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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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193<br />

—Creemos.<br />

—¿Y en el Espíritu Santo?<br />

—Creemos.<br />

—¿Y en la madre de Cristo? —Creemos.<br />

“Aquí todos gritaron burlándose, y los valdenses se retiraron confusos, y con razón”. La burla se refería a que Map<br />

había atrapado a Valdo y sus seguidores en un subterfugio, llevándolos a declarar que María era “madre de Cristo”, y no<br />

“madre de Dios”, como lo había promulgado el Tercer Concilio Ecuménico. Lo que sucedía era sencillamente que Map y<br />

los suyos se ufanaban de sus conocimientos teológicos, y se burlaban de quienes, por falta de esos conocimientos, podían<br />

caer en una trampa. Sobre esa base, se les prohibió predicar a menos que su obispo se lo permitiera. Puesto que<br />

éste ya había dado muestras de su animadversión hacia Valdo y sus seguidores, tal permiso no era de esperarse.<br />

De regreso en Lión, Valdo y sus discípulos se negaron a aceptar la decisión de su obispo, y continuaron predicando.<br />

En el 1184, un concilio reunido en Verona los condenó. Pero a pesar de ello los valdenses persistieron en su pobreza y<br />

su predicación. Durante algún tiempo se esparcieron por diversas ciudades. Pero a la postre la persecución fue tal que<br />

se vieron obligados a refugiarse en los valles más retirados de los Alpes.[Vol. 1, Page 413]<br />

Allí se les reunieron poco después los restos <strong>del</strong> movimiento de los “pobres lombardos”, muy semejante al de los<br />

valdenses, y también perseguido por la jerarquía eclesiástica. Debido a su <strong>historia</strong>, quienes se refugiaron en aquellos<br />

escondites no sentían aprecio alguno hacia Roma y el resto de la jerarquía eclesiástica. Cuando en el siglo XVI se produjo<br />

la reforma protestante, algunos predicadores reformados establecieron contacto con los valdenses, quienes aceptaron<br />

su doctrina y se hicieron así protestantes.<br />

San Francisco y la Orden de los Hermanos Menores<br />

En sus orígenes, el movimiento franciscano fue muy semejante al de los valdenses. El propio Francisco pertenecía,<br />

al igual que Valdo, a una familia de mercaderes. Su padre, Pietro Bernardone, pertenecía a la nueva clase que había<br />

surgido poco antes gracias al comercio. Al igual que Valdo, Francisco pasó los primeros años de su vida en los intereses<br />

y ocupación comunes a jóvenes de su clase social.<br />

Su verdadero nombre era Juan (Giovanni). Pero su madre era francesa, y los intereses comerciales de su padre lo<br />

llevaron establecer contacto estrecho con Francia. Giovanni tenía alma de trovador, y por ello aprendió la lengua <strong>del</strong> sur<br />

de Francia, cuyos trovadores eran famosos. A la postre se le conoció en Asís por el apodo de “Francisco”, es decir, el<br />

pequeño francés. Ese apodo es el nombre por el que lo conocieron sus seguidores, y que él hizo famoso.<br />

Francisco tenía más de veinte años cuando se produjo un cambio notable en su vida. Poco antes había regresado<br />

de una expedición militar al sur de Italia. Ahora, tras haber sufrido varias enfermedades que casi le costaron la vida, solía<br />

retirarse a una cueva, donde pasaba largas horas de meditación y de lucha consigo mismo. Un buen día, sus antiguos<br />

compañeros de juego lo vieron en extremo feliz, como hacía tiempo que no lo veían.<br />

—¿Por qué te alegras?— le preguntaron.<br />

—Porque me he casado.<br />

—¿Con quién?<br />

—¡Con la señora Pobreza!<br />

Lo que había sucedido era que, tras larga lucha, el joven Francisco había decidido seguir el camino que antes habían<br />

tomado Pedro Valdo y los muchos ermitaños y ascetas que habían renunciado a las comodidades y honores <strong>del</strong><br />

mundo. Cuando su padre le daba dinero, inmediatamente iba y buscaba algún pobre a quien regalárselo. Sus vestimentas<br />

no eran más que unos viejos harapos. Si su familia le daba nuevas ropas, éstas seguían el mismo camino que antes<br />

había tomado el dinero. En lugar de ocuparse de los negocios textiles de su padre, Francisco pasaba el tiempo alabando<br />

las virtudes de la pobreza ante cualquier persona que quisiera escucharlo, o reconstruyendo una capilla abandonada, o<br />

disfrutando de la belleza y armonía de naturaleza.<br />

Su padre, exasperado, lo encerró en un sótano y apeló a las autoridades. Estas pusieron el caso a disposición <strong>del</strong><br />

obispo, quien por fin falló que, si Francisco no estaba dispuesto a usar mejor de los bienes de su familia, debía renunciar<br />

a ellos. Esto era precisamente lo que nuestro joven quería. Renunciando a su herencia, dijo: [Vol. 1, Page 414] “Escuchadme<br />

bien todos. Desde ahora no quiero referirme más que a ‘nuestro Padre que está en los cielos’”.<br />

Acto seguido, para mostrar lo absoluto de su decisión, se quitó las ropas que llevaba, se las devolvió a su padre, y<br />

partió desnudo.<br />

Tras dejar a su familia, Francisco marchó al bosque. Allí lo asaltó una banda de ladrones, quienes al verlo vestido<br />

tan sólo con la túnica que un ayudante <strong>del</strong> obispo le había echado encima, le preguntaron quién era.<br />

“Soy el heraldo <strong>del</strong> Gran Rey”, les contestó.<br />

Ellos, entre burlas y risas lo golpearon y lo dejaron tirado en la nieve.

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