justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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cidente tras la muerte de su hermano Constantino II, apeló a su otro hermano, Constancio, quien gobernaba en el Oriente,<br />
para que se le permitiese a Atanasio volver a su ciudad.<br />
Puesto que en ese momento Constancio tenía razones para tratar de ganarse la amistad de su hermano, accedió a<br />
las peticiones de este último, y una vez más Atanasio pudo regresar a Alejandría.<br />
Los desmanes de Gregorio en Alejandría habían sido tales que el pueblo ahora recibió a Atanasio como un héroe o<br />
un libertador. Las gentes se lanzaron a la calle para aclamarle. Y los monjes descendieron <strong>del</strong> desierto para darle la<br />
bienvenida. Ante tales muestras de la popularidad de Atanasio, sus enemigos no se atrevieron a atacarlo directamente<br />
por algún tiempo, y Atanasio y la iglesia de Alejandría gozaron de un período de relativa tranquilidad que duró unos diez<br />
años, durante los cuales Atanasio fortaleció sus alianzas con otros obispos ortodoxos mediante una nutrida correspondencia,<br />
y escribió además varios tratados contra los arrianos.<br />
Pero el emperador Constancio era arriano decidido, y estaba dispuesto a deshacerse <strong>del</strong> campeón de la fe nicena.<br />
Mientras vivió Constante, Constancio no se atrevió a atacar a Atanasio abiertamente. Después un tal Magnencio trató de<br />
usurpar el trono occidental, y Constancio se vio obligado a concentrar sus esfuerzos en la campaña contra él.<br />
Por fin, en el año 353, Constancio se sintió suficientemente fuerte para dar rienda suelta a su política proarriana. Por<br />
la fuerza fue obligando a todos los obispos a aceptar la doctrina arriana. Se cuenta que cuando le ordenó a un grupo de<br />
obispos que condenara a Atanasio, le respondieron que no podían hacerlo, puesto que los cánones de la iglesia prohibían<br />
que se condenara a alguien sin darle oportunidad de defenderse. A esto respondió indignado el emperador: “Mi voluntad<br />
es también un canon de la iglesia”. En vista de tal actitud por parte <strong>del</strong> emperador, muchos obispos firmaron la condenación<br />
de Atanasio, y los que se negaron a hacerlo fueron enviados al destierro.<br />
En el entretanto, Constancio hacía todo lo posible por alejar a Atanasio de Alejandría, donde era demasiado popular.<br />
Le escribió una carta diciéndole que estaba dispuesto a concederle la audiencia que él le había pedido. Pero Atanasio le<br />
contestó muy cortésmente que había habido algún error, pues él no había pedido audiencia ante el emperador, y que en<br />
todo caso no quería malgastar el tiempo de su señor. El emperador entonces mandó concentrar en Alejandría todas las<br />
legiones disponibles en las cercanías, pues temía que se produjera una sublevación. Una vez que las tropas estuvieron<br />
disponibles, el gobernador le ordenó a Atanasio, en nombre <strong>del</strong> emperador, que abandonase la ciudad. Atanasio le respondió<br />
mostrándole la vieja orden escrita en la que Constancio le daba permiso para regresar a Alejandría, y le dijo al<br />
gobernador que ciertamente debía haber alguna equivocación, pues el emperador no podría contradecirse de ese modo.[Vol.<br />
1, Page 190]<br />
Poco después, cuando Atanasio estaba celebrando la comunión en una de sus iglesias, el gobernador hizo rodear el<br />
templo, y de pronto irrumpió en el santuario al frente de un grupo de soldados armados. El tumulto fue enorme, pero<br />
Atanasio no se inmutó, sino que les ordenó a los fieles que cantaran el Salmo 136: “Porque para siempre es su misericordia”.<br />
Los soldados se abrían paso a través de la multitud, mientras unos cantaban y otros trataban de escapar. Alrededor<br />
de Atanasio los pastores que estaban presentes formaron un círculo. Atanasio se negaba a huir hasta tanto no se<br />
asegurara de que su grey estaba a salvo. A la postre, en medio <strong>del</strong> tumulto, Atanasio se desmayó, y fue entonces que<br />
sus clérigos aprovecharon para sacarle a escondidas de la iglesia y ponerle a salvo.<br />
A partir de entonces, Atanasio pareció ser un fantasma. Por todas partes se le buscaba; pero las autoridades no podían<br />
dar con él. Lo que había sucedido era que se había refugiado entre los monjes <strong>del</strong> desierto. Estos monjes tenían<br />
modos de comunicarse entre sí, y cada vez que los oficiales <strong>del</strong> emperador se acercaban al escondite <strong>del</strong> obispo, sencillamente<br />
le hacían trasladar a otro monasterio. Durante cinco años Atanasio vivió entre los monjes <strong>del</strong> desierto. Y durante<br />
esos cinco años la causa nicena sufrió rudos golpes. La política imperial no se ocultaba ya en su apoyo a los arrianos.<br />
Por la fuerza, varios sínodos se declararon en favor <strong>del</strong> arrianismo. A la postre, hasta el anciano Osio de Córdoba y<br />
el obispo de Roma, Liberio, firmaron confesiones de fe arriana. Aunque eran muchos los obispos y demás dirigentes<br />
eclesiásticos que se habían convencido de que el arrianismo no era aceptable, era difícil oponérsele cuando el estado lo<br />
apoyaba tan decididamente. Por fin un concilio reunido en Sirmio promulgó lo que más tarde se llamó “la blasfemia de<br />
Sirmio”, que era un documento que abiertamente rechazaba la fe proclamada en el Concilio de Nicea.<br />
Inesperadamente Constancio murió, y le sucedió Juliano el apóstata. Puesto que Juliano no tenía interés alguno en<br />
apoyar uno u otro de los dos bandos en contienda, sencillamente ordenó que se cancelaran todas las órdenes de exilio<br />
expedidas contra los obispos. El propósito de Juliano era que los dos bandos se desangraran mutuamente, al tiempo que<br />
él seguía a<strong>del</strong>ante con su programa de restaurar el paganismo. Pero en todo caso el resultado <strong>del</strong> advenimiento de Juliano<br />
al poder fue que Atanasio pudo regresar a Alejandría y dedicarse a una urgente tarea de diplomacia teológica.<br />
El acuerdo teológico<br />
Durante sus años de lucha, Atanasio se había percatado de que la razón por la que muchos se oponían al Credo de<br />
Nicea era que temían que la aseveración de que el Hijo era de la misma substancia <strong>del</strong> Padre pudiera entenderse como<br />
queriendo decir que no hay distinción alguna entre el Padre y el Hijo. Por esa razón, algunos preferían decir, en lugar de