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dirigía. Para él, la controversia arriana no era cuestión de sutilezas teológicas, sino que tenía que ver con el centro mismo<br />

de la fe cristiana.<br />

Cuando Alejandro, el obispo de Alejandría, enfermó de muerte, todos daban por sentado que Atanasio sería su sucesor.<br />

Pero Atanasio, que no quería sino vivir tranquilamente ofreciendo los sacramentos y adorando con el pueblo, se<br />

retiró al desierto. En su lecho de muerte, Alejandro lo buscó, probablemente para hacerles ver a los presentes que deseaba<br />

que Atanasio le sucediera; pero Atanasio no estaba allí. Por fin, varias semanas después de la muerte de Alejandro,<br />

y contra los deseos <strong>del</strong> propio Atanasio, el joven pastor fue elegido obispo de Alejandría. Era el año 328, y ese mismo<br />

año el emperador Constantino levantó la sentencia de exilio contra Arrio. El arrianismo comenzaba a ganar terreno, y<br />

la lucha se preparaba.<br />

El primer exilio<br />

Eusebio de Nicomedia y los demás dirigentes arrianos sabían que Atanasio era uno de sus enemigos más temibles.<br />

Por tanto, pronto empezaron a hacer todo lo posible por destruirle, haciendo circular rumores en el sentido de que practicaba<br />

la magia, y que tiranizaba a sus súbditos entre los cristianos <strong>del</strong> Egipto. Por fin Constantino le ordenó que se presentara<br />

ante un concilio reunido en Tiro, donde tendría que responder a graves cargos. En particular, se le acusaba de<br />

haber matado a un tal Arsenio, obispo de una secta rival, y haberle cortado la mano para usarla en ritos mágicos. Atanasio<br />

fue a Tiro, según se le ordenaba, y después de escuchar [Vol. 1, Page 188] la acusación que contra él se hacía hizo<br />

introducir en la sala a un hombre encubierto con una gran manta. Tras asegurarse de que varios de los presentes conocían<br />

a Arsenio, hizo descubrir el rostro <strong>del</strong> encapuchado, y sus acusadores quedaron confundidos al reconocer al obispo<br />

que supuestamente había sido muerto. Pronto, sin embargo, alguien dijo que, aunque Atanasio no había matado a Arsenio,<br />

sí le había cortado la mano. Ante la insistencia de la asamblea, Atanasio descubrió una de las manos de Arsenio, y<br />

mostró que estaba intacta. “¡Fue la otra!” gritaron algunos de los presentes, que se habían dejado convencer por los<br />

rumores echados a rodar por los arrianos. Entonces Atanasio mostró que la otra mano de Arsenio estaba también en su<br />

lugar, y en tono sarcástico preguntó: “Decidme, ¿qué clase de monstruo creéis que es Arsenio, que tiene tres manos?”<br />

Ante estas palabras, unos rompieron a reír, mientras otros no pudieron sino decir que los arrianos los habían engañado.<br />

El concilio terminó en el más completo desorden, y Atanasio quedó libre.<br />

El obispo de Alejandría aprovechó esta oportunidad para presentar su caso ante el emperador. Se fue a Constantinopla<br />

y un buen día saltó ante el caballo <strong>del</strong> emperador, lo sujetó por la brida, y no lo soltó hasta que Constantino le<br />

prometió que le daría una audiencia. Quizá debido a la influencia de Eusebio de Nicomedia en la corte tales métodos<br />

eran necesarios. Pero quien conociera a Constantino sabría que en aquella acción el joven obispo se había ganado a la<br />

vez el respeto y el odio <strong>del</strong> emperador. Cuando algún tiempo más tarde Eusebio de Nicomedia le dijo a Constantino que<br />

Atanasio se había jactado de poder detener los envíos de trigo de Alejandría a Constantinopla, Constantino creyó lo que<br />

le decía el obispo arriano, y ordenó que Atanasio fuese exiliado a Tréveris, en el Occidente.<br />

Pero poco después Constantino murió —luego de ser bautizado por Eusebio de Nicomedia— y le sucedieron sus<br />

tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. Los tres hermanos, después de la matanza de todos sus parientes a<br />

que nos hemos referido antes, decidieron que todos los obispos que estaban exiliados por su oposición al arrianismo<br />

podían volver a sus sedes, y Atanasio pudo regresar <strong>del</strong> exilio.<br />

Las muchas vicisitudes<br />

Empero el regreso de Atanasio a Alejandría no fue el fin, sino el comienzo de toda una vida de luchas y de exilios repetidos.<br />

En Alejandría había algunos que apoyaban a los arrianos, y que ahora decían que Atanasio no era el obispo<br />

legítimo de esa ciudad. Quien pretendía tener derecho a ese cargo era un tal Gregorio, arriano, que contaba con el apoyo<br />

<strong>del</strong> gobierno. Puesto que Atanasio no quería entregarle las iglesias, Gregorio se decidió a tomarlas por la fuerza, y en<br />

consecuencia se produjeron tales desmanes que Atanasio decidió que, a fin de evitar más ultrajes y profanaciones, era<br />

mejor que él se ausentara de la ciudad y le dejara el campo libre a Gregorio. Sin embargo, cuando llegó al puerto y trató<br />

de obtener pasaje, descubrió que el gobernador había prohibido que abandonara la ciudad, o que se le ofreciera pasaje<br />

para hacerlo. Por fin logró convencer a uno de los capitanes de navío que lo sacara a escondidas <strong>del</strong> puerto de Alejandría,<br />

y lo llevara a Roma.[Vol. 1, Page 189]<br />

El exilio de Atanasio en Roma fue fructífero, pues tanto los nicenos como los arrianos le habían pedido al obispo de<br />

Roma, Julio, que les prestase su apoyo. Ahora la presencia de Atanasio contribuyó grandemente al triunfo de la causa<br />

nicena en esa ciudad, y por fin un sínodo reunido en ella declaró que Atanasio era el obispo legítimo de Alejandría, y que<br />

Gregorio era un usurpador. Aunque por lo pronto, dada la situación política, esto no quería decir que Atanasio podía<br />

regresar a Alejandría, sí significaba que la iglesia occidental le prestaba su apoyo moral, con el que Gregorio no podía ya<br />

contar. Por fin, tras una larga serie de negociaciones, Constante, quien había quedado como único emperador en el Oc-

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