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notable fue el envío por todo el Imperio de comisionados imperiales para investigar cualquier caso de opresión o usurpación<br />

de poder que hubiera tenido lugar.<br />

Animada por el mismo espíritu reformador <strong>del</strong> Emperador, la dieta <strong>del</strong> 817 ordenó que todos los monasterios se sometieran<br />

a Benito de Aniano, y que la [Vol. 1, Page 326] elección de los obispos recayese de nuevo sobre el clero y el<br />

pueblo. Con este último paso, Ludovico se deshacía de uno de los más poderosos instrumentos de que su padre había<br />

disfrutado, pues a partir de ahora el alto clero no le debería la lealtad absoluta que antes le había debido a Carlomagno.<br />

Esa misma dieta les prohibió además a todos los clérigos cualquier ostentación de lujo, tales como los cinturones con<br />

piedras preciosas o las espuelas de oro. La propiedad eclesiástica quedaría fuera de la jurisdicción de los nobles. El<br />

diezmo, por demás obligatorio, se dividiría en tres porciones, de las cuales una sería <strong>del</strong> clero y dos pertenecerían a los<br />

pobres. En todas estas leyes, puede verse el hilo central de la política eclesiástica de Ludovico, que consistía en reformar<br />

la iglesia al mismo tiempo que le daba cada vez mayor autonomía. El gran peligro de tal política estaba en que era<br />

posible (y así sucedió) que los dirigentes eclesiásticos utilizasen su nueva autonomía contra los designios reformadores<br />

<strong>del</strong> Emperador, y aun contra el Emperador mismo.<br />

Los conflictos comenzaron cuando murió la emperatriz Hermingarda, y el Emperador tomó por esposa a la bella e inteligente<br />

Judit. Pronto nació un hijo de esta unión, y los tres hijos de Hermingarda, a quienes Ludovico había nombrado<br />

sus sucesores y herederos, comenzaron a temer que su medio hermano los desposeería. El resultado fue una larga y<br />

complicada guerra civil. Durante el conflicto, Ludovico se dejó llevar repetidamente por sus inclinaciones religiosas, perdonando<br />

a los rebeldes, mientras estos últimos aprovecharon cuanta oportunidad se les presentó de humillarlo, y hasta<br />

llegaron a deponerlo. Tras su restauración, Ludovico perdonó una vez más a sus hijos rebeldes y a los partidarios de<br />

éstos. Al morir él, sus dominios se dividieron entre tres de sus hijos, pues uno de los que había tenido de Hermingarda<br />

había muerto. Lotario, el mayor, les hizo la guerra a sus hermanos, hasta que por fin, en el tratado de Verdún <strong>del</strong> año<br />

843, los territorios que habían pertenecido a Carlomagno y a Ludovico Pío se dividieron como sigue: Lotario tomó el título<br />

imperial, Italia y una faja de terreno entre Alemania y Francia; Luis, el otro hijo de Hermingarda, obtuvo Alemania; y<br />

Francia le tocó a Carlos “el Calvo”, el hijo de Judit.<br />

A partir de entonces, el viejo imperio carolingo sufrió una decadencia casi ininterrumpida. Por lo general, el título imperial,<br />

<strong>del</strong> que los papas pretendían disponer, recaía sobre quien gobernaba en Italia. Pero quienes reinaban en otras<br />

partes no parecían prestarle la menor obediencia. Además, los musulmanes se apoderaron de Palermo en Sicilia, y de<br />

allí pasaron al sur de Italia. En el año 846 llegaron a atacar a Roma y saquear las basílicas de San Pedro y de San Pablo,<br />

que estaban fuera de los muros de la ciudad. En tales circunstancias, los emperadores que reinaban en Italia difícilmente<br />

podían hacer valer su autoridad en Francia y Alemania.<br />

Bajo Carlos el Gordo, por una serie de circunstancias, la mayor parte de los territorios <strong>del</strong> Imperio quedó de nuevo<br />

bajo un solo soberano. Pero esa unidad fue efímera, y a la muerte de Carlos, en el 887, puede decirse que se extinguió<br />

el último fulgor de la gloria carolingia.<br />

Durante todo este período de luchas fratricidas, guerras civiles, herencias disputadas, reyes depuestos y restaurados,<br />

etc., el papado se encontró en una situación harto extraña. En virtud de la acción de León III al coronar a Carlomagno,<br />

los papas parecían gozar de la autoridad de coronar a los emperadores. Por esa razón, su prestigio era grande<br />

allende los Alpes, donde cada partido quería asegurarse su apoyo. Pero, por otra parte, en la propia Roma el caos era tal<br />

que [Vol. 1, Page 327] muchos papas se vieron amenazados, bien por el pueblo, o bien por alguna de las facciones que<br />

se disputaban el poder en la ciudad. A fin de sostenerse en el mando, los papas se vieron repetidamente en la necesidad<br />

de apelar al poder secular. Luego, quienes parecían tener autoridad para disponer <strong>del</strong> Imperio no podían disponer de la<br />

propia ciudad de Roma. Esto a su vez hizo <strong>del</strong> papado una presa fácil y codiciada, y en el siglo próximo lo llevó al caos y<br />

la corrupción.<br />

El sistema feudal<br />

Según hemos dicho anteriormente, poco antes de que Carlomagno ascendiera al trono de los francos se había producido<br />

un gran cambio político en la cuenca <strong>del</strong> Mediterráneo. Las conquistas de los árabes habían terminado el dominio<br />

cristiano sobre ese mar, que había sido un lago romano desde tiempos <strong>del</strong> emperador Augusto. El resultado de esto fue<br />

que la Europa occidental tuvo que replegarse sobre sus propios recursos, pues el comercio con el Oriente quedó drásticamente<br />

reducido. Algunos <strong>historia</strong>dores han demostrado que en época de Carlomagno había cesado el gran comercio,<br />

no sólo con el exterior, sino también dentro de sus propios dominios. Aunque había todavía cierta navegación comercial<br />

en el Adriático y cerca de los Países Bajos, esto no era suficiente para producir un comercio nutrido. Por lo tanto, el dinero<br />

dejó de circular, hasta tal punto que casi desaparecieron por completo las monedas de oro. Cada región tenía que<br />

subsistir por sí sola, y debía producir todo lo necesario para el alimento y el vestido.<br />

En tales circunstancias, la tierra, más bien que el dinero, vino a ser la principal fuente de riqueza. El propósito de todo<br />

gran señor era aumentar sus tierras, y los terratenientes menores buscaban modos de asegurarse de que sus tierras

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