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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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epístolas está escrita en circunstancias concretas, y Pablo se dirige a esas circunstancias. Por lo tanto, las epístolas de<br />

Pablo no nos dan un cuadro completo de toda la teología paulina.<br />

Sabemos, por ejemplo, lo que Pablo pensaba acerca de la resurrección, porque en la iglesia de Corinto había ciertas<br />

dudas al respecto, y el apóstol trató de responder a esas dudas. Pero acerca de muchas otras cuestiones no nos es<br />

posible conocer el pensamiento de Pablo, sencillamente porque el apóstol nunca tuvo ocasión de discutirlas en sus cartas.<br />

Lo mismo es cierto de todos los escritos cristianos <strong>del</strong> siglo primero, y de la primera mitad <strong>del</strong> segundo. Las epístolas<br />

de Ignacio nos ofrecen preciosos panoramas de su visión <strong>del</strong> martirio. Pero fueron escritas durante un período de no<br />

más de dos semanas, y por tanto sería in<strong>justo</strong> esperar encontrar en ellas toda una exposición de la fe cristiana.[Vol. 1,<br />

Page 88]<br />

Pero durante la segunda mitad <strong>del</strong> siglo segundo, ante el reto de los gnósticos y de Marción, fue necesario que algunos<br />

cristianos trataran acerca de la totalidad de la fe cristiana. En efecto, podría decirse que los gnósticos fueron los<br />

primeros teólogos que trataron de sistematizar toda la doctrina cristiana. En ese intento de sistematización, tergiversaron<br />

esa doctrina de tal modo que los demás cristianos la vieron amenazada y se dedicaron a refutar las especulaciones de<br />

los herejes. Dado el vasto alcance de esas especulaciones, las obras que los cristianos escribieron contra ellas tuvieron<br />

que tener el mismo alcance, y así surgieron los primeros escritos que nos dan una idea de la totalidad de la teología<br />

cristiana en los primeros siglos. Estos escritos son las obras de Ireneo de Lión, Clemente de Alejandría, Tertuliano de<br />

Cartago y Orígenes, también de Alejandría.<br />

Ireneo de Lión<br />

Ireneo era natural de Asia Menor —probablemente de Esmirna— donde nació alrededor <strong>del</strong> año 130 y donde fue<br />

también discípulo <strong>del</strong> obispo Policarpo, acerca de cuyo martirio hablamos en el capítulo anterior. Durante toda su vida,<br />

Ireneo fue admirador ferviente de su maestro Policarpo, y en sus escritos se refiere repetidamente a las enseñanzas de<br />

un “anciano” —o presbítero— cuyo nombre no menciona, pero que parece ser Policarpo. En todo caso, por razones que<br />

desconocemos Ireneo se trasladó a Lión, en lo que hoy es Francia. Allí llegó a ser presbítero de la iglesia, que le envió a<br />

Roma con una carta para el obispo de esa ciudad. Ireneo estaba en Roma cuando tuvo lugar la persecución en Lión y<br />

Viena que hemos discutido anteriormente. En esa persecución, el obispo Fotino entregó su vida como mártir, y por tanto<br />

cuando Ireneo regresó a Lión quedó a cargo de la dirección espiritual de la iglesia, que le eligió para que fuese su obispo.<br />

Ireneo era ante todo un pastor. Su interés no estaba en la especulación filosófica, ni en descubrir secretos recónditos<br />

hasta entonces desconocidos, sino en dirigir a su grey en la sana doctrina y la vida correcta. Por lo tanto, sus escritos no<br />

intentan elevarse en altos vuelos especulativos, sino que pretenden sencillamente refutar a los herejes e instruir a los<br />

creyentes. Aunque Ireneo compuso otros escritos, son dos las obras suyas que se conservan: La demostración de la fe<br />

apostólica y La refutación de la falsa gnosis, esta última mejor conocida como Contra las herejías. En la primera de estas<br />

obras, Ireneo está tratando de instruir a su grey sobre algunos puntos de la fe cristiana. En la segunda, está tratando de<br />

refutar a los gnósticos. En ambas, Ireneo se limita a exponer la fe que ha recibido de sus maestros, sin tratar de adornarla<br />

con especulaciones de su propia cosecha. Por tanto, mucho más que cualquiera de los otros teólogos que hemos de<br />

estudiar aquí, Ireneo nos muestra lo que era la doctrina común de la iglesia hacia fines <strong>del</strong> siglo segundo.<br />

De igual modo que Ireneo es ante todo pastor, él mismo concibe a Dios como un pastor. Dios es un ser amante que<br />

crea el mundo y a la humanidad, no por necesidad ni por error —como pretendían los gnósticos— sino por razón de su<br />

propio deseo de tener una creación a la cual amar y a la cual dirigir, como el pastor dirige la grey hacia el redil. Desde<br />

esta perspectiva, toda la <strong>historia</strong> aparece como el proceso mediante el cual el divino pastor va dirigiendo su creación<br />

hacia la consumación final.[Vol. 1, Page 89]<br />

La corona de la creación de Dios es la criatura humana. El ser humano fue creado desde el principio como un ser libre<br />

y por tanto responsable. Esa libertad es tal, que mediante ella podemos conformarnos más y más a la voluntad y a la<br />

naturaleza divinas, y gozar de una comunión siempre creciente con nuestro creador. Pero, por otra parte, la criatura<br />

humana no fue creada desde un principio en toda su perfección. Como pastor que es, Dios colocó a la primera pareja en<br />

el paraíso, no en un estado de perfección, sino “como niños”. Lo que esto quiere decir es que Dios tenía el propósito de<br />

que el ser humano de tal modo creciera en comunión con él que a la larga llegara a estar aun por encima de los ángeles.[Vol.<br />

1, Page 90]<br />

Los ángeles son seres superiores a nosotros sólo provisionalmente. Cuando se cumpla en la humanidad el propósito<br />

divino, los seres humanos estaremos por encima de los ángeles, pues gozaremos de una comunión con Dios más estrecha<br />

que la de ellos. La función de los ángeles es semejante a la <strong>del</strong> tutor que ha de dirigir los primeros pasos de un príncipe.<br />

Aunque por el momento el tutor está por encima <strong>del</strong> príncipe, a la larga le quedará supeditado.<br />

Dios creó entonces a la humanidad “como niños”, para que fuera creciendo y acostumbrándose a la comunión con<br />

él. Además de los ángeles, Dios contaba con sus dos “manos” —el Verbo y el Espíritu Santo— para dirigir e instruir a la

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