justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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ras cristianas. Otros obispos y laicos sucumbieron a la presión <strong>del</strong> estado y adoraron a los dioses paganos. De hecho, el<br />
número de estos últimos fue tan grande, que algunos observadores nos cuentan que hubo días [Vol. 1, Page 164] en<br />
que las gentes no cabían en los templos paganos. Por otra parte, no faltaron cristianos que se mantuvieron firmes en la<br />
fe, y que por causa de ello sufrieron cárceles, torturas y muerte. Como en otros casos anteriores, los miembros de este<br />
grupo que lograron sobrevivir recibieron el título de “confesores”, y se les veneraba por la firmeza de su fe. Pero algunos<br />
de ellos, a diferencia de los confesores <strong>del</strong> tiempo de Cipriano, se mostraron harto rigurosos para con los que habían<br />
seguido otro camino. Entre estas personas a quienes los confesores rigoristas condenaban estaban los obispos que<br />
habían entregado las Escrituras, pues —decían los confesores— si alterar una tilde de las Escrituras es un pecado tan<br />
grande, cuánto mayor no lo será entregarlas para que sean destruidas. Así se empezó a dar a algunos obispos y otros<br />
dirigentes el título ofensivo de “traditores” — literalmente, “entregadores”.<br />
En esto estaban las cosas cuando, poco después de cesar la persecución, el episcopado importantísimo de Cartago<br />
quedó vacante. Ceciliano fue electo obispo. Pero esta elección no contaba con la simpatía popular, y pronto fue electo<br />
otro obispo rival, Mayorino. En estas elecciones hubo por ambas partes intrigas y maniobras que no es necesario reseñar<br />
aquí. Baste decir que cada uno de los partidos tenía suficientes razones para decir que el proceder de sus contrarios<br />
había sido, a lo menos, irregular. Cuando Mayorino murió poco tiempo después de ser electo obispo, sus partidarios<br />
eligieron como su sucesor a Donato de Casa Negra, quien dirigió la política de sus seguidores por más de cuarenta<br />
años. Por esa razón esos seguidores recibieron el nombre de “donatistas”.<br />
Naturalmente, el resto de la iglesia no podía tolerar este estado de cosas, pues sólo era dable reconocer como legítimo<br />
a un obispo de Cartago, y no a dos que se disputaban el cargo. Pronto el obispo de Roma, y varios otros de las<br />
ciudades más importantes <strong>del</strong> Imperio, declararon que Ceciliano era el verdadero pastor, y que Mayorino —y después<br />
Donato— eran usurpadores. Constantino siguió la misma pauta, y envió instrucciones a sus representantes en el norte<br />
de Africa en el sentido de que reconocieran sólo a Ceciliano y los que estaban en comunión con él. Esto tenía importantes<br />
consecuencias prácticas, pues Constantino estaba promulgando legislación en favor de los cristianos, tales como la<br />
exención de impuestos para los clérigos. Sólo quienes estaban en comunión con Ceciliano podrían entonces gozar de<br />
tales beneficios —así como de importantes donativos que Constantino estaba haciendo directamente a la iglesia.<br />
¿Cuáles fueron las causas <strong>del</strong> cisma donatista? Hasta aquí no hemos hecho más que narrar la <strong>historia</strong> externa de<br />
sus comienzos. Pero el hecho es que el cisma tenía profundas raíces tanto teológicas como políticas y económicas.<br />
La justificación teológica <strong>del</strong> cisma se encontraba en la vieja cuestión de la restauración de los caídos en tiempos de<br />
persecución. Según los donatistas, uno de los tres obispos que habían consagrado a Ceciliano era traditor —es decir,<br />
había entregado las Escrituras— y por tanto esa consagración no era válida. Ceciliano y los suyos respondían diciendo,<br />
primero, que el obispo en cuestión no era de hecho traditor y, segundo, que aunque lo fuese su acción de consagrar a<br />
Ceciliano era todavía válida. Luego, aparte de la cuestión factual de si ese obispo —y otros en comunión con Ceciliano—<br />
había flaqueado, estaba la cuestión doctrinal de si una ordenación o consagración hecha por un obispo indigno era válida<br />
o no. Los donatistas decían que la validez de tal ordenación dependía de la dignidad <strong>del</strong> obispo. Ceciliano y los suyos<br />
respondían que la validez de los sacramentos no depende de la dignidad de quien los administra, pues en ese caso estaríamos<br />
[Vol. 1, Page 165] constantemente en dudas acerca de si nuestro bautismo es o no válido, o si verdaderamente<br />
estamos recibiendo la comunión, ya que nos es imposible saber a ciencia cierta el estado interior <strong>del</strong> alma <strong>del</strong> ministro<br />
que nos ofrece tales sacramentos. Si los donatistas tenían razón, esto quería decir que Ceciliano no era verdaderamente<br />
obispo, y que por tanto todos los que eran ordenados por él eran falsos sacerdotes, cuyos sacramentos no tenían validez<br />
alguna. Y lo mismo podía decirse, según los donatistas, de otros obispos acerca de cuya consagración no había duda<br />
alguna, pero que ahora se habían unido en la comunión a gentes indignas como Ceciliano y los suyos.<br />
Tampoco sus sacramentos eran ya válidos, pues se habían contaminado. Luego, si algún miembro <strong>del</strong> partido de<br />
Ceciliano decidía unirse a los donatistas, éstos le hacían rebautizar. Pero si un donatista decidía unirse al otro bando<br />
éste aceptaba su bautismo, sobre la base de que el sacramento es válido por muy indigno que sea quien lo administre.<br />
Estas eran, en pocas palabras, las cuestiones teológicas que se debatían. Pero cuando nos adentramos más en los<br />
documentos de la época, y empezamos a leer entre líneas, nos percatamos de que había otras causas que se revestían<br />
de argumentos teológicos. Así, por ejemplo, es un hecho que entre los primeros donatistas había quienes no sólo habían<br />
entregado las Escrituras, sino hasta quienes habían hecho todo un inventario de los objetos sagrados que la iglesia poseía,<br />
para darlo a las autoridades. Y sin embargo, estas personas fueron aceptadas entre los donatistas sin mayores<br />
dificultades. Aun más, uno de los primeros instigadores <strong>del</strong> donatismo había sido un tal Purpurio de Limata, que había<br />
asesinado a dos sobrinos. Luego, resulta difícil creer que la necesidad de mantener a la iglesia pura de toda mancha<br />
fuera la verdadera causa de la enemistad de los donatistas hacia Ceciliano y los suyos.[Vol. 1, Page 166]<br />
De hecho, los dos bandos pronto se dividieron según grupos sociales y geográficos. En Cartago y la región al este<br />
de esa ciudad —la región que se llamaba “Africa proconsular”— Ceciliano tuvo bastantes seguidores. Pero al oeste, en