justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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107<br />
esforzarse para no pecar. Lo que hay que señalar, sin embargo, es que Agustín sí creía que el cristiano, por gracia, tiene<br />
la capacidad de hacer el bien, y que portanto tiene la obligación de hacerlo. Son los inconversos, los que viven todavía<br />
fuera de la gracia de Dios, quienes no pueden sino pecar y pecar.<br />
La controversia duró varios años, y los pelagianos fueron condenados. Según quienes les condenaron —y fue la<br />
mayor parte de la iglesia— los niños sí tienen pecado, y necesitan ser bautizados. Pero esto no quiere decir que las doctrinas<br />
de Agustín fueran aceptadas por la mayor parte de la iglesia. Su aseveración de la corrupción humana, <strong>del</strong> pecado<br />
original y de la necesidad de la gracia, sí fue aceptada. Pero sus doctrinas de la gracia irresistible y de la predestinación<br />
encontraron pocos adeptos hasta la época de la Reforma protestante en el siglo XVI.<br />
En toda esta controversia había una cuestión mucho más profunda, que a menudo pasa inadvertida. De lo que se<br />
trataba era de una sicología en extremo simplista por parte de Pelagio, frente a una gran habilidad introspectiva por parte<br />
de Agustín. Agustín sabía por experiencia propia que la voluntad humana era mucho más compleja de lo que pretendía<br />
Pelagio. Y, una vez tomado ese punto de partida, su lógica inflexible le llevó a las doctrinas de la gracia irresistible y de la<br />
predestinación. Como veremos más a<strong>del</strong>ante, Martín Lutero, tras experiencias semejantes a las de Agustín, llegó a conclusiones<br />
parecidas.[Vol. 1, Page 228]<br />
Dos grandes obras de Agustín merecen atención especial. La primera de ellas es sus Confesiones. Esta obra es una<br />
autobiografía espiritual donde Agustín nos narra —o más bien le narra a Dios en oración— el peregrinaje y las luchas<br />
que hemos descrito más arriba. Se trata de una obra única en la antigüedad, que no conoció escritos de este tipo. Y se<br />
trata también de una obra de extraordinario interés y valor sicológico, aún en el siglo XX.[Vol. 1, Page 229]<br />
La otra obra que merece atención especial es La ciudad de Dios. Su motivo fue la caída de Roma en el año 410.<br />
Como vimos en el caso de Jerónimo, el mundo se conmovió ante ese acontecimiento. Puesto que todavía había un fuerte<br />
número de paganos en diversas regiones <strong>del</strong> Imperio, no faltaron quienes dijeron que la razón por la que Roma había<br />
caído era que se había dedicado al <strong>cristianismo</strong> y había abandonado los viejos dioses que la habían hecho grande.<br />
Frente a tales acusaciones, Agustín escribió La ciudad de Dios, una verdadera enciclopedia histórica en la que dice<br />
que hay dos ciudades, cada cual fundada sobre un amor. La ciudad de Dios está fundada sobre el amor a Dios. La ciudad<br />
terrena está fundada sobre el amor a sí mismo. En la <strong>historia</strong> humana, estas dos ciudades aparecen continuamente<br />
mezcladas. Pero a pesar de ello existen entre ambas una oposición inevitable, y una guerra sin cuartel. A la postre, sólo<br />
permanecerá la ciudad de Dios. Pero entretanto aparecen en la <strong>historia</strong> humana reinos y naciones, fundados sobre el<br />
amor de sí mismo, que son expresiones de la ciudad terrena. Todos estos reinos y naciones tienen que sucumbir y desaparecer,<br />
hasta que llegue el fin, cuando sólo subsista la ciudad de Dios. En el caso particular de Roma y su imperio,<br />
Dios les permitió crecer como lo hicieron para que sirvieran de medio para la propagación <strong>del</strong> evangelio. Pero ahora que<br />
esa función se ha cumplido, Dios ha hecho que Roma siga el destino de todos los reinos humanos, recibiendo el <strong>justo</strong><br />
castigo por sus pecados y por su egoísmo.<br />
El impacto de Agustín<br />
Agustín fue el último sobreviviente de la “era de los gigantes”. Cuando murió, los vándalos se encontraban a las<br />
puertas de la ciudad de Hipona, anunciando una nueva edad. Por tanto, la obra de Agustín fue como el canto de cisne de<br />
una edad que moría.<br />
Y a pesar de ello, su obra no quedó olvidada entre los escombros de la civilización que se derrumbaba. Agustín fue<br />
el maestro por excelencia de la nueva era. Durante toda la Edad Media, ningún teólogo fue más citado que él, y por tanto<br />
a la postre se convirtió en uno de los grandes doctores de la Iglesia Católica Romana. Y sin embargo, Agustín fue también<br />
el autor favorito de los grandes reformadores protestantes <strong>del</strong> siglo XVI. Luego, de entre todos aquellos gigantes,<br />
ninguno tan notable como este último, que llevó a cabo su obra en una pequeña ciudad <strong>del</strong> norte de Africa, pero cuyo<br />
impacto se hizo sentir en los siglos por venir en todo el <strong>cristianismo</strong> occidental —tanto católico como protestante.<br />
[Vol. 1, Page 231] El fin de una era 25<br />
El mundo se va a la ruina. ¡Sí! Pero a pesar de ello, y para vergüenza nuestra,<br />
nuestros pecados siguen viviendo y hasta prosperan. La gran ciudad, la capital<br />
<strong>del</strong> Imperio Romano, ha sido consumida en un gran incendio, y por toda la tierra<br />
los romanos vagan en su exilio. Las iglesias que antaño fueron veneradas no<br />
son ya sino montones de polvo y cenizas.<br />
Jerónimo