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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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Verbo, aún antes de toda la creación, había sido creado [Vol. 1, Page 172] por Dios. Alejandro decía que el Verbo, por<br />

ser divino, no era una criatura, sino que había existido siempre con Dios. Dicho de otro modo, si se tratara de trazar una<br />

línea divisoria entre Dios y las criaturas, Arrio trazaría la línea entre Dios y el Verbo, colocando así al Verbo como la primera<br />

de las criaturas (esquema 2), mientras que Alejandro trazaría la línea de tal modo que el Verbo quedara junto a<br />

Dios, en distinción de las criaturas (esquema 3).<br />

Cada uno de los dos partidos tenía —además de ciertos textos bíblicos favoritos—razones lógicas por las que le parecía<br />

que la posición de su contrincante era insostenible. Arrio, por una parte, decía que lo que Alejandro proponía era en<br />

fin de cuentas abandonar el monoteísmo cristiano, pues según el esquema de Alejandro había dos que eran Dios y por<br />

tanto dos dioses. Alejandro respondía que la posición de Arrio negaba la divinidad <strong>del</strong> Verbo, y por tanto de Jesucristo.<br />

Además, puesto que la iglesia desde los inicios había adorado a Jesucristo, si aceptáramos la propuesta arriana tendríamos,<br />

o bien que dejar de adorar a Jesucristo, o bien que adorar a una criatura.<br />

Ambas alternativas eran inaceptables, y por tanto Arrio debía estar equivocado.<br />

El conflicto salió a la luz pública cuando Alejandro, apelando a su responsabilidad y autoridad episcopal, condenó las<br />

doctrinas de Arrio y le depuso de sus cargos en la iglesia de Alejandría. Arrio no aceptó este veredicto, sino que apeló a<br />

la vez a las masas y a varios obispos prominentes que habían sido sus condiscípulos [Vol. 1, Page 173] en Antioquía.<br />

Pronto hubo protestas populares en Alejandría, donde las gentes marchaban por las calles cantando los refranes teológicos<br />

de Arrio.<br />

Además, los obispos a quienes Arrio había escrito respondieron declarando que Arrio tenía razón, y que era Alejandro<br />

quien estaba enseñando doctrinas falsas. Luego, el debate local en Alejandría amenazaba volverse un cisma general<br />

que podría llegar a dividir a toda la iglesia oriental.<br />

En esto estaban las cosas cuando Constantino, que acababa de derrotar a Licinio, decidió tomar cartas en el asunto.<br />

Su primera gestión consistió en enviar al obispo Osio de Córdoba, su consejero en materias eclesiásticas, para que tratara<br />

de reconciliar a las partes en conflicto. Pero cuando Osio le informó que las raíces de la disputa eran profundas, y que<br />

la disensión no podía resolverse mediante gestiones individuales, Constantino decidió dar un paso que había estado<br />

considerando por algún tiempo: convocar a una gran asamblea o concilio de todos los obispos cristianos, para poner en<br />

orden la vida de la iglesia, y para decidir acerca de la controversia arriana.<br />

El Concilio de Nicea<br />

El concilio se reunió por fin en la ciudad de Nicea, en el Asia Menor y cerca de Constantinopla, en el año 325. Es esta<br />

asamblea la que la posteridad conoce como el Primer Concilio Ecuménico —es decir, universal.<br />

El número exacto de los obispos que asistieron al concilio nos es desconocido, pero al parecer fueron unos trescientos.<br />

Para comprender la importancia de lo que estaba aconteciendo, recordemos que varios de los presentes habían<br />

sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fi<strong>del</strong>idad. Y<br />

ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de<br />

Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos. Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia.<br />

Pero ahora, por primera vez en la <strong>historia</strong> de la iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe. En su<br />

Vida de Constantino Eusebio de Cesarea nos describe la escena:<br />

Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir, Africa] y Asia. Una sola casa de oración,<br />

como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, <strong>del</strong>egados de la Palestina<br />

y <strong>del</strong> Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia. Había también un obispo persa,<br />

y tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos<br />

más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta<br />

de la misma España, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la gran asamblea. El obispo de la<br />

ciudad imperial [Roma] no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron.<br />

Constantino es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el vínculo de<br />

la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos<br />

sus enemigos. [Vol. 1, Page 174] En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones<br />

legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución. La asamblea aprobó una serie de reglas<br />

para la readmisión de los caídos, acerca <strong>del</strong> modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y<br />

sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.<br />

Pero la cuestión más escabrosa que el Concilio de Nicea tenía que discutir era la controversia arriana. En lo referente<br />

a este asunto, había en el concilio varias tendencias.<br />

En primer lugar, había un pequeño grupo de arrianos convencidos, capitaneados por Eusebio de Nicomedia —<br />

personaje importantísimo en toda esta controversia, que no ha de confundirse con Eusebio de Cesarea—. Puesto que<br />

Arrio no era obispo, no tenía derecho a participar en las <strong>del</strong>iberaciones <strong>del</strong> concilio. En todo caso, Eusebio y los suyos

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