justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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quien todavía no estaba totalmente reconciliado. El golpe fue rudo, y dejó a Gregorio abatido. Pero cuando por fin se<br />
recobró había tomado la decisión de intervenir en la contienda de que había tratado de sustraerse, y a la que Basilio<br />
había dedicado tantas energías. En el año 379 se presentó en Constantinopla. Era todavía la época en que el arrianismo<br />
gozaba <strong>del</strong> apoyo <strong>del</strong> poder político. No había en toda la ciudad ni una sola iglesia ortodoxa. En casa de un pariente,<br />
Gregorio comenzó a celebrar servicios ortodoxos. En las calles las gentes le apedreaban. En más de una ocasión grupos<br />
de monjes arrianos irrumpieron en sus cultos y profanaron su altar. Pero en medio de todo ello Gregorio seguía firme.<br />
Los himnos que componía, la firmeza de su convicción, y el poder de su oratoria sostenían el ánimo de su pequeña congregación.<br />
Fue en medio de estas luchas que Gregorio pronunció sus Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad,<br />
que aún hasta el día de hoy son tenidos por una de las mejores exposiciones de la doctrina trinitaria.<br />
Por fin sus esfuerzos recibieron su recompensa. A fines <strong>del</strong> año 380, el emperador Teodosio entraba triunfante en<br />
Constantinopla. Teodosio era un general ortodoxo, natural de España, que pronto echó a los arrianos de la ciudad. Pocos<br />
días después, el emperador se hizo acompañar de Gregorio en su visita a la catedral de Santa Sofía. Todos estaban<br />
reunidos allí, en medio de un día tenebroso, cuando un rayo de sol se abrió paso por entre las nubes y fue a dar sobre<br />
Gregorio. Inmediatamente los presentes vieron en esto una señal <strong>del</strong> cielo y comenzaron a dar gritos: “¡Gregorio obispo,<br />
Gregorio obispo, Gregorio obispo!” Puesto que esto convenía a sus intereses, Teodosio inmediatamente dio su aprobación.<br />
Gregorio, empero, no deseaba tal cargo, y fue necesario convencerle y proceder a una elección en regla. El oscuro<br />
monje de Nacianzo era ahora Patriarca de Constantinopla.<br />
Algunos meses más tarde, cuando el emperador convocó a un concilio que se reunió en Constantinopla, fue Gregorio<br />
de Nacianzo, como obispo de la capital, quien presidió las primeras sesiones. En esas tareas, Gregorio estaba fuera<br />
de su ambiente, y según él decía, los obispos se comportaban como un enjambre de avispas alborotadas. Cuando algunos<br />
de sus opositores sacaron a relucir el hecho de que Gregorio era obispo de Sasima, y que por tanto no podía serlo<br />
también de Constantinopla, Gregorio se mostró pronto a renunciar a un cargo que nunca había deseado, y así lo hizo.<br />
Nectario, el gobernador civil de Constantinopla, fue electo obispo de esa ciudad, y ocupó el cargo con relativa distinción<br />
hasta que le sucedió Juan Crisós<strong>tomo</strong>, de quien hemos de ocuparnos más a<strong>del</strong>ante.<br />
El Concilio de Constantinopla reafirmó lo que había dicho el de Nicea acerca de la divinidad <strong>del</strong> Verbo, y añadió que<br />
lo mismo podría decirse <strong>del</strong> Espíritu Santo. Luego, fue ese concilio el que proclamó definitivamente la doctrina de la Trinidad.<br />
En gran medida, sus decisiones, y la teología que esas decisiones reflejaban, fueron obra de los Grandes Capadocios.<br />
En cuanto a Gregorio, regresó a su tierra natal y se dedicó a las tareas pastorales y a componer himnos. Cuando<br />
supo que Teodosio pensaba convocar otro concilio y pedirle a él que lo presidiera, Gregorio se negó rotundamente. Murió<br />
por fin, apartado de las pompas civiles y eclesiásticas, en su retiro en Arianzo, cuando tenía unos sesenta años de<br />
edad.<br />
[Vol. 1, Page 204] Ambrosio de Milán 21<br />
Dios ordenó que todas las cosas fueran producidas, de modo que hubiera comida<br />
en común para todos, y que la tierra fuese la heredad común de todos. Por<br />
tanto, la naturaleza ha producido un derecho común a todos; pero la avaricia lo<br />
ha vuelto el derecho de unos pocos.<br />
Ambrosio de Milán<br />
Entre los muchos gigantes cristianos que el siglo IV produjo, ninguno llevó una vida tan interesante como Ambrosio de<br />
Milán.<br />
Su elección al episcopado<br />
Corría el año 373 cuando la muerte <strong>del</strong> obispo de Milán vino a turbar la paz de esa gran ciudad. Auxencio, el difunto<br />
obispo, había sido puesto en ese cargo por un emperador arriano, quien había enviado al exilio al obispo anterior. Ahora<br />
que la sede estaba vacante, la elección amenazaba convertirse en un tumulto que podía volverse sangriento, pues tanto<br />
los arrianos como los nicenos estaban decididos a asegurarse de que uno de los suyos resultara electo.<br />
A fin de evitar un motín, Ambrosio, el gobernador de la ciudad, se presentó en la iglesia en que iba a tener lugar la<br />
elección. Su gobierno <strong>justo</strong> y eficiente le había ganado las simpatías <strong>del</strong> pueblo. Natural de Tréveris, Ambrosio era hijo<br />
de un alto funcionario <strong>del</strong> Imperio, y por tanto esperaba que su carrera política le llevaría a posiciones cada vez más<br />
elevadas. Pero, a fin de que esa carrera no fuese arruinada, era necesario evitar un desorden violento en la elección <strong>del</strong><br />
nuevo obispo de Milán.