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95<br />

quien todavía no estaba totalmente reconciliado. El golpe fue rudo, y dejó a Gregorio abatido. Pero cuando por fin se<br />

recobró había tomado la decisión de intervenir en la contienda de que había tratado de sustraerse, y a la que Basilio<br />

había dedicado tantas energías. En el año 379 se presentó en Constantinopla. Era todavía la época en que el arrianismo<br />

gozaba <strong>del</strong> apoyo <strong>del</strong> poder político. No había en toda la ciudad ni una sola iglesia ortodoxa. En casa de un pariente,<br />

Gregorio comenzó a celebrar servicios ortodoxos. En las calles las gentes le apedreaban. En más de una ocasión grupos<br />

de monjes arrianos irrumpieron en sus cultos y profanaron su altar. Pero en medio de todo ello Gregorio seguía firme.<br />

Los himnos que componía, la firmeza de su convicción, y el poder de su oratoria sostenían el ánimo de su pequeña congregación.<br />

Fue en medio de estas luchas que Gregorio pronunció sus Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad,<br />

que aún hasta el día de hoy son tenidos por una de las mejores exposiciones de la doctrina trinitaria.<br />

Por fin sus esfuerzos recibieron su recompensa. A fines <strong>del</strong> año 380, el emperador Teodosio entraba triunfante en<br />

Constantinopla. Teodosio era un general ortodoxo, natural de España, que pronto echó a los arrianos de la ciudad. Pocos<br />

días después, el emperador se hizo acompañar de Gregorio en su visita a la catedral de Santa Sofía. Todos estaban<br />

reunidos allí, en medio de un día tenebroso, cuando un rayo de sol se abrió paso por entre las nubes y fue a dar sobre<br />

Gregorio. Inmediatamente los presentes vieron en esto una señal <strong>del</strong> cielo y comenzaron a dar gritos: “¡Gregorio obispo,<br />

Gregorio obispo, Gregorio obispo!” Puesto que esto convenía a sus intereses, Teodosio inmediatamente dio su aprobación.<br />

Gregorio, empero, no deseaba tal cargo, y fue necesario convencerle y proceder a una elección en regla. El oscuro<br />

monje de Nacianzo era ahora Patriarca de Constantinopla.<br />

Algunos meses más tarde, cuando el emperador convocó a un concilio que se reunió en Constantinopla, fue Gregorio<br />

de Nacianzo, como obispo de la capital, quien presidió las primeras sesiones. En esas tareas, Gregorio estaba fuera<br />

de su ambiente, y según él decía, los obispos se comportaban como un enjambre de avispas alborotadas. Cuando algunos<br />

de sus opositores sacaron a relucir el hecho de que Gregorio era obispo de Sasima, y que por tanto no podía serlo<br />

también de Constantinopla, Gregorio se mostró pronto a renunciar a un cargo que nunca había deseado, y así lo hizo.<br />

Nectario, el gobernador civil de Constantinopla, fue electo obispo de esa ciudad, y ocupó el cargo con relativa distinción<br />

hasta que le sucedió Juan Crisós<strong>tomo</strong>, de quien hemos de ocuparnos más a<strong>del</strong>ante.<br />

El Concilio de Constantinopla reafirmó lo que había dicho el de Nicea acerca de la divinidad <strong>del</strong> Verbo, y añadió que<br />

lo mismo podría decirse <strong>del</strong> Espíritu Santo. Luego, fue ese concilio el que proclamó definitivamente la doctrina de la Trinidad.<br />

En gran medida, sus decisiones, y la teología que esas decisiones reflejaban, fueron obra de los Grandes Capadocios.<br />

En cuanto a Gregorio, regresó a su tierra natal y se dedicó a las tareas pastorales y a componer himnos. Cuando<br />

supo que Teodosio pensaba convocar otro concilio y pedirle a él que lo presidiera, Gregorio se negó rotundamente. Murió<br />

por fin, apartado de las pompas civiles y eclesiásticas, en su retiro en Arianzo, cuando tenía unos sesenta años de<br />

edad.<br />

[Vol. 1, Page 204] Ambrosio de Milán 21<br />

Dios ordenó que todas las cosas fueran producidas, de modo que hubiera comida<br />

en común para todos, y que la tierra fuese la heredad común de todos. Por<br />

tanto, la naturaleza ha producido un derecho común a todos; pero la avaricia lo<br />

ha vuelto el derecho de unos pocos.<br />

Ambrosio de Milán<br />

Entre los muchos gigantes cristianos que el siglo IV produjo, ninguno llevó una vida tan interesante como Ambrosio de<br />

Milán.<br />

Su elección al episcopado<br />

Corría el año 373 cuando la muerte <strong>del</strong> obispo de Milán vino a turbar la paz de esa gran ciudad. Auxencio, el difunto<br />

obispo, había sido puesto en ese cargo por un emperador arriano, quien había enviado al exilio al obispo anterior. Ahora<br />

que la sede estaba vacante, la elección amenazaba convertirse en un tumulto que podía volverse sangriento, pues tanto<br />

los arrianos como los nicenos estaban decididos a asegurarse de que uno de los suyos resultara electo.<br />

A fin de evitar un motín, Ambrosio, el gobernador de la ciudad, se presentó en la iglesia en que iba a tener lugar la<br />

elección. Su gobierno <strong>justo</strong> y eficiente le había ganado las simpatías <strong>del</strong> pueblo. Natural de Tréveris, Ambrosio era hijo<br />

de un alto funcionario <strong>del</strong> Imperio, y por tanto esperaba que su carrera política le llevaría a posiciones cada vez más<br />

elevadas. Pero, a fin de que esa carrera no fuese arruinada, era necesario evitar un desorden violento en la elección <strong>del</strong><br />

nuevo obispo de Milán.

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