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En el campo propiamente teológico, el concilio afirmó una vez más la doctrina trinitaria, frente a los arrianos, y decretó<br />

que el bautismo debía hacerse mediante una sola inmersión, pues la triple inmersión podía dar a entender que la Trinidad<br />

estaba dividida y que por tanto los arrianos tenían razón.<br />

Además, el concilio legisló cuidadosamente acerca de la vida moral de los obispos y demás clérigos, y en particular<br />

acerca de sus matrimonios, que sólo deben tener lugar después de consultar con el obispo. Pero los castigos que señala<br />

para los clérigos que se unan ilegítimamente a mujeres son a todas luces in<strong>justo</strong>s, pues mientras se ordena que la mujer<br />

sea “separada y vendida por el obispo”, se dice sencillamente que el clérigo “hará penitencia por algún tiempo”.<br />

Sin embargo, en su legislación acerca de los judíos, el concilio (presidido por el hombre más ilustrado de su época)<br />

nos da muestras más claras de la barbarie que reinaba. Aunque el concilio declara que no se ha de obligar a los judíos a<br />

convertirse, decreta además que los judíos que fueron convertidos a la fuerza en tiempos <strong>del</strong> “religiosísimo príncipe Sisebuto”<br />

no tendrán libertad de volver a su antigua fe, pues tal cosa sería blasfemia contra el nombre <strong>del</strong> Señor. Para<br />

evitar que los judíos conversos regresen a su vieja fe, se les prohíbe todo trato con los no conversos (aun cuando éstos<br />

sean sus parientes más cercanos). Si algún converso resulta conservar todavía algunas de sus antiguas prácticas o<br />

creencias (particularmente “las abominables circuncisiones”), sus hijos le serán arrebatados, “para que sus padres no los<br />

contaminen”. Y si algún judío no converso está casado con mujer cristiana, se le hará saber que tiene que escoger entre<br />

hacerse cristiano y separarse de su mujer. Tras la separación, los hijos irán con la madre. Pero si el caso es inverso, y la<br />

madre es judía, los hijos irán con el padre cristiano.<br />

Isidoro de Sevilla murió en el año 636, tres años después <strong>del</strong> concilio cuyos principales decretos hemos resumido.<br />

Tras su muerte, no hubo otro personaje de igual estatura en toda la iglesia visigoda. Pero si la iglesia carecía de dirigentes<br />

notables, el estado estaba en peores circunstancias. El rey Sisenando murió también en el 636, y siguió la interminable<br />

lista de usurpaciones y crímenes políticos.<br />

Chindasvinto, por ejemplo, se afianzó en el trono, y aseguró la sucesión de su hijo Recesvinto, al matar a setecientos<br />

hombres cuyas mujeres e hijos repartió entre sus allegados. A la muerte de Recesvinto, los nobles eligieron a Wamba,<br />

quien tuvo que luchar contra rebeliones en diversas partes y a la postre fue destronado. Esta larga <strong>historia</strong> de traiciones,<br />

conspiraciones y crímenes continuó hasta el año 711, cuando ocupaba el trono el rey Rodrigo, y las huestes musulmanas<br />

pusieron fin al reino visigodo. Empero la narración de tales acontecimientos pertenece a otro capítulo de esta Tercera<br />

Sección. Baste señalar aquí que en medio de todas estas [Vol. 1, Page 253] idas y venidas políticas fue la iglesia,<br />

mucho más que el régimen político, la que le dio cierta medida de estabilidad a la vida.<br />

El reino franco en la Galia<br />

Durante la mayor parte <strong>del</strong> siglo V, los borgoñones compartieron con los francos el dominio de la Galia. Mientras los<br />

francos eran paganos, los borgoñones eran arrianos. Pero sus reyes no persiguieron a los habitantes católicos <strong>del</strong> país,<br />

como lo habían hecho los vándalos en el norte de Africa. Al contrario, estos reyes hicieron todo lo posible por establecer<br />

buenas relaciones con el pueblo conquistado, en su mayoría católico. Gondebaldo, por ejemplo, contó entre sus más<br />

cercanos consejeros al obispo católico Avito de Viena (la misma ciudad cuyos mártires ocuparon nuestra atención en la<br />

Sección Primera de esta <strong>historia</strong>). Aunque el propio Gondebaldo no se hizo católico, su hijo Segismundo sí dio ese paso,<br />

y por tanto a partir <strong>del</strong> año 516 sus territorios estuvieron unidos bajo una sola fe. Cuando los borgoñones fueron conquistados<br />

por los francos en el 534, conservaron su fe católica.<br />

Por su parte, los francos, que a la larga se posesionarían de toda la Galia y le darían el nombre de “Francia”, eran<br />

paganos.<br />

Cuando por primera vez penetraron en los territorios <strong>del</strong> Imperio, estaban mucho menos organizados que los visigodos<br />

o los borgoñones. Además, sus contactos con la civilización romana habían sido más escasos. Lejos de estar unidos<br />

bajo un solo jefe, estaban divididos en diversas ramas y tribus, cada una con su propio jefe. Pero poco después de su<br />

asentamiento en el norte de la Galia comenzaron a unirse bajo la dirección inteligente y poderosa de Meroveo, su hijo<br />

Childerico y su nieto Clodoveo. En el año 486, este último comenzó una serie de maniobras políticas y de conquistas que<br />

pronto lo hicieron dueño <strong>del</strong> norte de la Galia.<br />

Clodoveo y sus francos habían tenido amplias oportunidades de conocer la fe cristiana, pues todavía habitaban en la<br />

Galia los descendientes de los pueblos romanizados que habían sido conquistados por los francos. Puesto que parte <strong>del</strong><br />

propósito de los francos era llegar a ser partícipes de la civilización romana, estos antiguos habitantes de la región eran<br />

respetados y escuchados por sus conquistadores. Además, Clodoveo se había casado con la princesa borgoñona Clotilde,<br />

que era cristiana.<br />

Fue en medio de la campaña contra los alemanes, uno de los grupos que le disputaban el dominio de la Galia, que<br />

Clodoveo se convirtió. Se cuenta que le prometió a Jesucristo, el Dios de Clotilde, que si le daba la victoria se convertiría.<br />

Tras una ardua batalla, los alemanes fueron derrotados, y Clodoveo recibió el bautismo el día de Navidad <strong>del</strong> año 496,

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