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213<br />

denes <strong>del</strong> Papa, la Cuarta Cruzada tomó a Constantinopla e instauró en ella una iglesia y un imperio latinos, la autoridad<br />

de Inocencio se extendió también a esa ciudad.<br />

Pero esto no fue todo. Bajo su pontificado se fundaron las dos grandes órdenes de los franciscanos y dominicos, tuvo<br />

lugar la gran batalla de las Navas de Tolosa, que fue el punto culminante de la reconquista española, y se emprendió<br />

la cruzada contra los albigenses.<br />

El punto culminante de toda esta obra fue el IV Concilio Laterano, que se reunió en el 1215. Ese concilio promulgó<br />

por primera vez la doctrina de la transubstanciación, según la cual en el acto de consagración el pan y el vino de la comunión<br />

se transforman substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo.<br />

Además, fueron condenados los valdenses, los albigenses y las doctrinas de Joaquín de Fiore. Se decretó la inquisición<br />

episcopal, que ordenaba a cada obispo investigar las herejías que pudiera haber en su diócesis, y extirparlas. Se<br />

prohibió instituir nuevas órdenes religiosas con nuevas reglas monásticas. Se ordenó que se establecieran escuelas en<br />

todas las catedrales, y que en ellas se ofreciera educación a los pobres. Se prohibió que los clérigos participaran <strong>del</strong><br />

teatro, los juegos, la caza y otros pasatiempos semejantes. Se requirió la confesión de pecados por parte de todos los<br />

fieles, que debía tener lugar por lo menos una vez al año. Se proscribió la introducción de nuevas reliquias sin aprobación<br />

papal. Se dictaminó que los judíos y musulmanes llevaran ropas especiales, para distinguirlos de los cristianos. Se<br />

les prohibió a los sacerdotes cobrar por la administración de los sacramentos. Y se tomaron otras muchas medidas semejantes.<br />

Si se tiene en cuenta que todo esto lo hizo el Concilio en tres sesiones de un día cada una, resulta claro que quien<br />

tomó todas estas medidas no fue la asamblea, sino Inocencio, quien utilizó al Concilio para refrendar las medidas que él<br />

había decidido tomar. Por todo esto, no cabe duda de que en Inocencio el ideal de una cristiandad unida bajo un solo<br />

pastor, el papa, se acercó a su realización. Por tanto, [Vol. 1, Page 453] no ha de sorprendernos el que este papa llegara<br />

a decir, y muchos de sus contemporáneos creyeran, que el papa “se encuentra entre Dios y el ser humano; por debajo<br />

<strong>del</strong> primero y por encima <strong>del</strong> segundo. Es menos que Dios, y más que hombre. A todos juzga, y nadie le juzga”.<br />

Los sucesores de Inocencio<br />

Durante casi un siglo, los sucesores de Inocencio gozaron <strong>del</strong> prestigio que el gran papa había logrado. Sus sucesores<br />

inmediatos, Honorio III, Gregorio IX, Celestino IV e Inocencio IV, tuvieron que enfrentarse a las ambiciones de Federico<br />

II, a quien, como hemos visto, Inocencio III había hecho emperador. Pero Federico falleció en el 1250, y cuatro años<br />

más tarde, al morir su hijo Conrado IV, desapareció la dinastía de los Hohenstaufen. Desde el 1254 hasta el 1273 hubo<br />

una larga anarquía en Alemania, y el papado pudo continuar su política sin preocuparse por la intervención <strong>del</strong> Imperio.<br />

Ese interregno terminó cuando el papa Gregorio X pensó que la anarquía alemana redundaba en perjuicio de la iglesia, y<br />

apoyó la elección de Rodolfo de Habsburgo. Poco después, cuando era papa Nicolás III, este emperador declaró que el<br />

papado y sus territorios eran independientes <strong>del</strong> Imperio. Durante todo este período, el poder de Francia iba aumentando,<br />

y los papas se apoyaron repetidamente en él. También las órdenes mendicantes, al principio perseguidas por algunos<br />

soberanos, se hicieron cada vez más fuertes. El primer papa dominico fue Inocencio V, quien reinó breves días en<br />

1276. El primero franciscano fue Nicolás IV, cuyo pontificado duró <strong>del</strong> 1288 al 1292.<br />

A la muerte de Nicolás IV, los cardenales vacilaron en la elección. El ideal franciscano había penetrado sus rangos, y<br />

algunos pensaban que el nuevo papa debía encarnar esos ideales, mientras otros insistían en la necesidad de que fuese<br />

una persona conocedora de las intrigas y ambiciones <strong>del</strong> mundo. Por fin eligieron a Celestino V, un franciscano <strong>del</strong> bando<br />

de los “espirituales”. Cuando éste se presentó en Aquila, descalzo y montado sobre un asno, fueron muchos los que<br />

pensaron que las profecías de Joaquín de Fiore se estaban cumpliendo. Ahora comenzaba la nueva era <strong>del</strong> Espíritu,<br />

cuando la iglesia sería dirigida por el espíritu monástico. Pero Celestino, tras breve pontificado, decidió abdicar. Se presentó<br />

ante los cardenales, se despojó de sus insignias papales, se sentó en el suelo, y declaró que nada sería capaz de<br />

hacerlo cambiar de parecer. Su sucesor, Bonifacio VIII, comenzó a reinar en el siglo XIII, y murió en el XIV (1294–1303).<br />

En su bula Unam Sanctam, el ideal <strong>del</strong> papado omnipotente llegó a su máxima expresión:<br />

Empero una espada debe estar bajo la otra, y la autoridad temporal debe estar sujeta a la potestad espiritual. [...] Por<br />

tanto, si la potestad terrena se aparta <strong>del</strong> camino recto será juzgada por la espiritual. [...] Empero si se aparta la suprema<br />

autoridad espiritual, sólo puede ser juzgada por Dios, y no por los humanos. [...] Por otra parte declaramos, decimos y<br />

definimos que es de absoluta necesidad para la salvación que todas las criaturas humanas estén bajo el pontífice romano.<br />

Pero a pesar de estas palabras altisonantes, fue precisamente durante el reinado de Bonifacio cuando se hizo patente<br />

que había empezado la decadencia <strong>del</strong> papado. La “era de los altos ideales” había terminado, y comenzaba la de los<br />

“sueños [Vol. 1, Page 461] frustrados”.

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