br />
que ahora el estado estaba interesado en que se resolvieran todos los conflictos que pudieran aparecer entre los fieles.<br />
Constantino pensaba que la iglesia debía ser “el cemento <strong>del</strong> Imperio”, y por tanto cualquier división en ella le parecía<br />
amenazar la unidad <strong>del</strong> Imperio. Por tanto, ya desde tiempos de Constantino, según veremos en el presente capítulo, el<br />
estado comenzó a utilizar su poder para aplastar las diferencias de opinión que surgían dentro de la iglesia. Es muy posible<br />
que tales opiniones disidentes de veras hayan sido contrarias a la verdadera doctrina cristiana, y que por tanto<br />
hayan hecho bien en desaparecer. Pero el peligro estaba en que, en lugar de permitir que se descubriera la verdad mediante<br />
el debate teológico y la autoridad de las Escrituras, muchos gobernantes trataron de simplificar este proceso sencillamente<br />
decidiendo que tal o cual partido estaba errado, y ordenándole callar. El resultado fue que en muchos casos