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A partir de entonces, las relaciones entre Teodosio y el obispo de Milán fueron cada vez más cordiales. Cuando por<br />
fin el Emperador se vio próximo a la muerte, llamó a su lado al obispo que se había atrevido a censurarle públicamente.<br />
Ya en esa época la fama de Ambrosio era tal que Fritigilda, la reina de los bárbaros marcomanos, le pidió que le escribiera<br />
un manual de instrucción acerca de la fe cristiana.<br />
Tras leer el que Ambrosio le envió, Fritigilda decidió visitarle. Pero cuando iba camino de Milán supo que el famoso<br />
obispo de esa ciudad había muerto. Fue el 4 de abril <strong>del</strong> año 397, Domingo de Resurrección.<br />
[Vol. 1, Page 209] Juan Crisós<strong>tomo</strong> 22<br />
¿Cómo piensas cumplir los mandamientos de Cristo, si te dedicas a reunir intereses<br />
amontonando préstamos, comprando esclavos como ganado, uniendo negocios<br />
a negocios? . . . Y esto no es todo. A todo esto le añades la injusticia,<br />
adueñándote de tierras y casas, y aumentando la pobreza y el hambre.<br />
Juan Crisós<strong>tomo</strong><br />
Dien años después de su muerte, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisós<strong>tomo</strong><br />
—el <strong>del</strong> habla dorada. Ese título era bien merecido, pues en un siglo que produjo a oradores tales como Ambrosio<br />
de Milán y Gregorio de Nacianzo, Juan de Constantinopla descolló por encima de todos— gigante por encima de los<br />
gigantes.<br />
Para Juan, sin embargo, el púlpito no fue sencillamente una tribuna desde donde ofreció brillantes piezas de oratoria.<br />
Fue más bien expresión oral de su vida toda, escenario de su batalla contra los poderes <strong>del</strong> mal, vocación ineludible que<br />
a la postre le costó el destierro y hasta la vida.<br />
Voz <strong>del</strong> desierto que clama en la ciudad<br />
Crisós<strong>tomo</strong> fue por encima de todas las cosas monje. Antes de ser monje fue abogado, educado en su propia ciudad<br />
natal de Antioquía por el famoso orador pagano Libanio. Se cuenta que cuando alguien le preguntó al viejo maestro<br />
quién debería ser su sucesor, contestó: “Juan, pero los cristianos se han adueñado de él”.<br />
Antusa, la madre de Juan, era cristiana ferviente, y amaba a su hijo con un amor hondo y posesivo. A los veinte años<br />
de edad el joven abogado solicitó que se añadiera su nombre a la lista de los que se preparaban para el bautismo, y tres<br />
años después, tras el período de preparación que se requería entonces, recibió las aguas bautismales de manos <strong>del</strong><br />
obispo Melecio. Todo esto era <strong>del</strong> agrado de Antusa. Pero cuando su hijo le anunció su propósito de apartarse de la<br />
ciudad y dedicarse a la vida monástica, era demasiado, y Antusa le obligó a prometerle que nunca la abandonaría mientras<br />
ella viviera.[Vol. 1, Page 210]<br />
La respuesta de Juan fue sencillamente organizar un monasterio en su propia casa. Allí vivió en compañía de tres<br />
amigos de sentimientos semejantes hasta que, muerta su madre, se fue a vivir entre los monjes en las montañas de<br />
Siria. Cuatro años pasó aprendiendo la disciplina monástica, y otros dos practicándola con todo rigor en medio de la más<br />
completa solitud. Como él mismo diría, esa vida monástica no era quizá la mejor preparación para la tarea pastoral: “Muchos<br />
de los que han [Vol. 1, Page 211] pasado <strong>del</strong> retiro monástico a la vida activa <strong>del</strong> sacerdote o <strong>del</strong> obispo resultan<br />
completamente incapaces de enfrentarse a las dificultades de la nueva situación.” En todo caso, cuando Juan regresó a<br />
Antioquía tras sus seis años de retiro monástico, fue ordenado diácono, y poco después presbítero. Como tal, comenzó a<br />
predicar, y pronto su fama se extendió por toda la iglesia de habla griega.<br />
Cuando en el año 397 quedó vacante el episcopado de Constantinopla, Juan fue obligado por mandato imperial a<br />
ocupar ese cargo. Tal era su popularidad en Antioquía, que las autoridades guardaron el secreto de lo que se tramaba.<br />
Sencillamente se le invitó a visitar una capilla en las afueras de la ciudad, y cuando estaba lejos de la población se le<br />
ordenó montar en la carroza imperial, en la que fue trasladado a Constantinopla contra su propia voluntad. Allí fue consagrado<br />
obispo —o patriarca, pues el obispo de esa ciudad ostentaba ese título— a principios <strong>del</strong> año 398.<br />
Constantinopla era una ciudad rica, dada al lujo y a las intrigas políticas. Esta situación se empeoraba por cuanto el<br />
gran emperador Teodosio había muerto, y los dos hijos que le habían sucedido —Honorio y Arcadio— eran indolentes e<br />
ineptos. Arcadio, quien supuestamente gobernaba el Oriente desde Constantinopla, se dejaba gobernar a su vez por el<br />
chambelán de palacio, Eutropio, quien utilizaba su poder para satisfacer sus propias ambiciones y las de sus adeptos.<br />
Eudoxia, la emperatriz, se sentía humillada por el poder <strong>del</strong> chambelán—aunque de hecho era a Eutropio que le debía el<br />
haberse casado con Arcadio. En la propia elección de Juan no habían faltado intrigas de las que él mismo no estaba<br />
enterado, pues Teófilo, el patriarca de Alejandría, había hecho todo lo posible por colocar sobre el trono episcopal de<br />
Constantinopla a un alejandrino, y había sido Eutropio quien había impuesto su voluntad y nombrado al antioqueño Juan.