justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
123<br />
En esas horas de oración, la mayor parte <strong>del</strong> tiempo se dedicaba a recitar los Salmos y a leer otras porciones de las<br />
Escrituras. Según la Regla de San Benito, los Salmos debían recitarse todos cada semana. Las otras lecturas de la Biblia<br />
dependían de la hora de oración, el día de la semana y la época <strong>del</strong> año.<br />
El resultado de todo esto era que casi todos los monjes se sabían de memoria todos los Salmos, así como muchas<br />
otras porciones de la Biblia. Por tanto, no es correcto decir que durante la Edad Media no se leía la Biblia. Al contrario,<br />
debido al impacto <strong>del</strong> monaquismo benedictino, la mayoría de los monjes (y muchos laicos devotos) de la Edad Media<br />
podían recitar la Biblia de memoria por horas y horas. El propio Lutero muestra en sus obras un conocimiento de los<br />
Salmos que sería sorprendente de no haber sido antes monje, y por tanto haber recitado todos los Salmos cada semana<br />
por años y años.<br />
El desarrollo <strong>del</strong> monaquismo benedictino<br />
Aunque la Regla de San Benito dice poco acerca <strong>del</strong> estudio, pronto el monaquismo benedictino se distinguió en ese<br />
sentido. Ya antes de San Benito, Casiodoro, el exministro <strong>del</strong> rey godo Teodorico, había combinado en su retiro la vida<br />
monástica con el estudio. Pronto el régimen benedictino se unió al ejemplo de Casiodoro, y los monasterios benedictinos<br />
se volvieron centros de estudio donde se copiaban y conservaban manuscritos. En cierto sentido, aunque no explícitamente,<br />
la Regla apoyaba esa práctica, pues a fin de poder recitar los Salmos y leer las Escrituras en las horas de oración<br />
era necesario que los monjes supieran leer, y que el monasterio tuviese manuscritos. Luego, según el resto de la Europa<br />
occidental fue olvidándose de las letras de la antigüedad, los monasterios fueron volviéndose centros en los que esas<br />
letras se conservaban y estudiaban. El “scriptorium” en que los monjes copiaban manuscritos vino a ser uno de los principales<br />
vínculos de la Edad Moderna con la antigüedad (sobre todo la antigüedad cristiana).<br />
Además, ya hemos visto que en varios lugares de la Regla se mencionan niños. Esto se debía a que había padres<br />
que por diversas razones dedicaban sus hijos a la vida monástica. Estos niños no tenían la libertad de abandonar el monasterio<br />
cuando llegaban a ser adultos, sino que los votos que sus padres habían hecho en su nombre eran tan válidos<br />
como si ellos mismos los hubieran hecho. Naturalmente, en algunos casos esto acarreó graves problemas, pues daba<br />
lugar a que hubiese monjes que no querían serlo. En siglos posteriores, esta práctica llegó a corromperse hasta tal punto<br />
que muchos nobles y reyes utilizaban los monasterios para colocar en ellos a sus hijos ilegítimos, o a veces a algún hijo<br />
menor que podría complicar la herencia.<br />
Por otra parte, esto también hizo que los monasterios se volvieran escuelas en las que estos niños dedicados a la<br />
vida monástica aprendían sus primeras letras. Pronto las escuelas monásticas fueron prácticamente las únicas que hubo<br />
en Europa occidental, y los monjes se volvieron los maestros de todo un continente.<br />
Si el impacto cultural <strong>del</strong> monaquismo benedictino es notable, no lo es menos su impacto económico. Los monjes<br />
benedictinos le devolvieron al trabajo la dignidad que había perdido entre las clases supuestamente más refinadas. Mientras<br />
[Vol. 1, Page 270] los ricos pensaban que el trabajo físico debía quedar reservado para las clases bajas, que supuestamente<br />
eran ignorantes e incapaces de elevarse al nivel de los ricos, los monjes, muchos de ellos provenientes de<br />
familias ricas, le mostraron al mundo la posibilidad de combinar la más rigurosa vida religiosa e intelectual con el trabajo<br />
físico.<br />
En siglos posteriores (principalmente a partir <strong>del</strong> XVIII) los <strong>historia</strong>dores, filósofos y teólogos han tendido a despreciar<br />
el pensamiento que se produjo en aquellos antiguos monasterios benedictinos. Se dice que se trata de un pensamiento<br />
crudo, sin vuelos especulativos, y carente de originalidad. Todo esto es cierto. Pero también es cierto que se<br />
trata de un pensamiento con profundas raíces en la realidad humana, en el sudor y la tierra, que no pueden lograr los<br />
<strong>historia</strong>dores, teólogos y filósofos que no cultivan la tierra ni preparan sus propios alimentos. Además, los monjes benedictinos,<br />
en su dedicación a la agricultura, sembraron campos que habían quedado abandonados, talaron bosques, y de<br />
mil maneras le dieron cierta medida de estabilidad a un continente continuamente sacudido por guerras y rumores de<br />
guerras. Cuando, a consecuencia de esas guerras y de las migraciones en masa que las acompañaron, muchas gentes<br />
sufrieron hambre, fueron frecuentemente los monjes quienes pudieron alimentarles con los recursos de su propio trabajo.<br />
Por otra parte, el [Vol. 1, Page 271] monaquismo benedictino vino a ser el brazo derecho en la obra misionera de la<br />
iglesia medieval. Agustín, el misionero que logró la conversión <strong>del</strong> rey Etelberto de Kent, y que llegó a ser el primer arzobispo<br />
de Canterbury, era monje benedictino. Y también lo eran los treinta y nueve monjes que lo acompañaron y los muchos<br />
que lo siguieron. Quizá el mejor ejemplo de la relación entre la expansión misionera y el monaquismo benedictino<br />
sea Bonifacio. Este era natural de Inglaterra, donde nació alrededor <strong>del</strong> año 680. A los siete años, al parecer por su propia<br />
voluntad y con la anuencia de sus padres, ingresó en un monasterio. Puesto que en toda Inglaterra se había hecho<br />
sentir el impacto de Agustín y sus sucesores, el monasterio a que Bonifacio ingresó era benedictino. Allí pasó sus primeros<br />
años, hasta que fue transferido a otro monasterio mayor para continuar sus estudios. En este nuevo monasterio pronto<br />
descolló por su devoción y su inteligencia, y fue hecho director de la escuela y ordenado sacerdote. Empero Bonifacio<br />
se sentía llamado a la obra misionera, y en el año 716 partió hacia los Países Bajos, tierras habitadas por el pueblo bár-