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255<br />

Los papas <strong>del</strong> Renacimiento<br />

Cuando dejamos la <strong>historia</strong> <strong>del</strong> papado varios capítulos atrás (capítulo IV), éste acababa de triunfar <strong>del</strong> movimiento<br />

conciliar. Lo ocupaba a la sazón Eugenio IV quien, además de sus conflictos con el Concilio de Basilea, se dedicó a embellecer<br />

la ciudad de Roma. Este hecho era el primer indicio de que el espíritu <strong>del</strong> Renacimiento comenzaba a posesionarse<br />

<strong>del</strong> papado. A partir de entonces, y hasta después de iniciada la Reforma protestante, el pontificado romano estaría<br />

en manos de hombres cuyos ideales eran los que propugnaba el Renacimiento. Casi todos ellos eran amantes de las<br />

bellas artes, y uno de los propósitos fundamentales de sus pontificados fue llevar a Roma los mejores artistas, y dotarla<br />

de palacios, iglesias y monumentos dignos de su posición como capital de la cristiandad. Algunos tomaron <strong>del</strong> espíritu<br />

<strong>del</strong> Renacimiento su amor hacia las letras, y por ello enriquecieron la biblioteca <strong>del</strong> Vaticano. Pero muy pocos de ellos se<br />

ocuparon verdaderamente de la reforma de la iglesia. Casi todos tomaron <strong>del</strong> espíritu de la época su gusto por el boato,<br />

el poder despótico y los goces sensuales. Veamos brevemente su <strong>historia</strong>.<br />

A la muerte de Eugenio IV, lo sucedió Nicolás V. Los años de su pontificado, <strong>del</strong> 1447 al 1455, fueron dedicados<br />

principalmente a fortalecer la posición política de Roma entre los estados italianos, y <strong>del</strong> papa dentro de ella. Su meta<br />

era hacer de Roma la capital intelectual de Europa, llevando a ella los mejores pintores y autores de la época. Su biblioteca<br />

personal llegó a ser la mejor <strong>del</strong> siglo XV. [Vol. 1, Page 545] Además, fortificó la ciudad e hizo ejecutar a quienes se<br />

oponían a su poder monárquico. En el 1453, la caída de Constantinopla, a que nos referiremos más a<strong>del</strong>ante, sacudió la<br />

conciencia de la cristiandad occidental, y el Papa trató de organizar una cruzada contra los turcos, aunque sin éxito alguno.<br />

De la reforma de la iglesia, se ocupó poco o nada.<br />

Su sucesor, Calixto III, fue el primer papa de la familia española de los Borja—que en Italia se dio el nombre de Borgia.<br />

Lo que este papa tomó de los ideales <strong>del</strong> Renacimiento no fue más que el sueño de ser un gran príncipe secular.<br />

Con la excusa de que era necesario unir a Italia para emprender una cruzada contra los turcos, se dedicó más a la guerra<br />

que a los oficios sacerdotales. Además se caracterizó por uno de los peores males de la época, que a partir de él se<br />

haría endémico en el papado, el nepotismo. Uno de los parientes a quienes cubrió de honores fue su nieto Rodrigo, a<br />

quien hizo cardenal y que más tarde sería el tristemente famoso Alejandro VI. El próximo papa, Pío II, fue el último que<br />

en todo este período ciñó con cierta dignidad la tiara papal. En su juventud había sido un hombre característico <strong>del</strong> Renacimiento.<br />

Pero después decidió que debía enmendar su vida, y tomó sus responsabilidades pontificias con toda seriedad.<br />

Puesto que Europa se hallaba amenazada por los turcos, dedicó buena parte de sus esfuerzos a detener su avance<br />

y a tratar de organizar una cruzada. Aunque sus logros no fueron grandes, tampoco lo fueron sus errores.<br />

Paulo II era un oportunista que, al recibir noticias de que su tío Eugenio IV había sido hecho papa, decidió que la carrera<br />

eclesiástica le prometía más que el comercio a que estaba dedicado. Su interés principal estaba en acumular objetos<br />

de arte, particularmente joyería y orfebrería. Su gusto por el fausto se hizo proverbial. No por ser papa dejó de tener<br />

concubinas, al parecer públicamente reconocidas en su corte. Se dedicó a restaurar la gloria de la Roma pagana,<br />

haciendo restaurar los arcos de triunfo de los emperadores Tito y Septimio Severo, y la estatua de Marco Aurelio. Murió<br />

todavía joven de apoplejía, a consecuencia de sus excesos sensuales, según cuentan cronistas de la época.<br />

Sixto IV compró el papado, haciéndose elegir a base de promesas y dádivas que hizo a los cardenales. Durante su<br />

pontificado, el nepotismo y la corrupción llegaron a niveles nunca antes vistos en el papado. La esencia de su política<br />

consistió en enriquecer a su familia, y en particular a sus cinco sobrinos. Uno de éstos, Juliano <strong>del</strong>la Rovere, más tarde<br />

ocuparía el papado con el nombre de Julio II. Bajo Sixto, la iglesia se transformó en un negocio de la familia. Toda Italia<br />

se vio sumida en guerras y conspiraciones cuyo único objeto era obtener territorios, riquezas y honores para los sobrinos<br />

<strong>del</strong> Papa. Su sobrino predilecto, Pedro Riario, tenía veintiséis años cuando fue hecho cardenal, patriarca de Constantinopla<br />

y arzobispo de Florencia. Sus vicios y excesos se hicieron famosos en toda Italia, y se dice que fue a consecuencia<br />

de ellos que murió a los dos años escasos. Otro de ellos, Jerónimo Riario, urdió una trama en la que uno de los Médicis<br />

fue asesinado ante el altar, mientras oía misa, por un sacerdote. Cuando los familiares y amigos <strong>del</strong> difunto se vengaron<br />

ahorcando al sacerdote asesino, el Papa excomulgó a toda la ciudad de Florencia, por haber violado la persona<br />

sagrada de un sacerdote, y le declaró la guerra. Para sostener esta política, y el boato de sus sobrinos, impuso en todos<br />

los territorios papales un monopolio sobre el trigo. El mejor grano se vendía para llenar las arcas papales, y al pueblo<br />

sólo se le daba pan de malísima calidad. [Vol. 1, Page 546] Pero a pesar de todo esto, la posteridad conoce a Sixto IV<br />

como el mecenas que hizo construir la Capilla Sixtina, llamada así en su honor.<br />

Inocencio VIII resultó electo después de haber jurado por lo más sagrado que respetaría los derechos de los demás<br />

cardenales, que no nombraría a más de uno de su propia familia, y que pondría en orden la sede romana. Pero tan pronto<br />

como se vio en posesión de la tiara declaró que el poder <strong>del</strong> papa era supremo, y que por tanto no tenía que sujetarse<br />

a promesa alguna, sobre todo si había sido obtenida mediante presión. Fue el primer papa en reconocer públicamente a<br />

sus varios hijos ilegítimos, a quienes colmó de honores y riquezas. La venta de indulgencias se volvió un negocio inverecundo,<br />

bajo la administración y al servicio de uno de los hijos <strong>del</strong> Papa. En 1484, Inocencio pretendió librar la cristiandad

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