justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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Cuando Basilio regresó a Cesarea después de tales estudios, venía hinchado de su propia sabiduría. Todos lo respetaban,<br />
tanto por sus conocimientos como por el prestigio de su familia. Pronto le fue ofrecida —y él aceptó— la cátedra<br />
de retórica de la Universidad de Cesarea.<br />
Fue entonces que Macrina intervino. Sin ambages le dijo a su hermano que estaba envanecido, como si él fuese el<br />
mejor de todos los habitantes de Cesarea, y que haría bien en no citar tanto a los autores paganos y tratar de vivir más<br />
de lo que enseñaban y aconsejaban los cristianos. Basilio trató de excusarse, y hacía todo lo posible por no prestarle<br />
atención a su hermana, que después de todo carecía de los conocimientos que él había adquirido en Constantinopla,<br />
Antioquía y Atenas.<br />
En esto estaban las cosas cuando llegaron noticias desoladoras. Unos años antes Naucracio, el hermano que seguía<br />
en edad a Basilio, se había retirado a la propiedad [Vol. 1, Page 195] campestre que la familia tenía en Anesi. Allí<br />
llevaba una vida de contemplación, atendiendo a las necesidades de los naturales <strong>del</strong> lugar. Un día en que parecía encontrarse<br />
en perfecto estado de salud salió a pescar, y murió de repente.<br />
Tales noticias conmovieron a Basilio. Por razones de su edad, él y Naucracio habían estado muy unidos. En los últimos<br />
años sus caminos se habían apartado, pues mientras Naucracio había abandonado las pompas <strong>del</strong> mundo, Basilio<br />
se había dedicado precisamente a buscar esas pompas —y las había alcanzado.<br />
El golpe fue tal que Basilio decidió reformar su vida. Renunció a su cátedra y a todos sus demás honores, y le pidió a<br />
Macrina que le enseñase los secretos de la vida religiosa. Poco antes había muerto el anciano Basilio, y ahora fue ella<br />
quien se ocupó de consolar y de fortalecer a una familia abatida.<br />
El modo en que Macrina buscaba esa consolación, sin embargo, consistía en hacerles pensar acerca de los goces<br />
de la vida religiosa. ¿Por qué no retirarse a las tierras de Anesi, y dedicarse a llevar una vida de renunciación y contemplación?<br />
La verdadera felicidad no se halla en las glorias <strong>del</strong> mundo, sino en el servicio de Dios. Y ese servicio se cumple<br />
tanto mejor cuando uno se deshace de todo lo que le ata al mundo. El vestido y la comida debían ser sencillos. El lecho,<br />
duro. Y la oración, constante. En otras palabras, lo que Macrina proponía era una vida semejante a la que llevaban los<br />
monjes <strong>del</strong> desierto. Pero a esto le añadía otro elemento. Macrina y su madre Emilia no vivirían solas, sino que tratarían<br />
de reclutar un número reducido de mujeres que quisieran acompañarlas en esta empresa.<br />
Macrina, Emilia y varias otras mujeres se retiraron a Anesi, al tiempo que Basilio, siguiendo los sueños de su hermana,<br />
partía para el Egipto y otras regiones cercanas para aprender más acerca de la vida de los monjes. Puesto que a la<br />
postre fue Basilio quien más hizo por difundir y regular la vida monástica en la iglesia de habla griega, y puesto que fue<br />
Macrina quien lo inspiró a ello y quien se lanzó a la empresa antes que su hermano, podemos decir que la verdadera<br />
fundadora <strong>del</strong> monaquismo griego fue Macrina, quien pasó el resto de sus años en la comunidad monástica de Anesi.<br />
Más a<strong>del</strong>ante veremos cuán grande fue su impacto sobre Basilio, que también siguió la vida monástica.<br />
Por fin, en el año 380, poco después de la muerte de Basilio, su hermano Gregorio de Nisa fue a visitarla. Su fama<br />
era tal, que se le conocía sencillamente como “la Maestra”. Acerca de aquella visita, Gregorio nos ha dejado datos preciosos<br />
en su obra Acerca <strong>del</strong> alma y de la resurrección. Allí, comienza diciéndonos: “Basilio, grande entre los santos,<br />
había partido de esta vida, y marchado a estar con Dios, y todas las iglesias sentían la necesidad de lamentar su muerte.<br />
Pero su hermana la Maestra todavía vivía, y por tanto fui a visitarla”. Gregorio, sin embargo, no hallaría fácil consuelo en<br />
presencia de su hermana, que se encontraba sufriendo un fuerte ataque de asma en su lecho de muerte. “La presencia<br />
de la Maestra”, nos cuenta Gregorio, “despertó todo mi dolor, pues ella también estaba postrada para morir”.<br />
Macrina lo dejó llorar, y una vez que hubo expresado su dolor comenzó a consolarlo hablándole de la esperanza<br />
cristiana de la resurrección. Por fin, tras haberlo animado y consolado en la fe, Macrina murió tranquilamente. Gregorio<br />
cerró sus ojos, pronunció el oficio fúnebre, y salió a continuar la obra que le habían encomendado ella y su hermano.<br />
[Vol. 1, Page 196] Basilio el Grande<br />
Tiempo antes, Basilio había regresado de su viaje al Egipto, Palestina, y otras tierras donde había monjes de quienes<br />
aprender la vida contemplativa. En Ibora, cerca de Anesi, él y su amigo Gregorio de Nacianzo fundaron una comunidad<br />
para hombres semejante a la que Macrina había fundado para mujeres. Para Basilio, la vida comunitaria era un elemento<br />
esencial, pues quien vive solo no tiene a quién servir, y el meollo de la vida monástica está en el servicio a los<br />
demás. El mismo siempre se mostró dispuesto a ese servicio, y realizó las tareas más despreciables entre sus monjes.<br />
Pero al mismo tiempo se dedicó a escribir reglas y principios para ordenar su vida. De estas reglas se deriva toda la legislación<br />
de la iglesia griega con respecto a la vida monástica, y por tanto a menudo se le da a Basilio el título de “padre<br />
<strong>del</strong> monaquismo oriental”.<br />
Pero la vida retirada era un lujo de que Basilio no podría disfrutar por mucho tiempo. Apenas llevaba seis años en<br />
Ibora cuando fue ordenado presbítero aun en contra de su voluntad. Basilio y el obispo de Cesarea no se llevaban bien,<br />
y tras varios conflictos nuestro presbítero decidió regresar a Ibora. Allí permaneció hasta que Valente llegó al trono imperial.<br />
Puesto que éste era arriano, el obispo de Cesarea decidió olvidarse de sus rencillas con Basilio y mandar a buscar al