justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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santo monje, que podría ser un aliado poderoso contra los embates <strong>del</strong> arrianismo. Basilio salió de su retiro y se preparó<br />
para la lucha.<br />
La situación en Cesarea era triste. El mal tiempo había creado gran escasez de alimentos, y los ricos almacenaban<br />
todo lo que podían conseguir. Basilio comenzó a predicar contra tales prácticas, al tiempo que vendía todas sus propiedades<br />
para alimentar a los pobres. Además, decía, si cada cual tomara sólo lo que le hace falta, y diera a los demás lo<br />
que necesitan, no habría ricos ni pobres.<br />
Cuando murió el obispo y la sede quedó vacante, los nicenos estaban convencidos de que era necesario que Basilio<br />
fuese electo para ocupar el cargo. Los arrianos, por su parte, trataron de hacer todo lo posible por evitarlo. Con este<br />
propósito centraron su atención sobre lo único que podría impedir que Basilio fuese un buen obispo, su salud endeble.<br />
Pero entre los presentes estaba el obispo Gregorio de Nacianzo —el padre <strong>del</strong> amigo de Basilio— quien respondió a tal<br />
objeción preguntando si se trataba de elegir a un obispo o a un gladiador. A la postre, Basilio resultó electo. El nuevo<br />
obispo de Cesarea —se trata de Cesarea en Capadocia, y no de Cesarea en Palestina, donde el famoso <strong>historia</strong>dor<br />
Eusebio había sido obispo— sabía que su elección le acarrearía conflictos con el emperador, que era arriano. Poco después<br />
de la elección de Basilio, Valente anunció su propósito de visitar la ciudad de Cesarea. Tales visitas imperiales por<br />
lo general traían tristes consecuencias para los nicenos, pues el emperador hacía todo lo posible por fortalecer el bando<br />
arriano en cada ciudad que visitaba.<br />
A fin de preparar el camino para la visita imperial, numerosos funcionarios llegaron a Cesarea. Una de las tareas que<br />
el emperador les había encomendado era que doblegaran el ánimo <strong>del</strong> nuevo obispo mediante promesas y amenazas.<br />
Pero Basilio no era fácil de doblegar. Por fin, en una entrevista acalorada, el prefecto pretoriano, Modesto, perdió la paciencia,<br />
y amenazó a Basilio con confiscación de bienes, exilio, torturas y muerte. A esto Basilio respondió: “Lo único que<br />
poseo [Vol. 1, Page 197] que puedas confiscar son estos harapos y algunos libros. Tampoco me puedes exiliar, pues<br />
dondequiera que me mandes seré huésped de Dios. En cuanto a las torturas, ya mi cuerpo está muerto en Cristo. Y la<br />
muerte me hará un gran favor, pues me llevará más presto hasta Dios”. Era una escena que recordaba los antiguos<br />
tiempos de las persecuciones. Sorprendido, Modesto le confesó que nunca se habían atrevido a hablarle en tales términos.<br />
A ello, Basilio respondió “Quizá ello se deba a que nunca te has tropezado con un verdadero obispo”.[Vol. 1, Page<br />
198]<br />
Por fin Valente llegó a Cesarea. Cuando llevó su ofrenda ante el altar, nadie se acercaba a recibirla. Valente se sentía<br />
humillado y conmovido ante tal firmeza, hasta que a la postre el propio Basilio, dando muestras de que con ello era él<br />
quien le hacía un favor al emperador, y no viceversa, se acercó y tomó su ofrenda.<br />
Pocos días después el hijo de Valente cayó gravemente enfermo. Los médicos no ofrecían esperanza alguna, y el<br />
Emperador se vio obligado a acudir a las oraciones <strong>del</strong> famoso Obispo de Cesarea. Basilio oró por el muchacho, tras<br />
exigirle a Valente que el niño fuese bautizado y educado en la fe ortodoxa. El enfermo mejoró, y Basilio partió con el<br />
beneplácito imperial. Pero en ausencia <strong>del</strong> obispo los arrianos de la corte convencieron a Valente de que la mejoría era<br />
sólo una coincidencia, y que no tenía que cumplir la promesa hecha a Basilio. Tan pronto como Valente se dejó convencer<br />
por los arrianos, el niño enfermó de nuevo y murió. Desde entonces el Emperador sintió hacia el Obispo de Cesarea<br />
un odio incontenible, unido a un profundo temor.<br />
Ese odio y temor se pusieron de manifiesto en el último intento por parte de Valente de oponerse a Basilio. El Emperador<br />
decidió que el mejor modo de tratar con el obispo recalcitrante era enviarle al exilio. Con ese propósito decidió<br />
firmar un edicto de destierro. Pero cuenta un cronista que cada vez que tomaba la pluma para sellar su decisión con su<br />
firma, la pluma se le rompía. Valente sencillamente no podía refrenar el temor que le dominaba. Por fin, convencido de<br />
que estaba recibiendo una advertencia de lo alto, el Emperador decidió que lo más sabio era dejar en paz al venerado<br />
obispo de Cesarea.<br />
A partir de entonces Basilio pudo dedicarse por entero a las labores de su episcopado. Además de actuar como hábil<br />
pastor, continuó organizando y dirigiendo la vida monástica. También introdujo algunas reformas en la liturgia, aunque la<br />
llamada “Liturgia de San Basilio” no es verdaderamente suya, sino que es producto de fecha posterior.<br />
En medio de todas estas labores, Basilio se encontraba profundamente envuelto en las controversias acerca de la<br />
doctrina de la Trinidad, a la que se oponían los arrianos. Mediante una amplia correspondencia y varios tratados teológicos,<br />
Basilio contribuyó al triunfo final de la doctrina trinitaria que el Concilio de Nicea había proclamado. Empero, al igual<br />
que Atanasio, no pudo ver ese triunfo final, pues murió pocos meses antes de que el Concilio de Constantinopla, en el<br />
año 381, confirmara la doctrina nicena.<br />
Gregorio de Nisa<br />
El hermano menor de Basilio, Gregorio de Nisa, era de un temperamento completamente opuesto al <strong>del</strong> famoso<br />
obispo de Cesarea.