justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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Pero lo más sorprendente de todo este proceso de iniciación es el hecho de que buen número de los postulantes<br />
que se presentaban a las puertas de los monasterios tenían que recibir instrucción catequética y ser bautizados, pues no<br />
eran cristianos. Esto nos da una idea de la atracción inmensa que tales centros ejercieron sobre los espíritus <strong>del</strong> siglo IV,<br />
pues hasta los paganos veían en ellos un estilo de vida digno de seguirse.<br />
La diseminación <strong>del</strong> ideal monástico<br />
Aunque, como hemos dicho, las raíces <strong>del</strong> movimiento monástico no se encuentran exclusivamente en Egipto, fue<br />
esa región la que le dio mayor impulso al monaquismo en el siglo IV. De todas partes <strong>del</strong> mundo iban a Egipto personas<br />
devotas, algunas para permanecer allí, y otras para regresar a sus propias tierras llevando consigo los ideales y las prácticas<br />
que habían aprendido en el desierto. [Vol. 1, Page 160] De Siria, <strong>del</strong> Asia Menor, y hasta de Mesopotamia, vinieron<br />
a orillas <strong>del</strong> Nilo gentes que pronto esparcieron las <strong>historia</strong>s y las leyendas de Pablo, Antonio, Pacomio y otros. Por todas<br />
partes en el Oriente, donde era posible hallar un lugar solitario, algún monje fijó su residencia. Algunos exageraron lo que<br />
habían aprendido de los monjes egipcios realizando proezas ostentosas, tales como pasar toda la vida subidos en una<br />
columna. Pero muchos otros le inyectaron al resto de la iglesia un sentido de disciplina y de dedicación absoluta que<br />
resultaba harto necesario en los días al parecer fáciles por los que pasaba el <strong>cristianismo</strong>.<br />
Sin embargo, quienes más contribuyeron a difundir el ideal monástico no fueron los anacoretas que tomaron su inspiración<br />
<strong>del</strong> Egipto y se dedicaron a emular el renunciamiento de sus maestros huyendo a algún lugar apartado, sino<br />
toda una serie de obispos y de eruditos que vieron el valor <strong>del</strong> testimonio monástico para la vida diaria de la iglesia. Luego,<br />
aunque en sus orígenes el monaquismo egipcio había existido aparte y aun frente a la jerarquía eclesiástica, a la<br />
postre su mayor importancia estuvo en el impacto que hizo a través de algunos de los miembros de esa jerarquía.<br />
Varias de estas personas se cuentan entre los “gigantes” a los que más a<strong>del</strong>ante dedicaremos otras porciones de<br />
esta Segunda Sección, y por tanto no haremos aquí más que señalar sus nombres y algo de su importancia en la difusión<br />
<strong>del</strong> ideal monástico. Atanasio, además de escribir la Vida de Antonio, visitó a los monjes <strong>del</strong> desierto repetidamente,<br />
y cuando las autoridades lo perseguían se refugió entre ellos. Aunque él mismo no era monje, sino obispo, trató de organizar<br />
su vida de tal modo que en ella se reflejara el ideal monástico de la disciplina y el renunciamiento. Y en su exilio en<br />
el Occidente dio a conocer a sus hermanos de habla latina lo que estaba sucediendo en los más remotos rincones <strong>del</strong><br />
Egipto.<br />
Jerónimo, además de escribir la Vida de Pablo el ermitaño, tradujo la Regla de Pacomio al latín, y él mismo se hizo<br />
monje, según veremos más a<strong>del</strong>ante. Puesto que Jerónimo fue uno de los cristianos más admirados de su época, sus<br />
obras y su ejemplo hicieron fuerte impacto en la iglesia occidental. Basilio de Cesarea —conocido como Basilio el Grande—<br />
en medio de todos los debates teológicos de la época halló tiempo para organizar monasterios que se dedicaban,<br />
no sólo a la devoción, sino también a obras de caridad tales como el cuidado de los enfermos, transeúntes, huérfanos,<br />
etc. En respuesta a las preguntas que le hacían sus monjes escribió varios tratados que, aunque no tenían el propósito<br />
de servir de reglas, más tarde fueron citados y utilizados como tales. Agustín, el gran obispo de Hipona, se convirtió en<br />
parte a través de la Vida de Antonio de Atanasio, e intentó vivir como monje hasta que se le obligó a tomar parte más<br />
activa en la vida de la iglesia. Pero aún entonces organizó a sus colaboradores en una comunidad de estilo monástico, y<br />
dio así ejemplo e inspiración a lo que más tarde se llamó “los canónigos de San Agustín”.<br />
Pero el caso más claro <strong>del</strong> modo en que un monje, obispo y santo contribuyó a la popularidad <strong>del</strong> ideal monástico lo<br />
tenemos en Martín de Tours. La Vida de San Martín, escrita por Sulpicio Severo, fue uno de los libros más populares en<br />
toda Europa durante varios siglos, y contribuyó a forjar el monaquismo occidental que ha sido tan importante para la<br />
<strong>historia</strong> de la iglesia.<br />
Martín nació alrededor <strong>del</strong> año 335 en la región de Panonia, en lo que hoy es Hungría. Su padre era un soldado pagano,<br />
y por tanto durante su infancia Martín vivió en diversas partes <strong>del</strong> Imperio, aunque la ciudad de Pavía, al norte de<br />
Italia, parece haber sido el lugar de su residencia más frecuente. Tenía diez años cuando decidió [Vol. 1, Page 161]<br />
hacerse cristiano, en contra de la voluntad de sus padres, e hizo añadir su nombre a la lista de los catecúmenos —es<br />
decir, de los que se preparaban para recibir el bautismo—. Su padre, a fin de separarlo de sus contactos cristianos, le<br />
hizo inscribir en el ejército. Eran los días en que Juliano —después conocido como “el Apóstata”— dirigía sus primeras<br />
campañas militares. A su servicio estuvo Martín por varios años, y es durante este período que se cuenta tuvo lugar el<br />
episodio más famoso de su vida.<br />
Martín y sus compañeros iban entrando a la ciudad de Amiens cuando les pidió limosna un mendigo casi desnudo<br />
que tiritaba de frío en medio de la nieve. Martín no tenía dinero que darle, pero tomó su capa, la rasgó en dos, y le dio la<br />
mitad. Esa noche Martín vio en sueños a Jesucristo envuelto en su media capa, y diciéndole: “Por cuanto lo hicisteis a<br />
uno de estos mis hermanos más pequeñitos, a mí lo hicisteis”.<br />
Ese episodio se hizo tan famoso que a partir de entonces por lo general se representa a Martín compartiendo su capa<br />
con el mendigo. Además, de ese episodio se deriva nuestro término “capilla”, pues algún tiempo después se conser-