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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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tantes nombrarían un nuevo césar. Según veremos más a<strong>del</strong>ante, este sistema funcionó sólo mientras Diocleciano lo<br />

administró, pero después dio lugar a disputas de sucesión, usurpaciones y guerras civiles.<br />

Por lo pronto, sin embargo, el Imperio se encontraba en estado de relativa paz y prosperidad. Aparte de las constantes<br />

escaramuzas fronterizas, sólo Galerio se vio envuelto en campañas de importancia, primero en las fronteras <strong>del</strong> Danubio,<br />

y luego contra los persas. De los tres emperadores, sólo Galerio parece haber sentido una enemistad profunda<br />

hacia el <strong>cristianismo</strong>. En cuanto a Diocleciano, quien era el gobernante supremo, tanto su esposa Prisca como su hija<br />

Valeria eran cristianas. La paz de la iglesia parecía estar asegurada.<br />

Los conflictos parecen haber comenzado en el ejército. La actitud de los cristianos hacia el servicio militar no era uniforme,<br />

pues aunque la mayoría de los autores de la época nos dice que los cristianos no deben ser soldados, sabemos<br />

por otras fuentes que había gran número de cristianos en el ejército. La razón por la [Vol. 1, Page 120] que algunos se<br />

oponían al servicio militar no era tanto el pacifismo cristiano como el hecho de que algunas de las ceremonias militares<br />

eran de carácter religioso, y por tanto se le hacía muy difícil al soldado cristiano abstenerse de participar en la idolatría.<br />

En todo caso, alrededor <strong>del</strong> año 295 varios cristianos fueron muertos, unos por negarse a ser conscriptos, y otros porque<br />

intentaron abandonar el ejército. Ante los ojos de Galerio, esta actitud de los cristianos ante el servicio militar envolvía un<br />

serio peligro, pues era posible que en algún momento crítico los cristianos que había en el ejército se negaran a obedecer<br />

órdenes. Luego, como una medida necesaria para la moral militar, Galerio convenció a Diocleciano de la necesidad<br />

de expulsar a los cristianos de las legiones. El edicto de Diocleciano al efecto no decretaba la pena de muerte, ni otro<br />

castigo que la mera expulsión <strong>del</strong> ejército. Pero en algunos lugares, debido quizá al excesivo celo de los oficiales, se<br />

intentó obligar a los soldados cristianos a ofrecer sacrificios ante los dioses, y el resultado de ello fue que hubo algunas<br />

ejecuciones, todas ellas en el ejército <strong>del</strong> Danubio, que estaba bajo las órdenes de Galerio.<br />

A esto se limitó la persecución hasta que Diocleciano se dejó convencer por Galerio, y en el año 303 dictó un nuevo<br />

edicto contra los cristianos. Todavía en este edicto Diocleciano se negaba a derramar la sangre de los cristianos, y lo<br />

que [Vol. 1, Page 121] se ordenaba era que todos los edificios cristianos y los libros sagrados fueran destruidos, y que a<br />

los creyentes se les privara de todas sus dignidades y derechos civiles. Al principio, la persecución se limitó a esto. Pero<br />

pronto fue recrudeciendo porque muchos de los fieles se negaban a entregar los libros sagrados, y entonces se les torturaba<br />

o se les condenaba a muerte. Además, hubo dos incendios misteriosos en el palacio imperial. Galerio acusó a los<br />

cristianos de haberlos prendido, diciendo que los incendiarios procuraban vengarse de la destrucción de sus iglesias.<br />

Algunos escritores cristianos insinúan que fue el propio Galerio quien ordenó los incendios, para luego culpar a los creyentes.<br />

En todo caso, la furia de Diocleciano no se hizo esperar, y pronto se ordenó que todos los cristianos de la corte<br />

tenían que ofrecer sacrificios ante los dioses. Prisca y Valeria sacrificaron, pero el gran chambelán Doroteo y varios otros<br />

sufrieron el martirio.<br />

En todo el resto <strong>del</strong> imperio se continuó destruyendo las iglesias y quemando los libros sagrados, excepto en los territorios<br />

que pertenecían a Constancio Cloro, quien se limitó a destruir algunas iglesias, pero no insistió en que le fueran<br />

entregados los libros.<br />

Poco después hubo algunos disturbios en diversas regiones, y Diocleciano se convenció de que los cristianos conspiraban<br />

contra él. Entonces decretó, primero, que todos los jefes de la iglesia fueran encarcelados y, después, que todos<br />

los cristianos en todo el Imperio tenían que sacrificar ante los ídolos.<br />

Así se desató la más cruenta de cuantas persecuciones sufrió la iglesia antigua. Al igual que en tiempos <strong>del</strong> emperador<br />

Decio, se hacía todo lo posible por incitar a los cristianos a abandonar su fe. Acostumbrados como estaban a la tranquilidad<br />

de las décadas anteriores, muchos cristianos sucumbieron ante las amenazas de los jueces. A los demás se les<br />

aplicaron torturas de toda suerte, y se les hizo morir en medio de los más diversos suplicios. Otros se ocultaron, muchos<br />

de ellos llevando consigo los libros sagrados. Y hasta hubo muchos que cruzaron la frontera y se refugiaron en territorio<br />

persa.<br />

En medio de todo esto, Galerio maquinaba el modo de hacerse dueño único <strong>del</strong> Imperio. En el año 304 Diocleciano<br />

enfermó gravemente y, aunque sobrevivió a su enfermedad, quedó sin embargo débil y cansado. Galerio se apresuró a ir<br />

a su lado y, primero con dulzura y después con amenazas, le obligó a abdicar. Al mismo tiempo, Galerio había reforzado<br />

su ejército, y convenció a Maximiano de que si no abdicaba él también, invadiría sus territorios y se seguiría la guerra<br />

civil. Por fin, ambos augustos abdicaron al mismo tiempo, en el año 305. Según se había estipulado anteriormente,<br />

Constancio Cloro sucedió a Maximiano, y Galerio a Diocleciano. En la elección de los dos nuevos césares, sin embargo,<br />

Galerio obligó a Diocleciano a nombrar a dos personajes ineptos, pero que le eran adictos: Severo bajo Constancio Cloro,<br />

y Maximino Daza bajo Galerio. Esta decisión no gozó <strong>del</strong> apoyo de los soldados, entre quienes eran muy populares<br />

los hijos de Constancio Cloro y de Maximiano, Constantino y Majencio respectivamente. El resultado de la ambición de<br />

Galerio fue el caos.

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