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56<br />

utilizar un método misionero que después se volvió común. Este método consistía en colocar, en lugar de las fiestas<br />

paganas, las fiestas de los mártires cristianos, y asegurarse de que estas últimas resultaran más atrayentes que las primeras.<br />

También puede sorprendernos el hecho de que, después <strong>del</strong> Nuevo Testamento, son escasísimos los datos que tenemos<br />

acerca de misioneros al estilo de Pablo o de Bernabé. Al parecer, la enorme difusión geográfica <strong>del</strong> <strong>cristianismo</strong><br />

no se debió tanto a la labor de misioneros profesionales como a que eran muchos los cristianos que viajaban por diversas<br />

zonas, y que iban llevando su fe de un lugar a otro.<br />

Por último, debemos señalar que la fe cristiana se difundió sobre todo en las ciudades, y que la penetración de los<br />

campos fue lenta y difícil, pues no se completó sino bastante tiempo después de la conversión de Constantino.<br />

Los orígenes <strong>del</strong> arte cristiano<br />

Puesto que al principio los cristianos se reunían en casas par- titulares, es de suponerse que no había en ellas decoraciones<br />

especiales relativas a la fe cristiana. Pero tan pronto como los cristianos empezaron a tener sus propios cementerios<br />

—las catacumbas— e iglesias —como la de Dura-Europo— comenzó a desarrollarse el arte cristiano. Este arte se<br />

encuentra en los frescos de las catacumbas e iglesias, y en los sarcófagos que algunos de los cristianos más pudientes<br />

se hacían labrar.<br />

Naturalmente, puesto que ese era el acto central de adoración de la comunidad cristiana, las escenas alusivas a la<br />

comunión son relativamente frecuentes. En algunos casos esas escenas consisten en un cuadro que representa la comunión<br />

misma o la cena <strong>del</strong> Señor en el aposento alto. En otros casos se trata sencillamente de un cesto con panes y<br />

peces.<br />

La presencia <strong>del</strong> pez en estos cuadros —y en otros contextos— se debe a que el pez fue uno de los primeros símbolos<br />

cristianos. Esto se debía a que la palabra “pez” en griego (ichthys) podía interpretarse como un acróstico que contenía<br />

las [Vol. 1, Page 118] letras iniciales de la frase “Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador”. El simbolismo <strong>del</strong> pez aparece,<br />

no sólo en el arte pictórico, sino también en algunos de los más antiguos epitafios cristianos en verso. Así, por ejemplo,<br />

el epitafio de Abercio, obispo de Hierápolis a fines <strong>del</strong> siglo segundo, dice que la fe alimentó a Abercio con “un pez<br />

de agua dulce, muy grande y puro, pescado por una virgen inmaculada” (¿la Virgen o la iglesia?). Y otros epitafios semejantes<br />

se refieren a “la raza divina <strong>del</strong> pez celestial” y a “la paz <strong>del</strong> pez”.<br />

Otras escenas en el arte cristiano primitivo se refieren a diversos episodios bíblicos: Adán y Eva, Noé en el arca, el<br />

agua que brota de la roca en el desierto, Daniel en el foso de los leones, los tres varones en el horno ardiente, Jesús y la<br />

samaritana, la resurrección de Lázaro, etc. En general se trata de un arte sencillo, de valor simbólico más bien que representativo.<br />

Así, por ejemplo, Noé aparece en un arca que es apenas suficientemente grande para sostenerlo a él.<br />

En conclusión, la iglesia cristiana antigua estaba formada en su mayoría por gentes humildes para quienes el hecho<br />

de haber sido adoptadas como herederas <strong>del</strong> Rey de Reyes era motivo de gran regocijo. Esto puede verse en su culto,<br />

en su arte y en muchas otras manifestaciones. La vida cotidiana de tales cristianos se desenvolvía en la penumbra rutinaria<br />

en que viven los pobres de todas las sociedades. Pero aquellos cristianos vivían en la esperanza de una nueva luz<br />

que vendría suplantar la luz injusta e idólatra de la sociedad en que vivían.<br />

[Vol. 1, Page 119] La gran persecución<br />

y el triunfo final 12<br />

No me interesa sino la ley de Dios, que he aprendido. Esa es la ley que obedezco,<br />

por la que he de morir, y en la que he de triunfar. Aparte de esa ley, no hay<br />

más ninguna.<br />

Télica, mártir<br />

Según dijimos, después de las persecuciones de Decio y Valeriano la iglesia gozó de relativa tranquilidad. Pero a fines<br />

<strong>del</strong> siglo III se desató la última y mas terrible de las persecuciones. Reinaba a la sazón Diocleciano, quien había organizado<br />

el Imperio en una tetrarquía. Dos emperadores compartían el título de “augusto”: Diocleciano en el Oriente, y<br />

Maximiano en el Occidente. Bajo cada uno de ellos había otro emperador con el título de “césar”: Galerio bajo Diocleciano,<br />

y Constancio Cloro bajo Maximiano. Debido a la gran habilidad administrativa y política de Diocleciano, esta división<br />

de autoridad perduró mientras él retuvo en sus manos las riendas <strong>del</strong> poder. Su propósito era en parte asegurarse de<br />

que la sucesión al trono fuera pacífica, pues cada césar debería suceder a su augusto, y entonces los emperadores res-

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