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justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1

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77<br />

vaba en un pequeño templo lo que se decía era la media capa —la “capilla” de Martín— y de aquel templecillo derivan su<br />

nombre nuestras “capillas” y nuestros “capellanes” de hoy.<br />

Poco después <strong>del</strong> incidente de Amiens, Martín recibió el bautismo, y dos años después pudo por fin abandonar el<br />

servicio militar. Entonces visitó al famoso obispo de Poitiers, Hilario, con quien estableció una amistad duradera. Después<br />

diversas tareas y vicisitudes lo llevaron a distintas partes <strong>del</strong> Imperio, hasta que por fin se estableció en las afueras<br />

de Tours, cerca de Poitiers. Allí se dedicó a la vida monástica, al tiempo que su fama crecía enormemente. Se contaba<br />

que a través de él Dios obraba grandes maravillas, y que a pesar de todo ello su humildad y su dulzura nunca lo abandonaron.<br />

Cuando quedó vacante el obispado de Tours, el pueblo quería elegir a Martín para ocuparlo. Pero algunos de los<br />

obispos presentes en el proceso de elección se oponían, diciendo que Martín era un individuo sucio, harapiento y de<br />

cabellera desordenada, que le restaría prestigio al oficio de obispo. En medio de la discusión, llegó la hora de leer las<br />

Escrituras, y el lector no aparecía por ninguna parte. Entonces uno de los presentes tomó el libro, y abriéndolo al azar,<br />

empezó a leer: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer<br />

callar al enemigo y al vengativo” (Salmo 8:2). La multitud presente tomó esta lectura como una palabra de lo Alto. Martín,<br />

el sucio y desgreñado a quien los obispos despreciaban, era el que Dios había escogido para callar a quienes se oponían<br />

a sus designios —es decir, a los obispos—. Sin más espera, Martín fue hecho obispo de la ciudad de Tours.<br />

Empero el nuevo obispo no estaba dispuesto a abandonar su retiro monástico. Junto a la catedral se hizo construir<br />

una celda donde pasaba todo el tiempo que sus labores pastorales le dejaban libre. Cuando su fama fue tal que las gentes<br />

lo importunaban demasiado, se retiró a un monasterio que fundó en las afueras de la ciudad, y desde el cual visitaba<br />

a sus feligreses.<br />

Cuando Martín murió eran muchos los que lo tenían por santo, y su fama y su ejemplo llevaron a muchos a pensar<br />

que un verdadero obispo debía ser como Martín. Así el movimiento monástico, que en sus orígenes tuvo mucho de protesta<br />

contra la mundanalidad y el boato de muchos obispos, a la larga dejó su sello sobre [Vol. 1, Page 162] el ideal<br />

mismo <strong>del</strong> episcopado. Durante siglos —y en algunos casos hasta nuestros días— se pensaría que un verdadero pastor<br />

debe aproximarse tanto como sea posible al ideal monástico. Pero nótese también que en este proceso ese mismo ideal<br />

cambió de tono, pues mientras los primeros monjes huyeron al desierto en pos de su propia salvación, con el correr de<br />

los años —y especialmente en el Occidente— el monaquismo sería, más que un medio por el que se buscaba la propia<br />

salvación, un instrumento para la obra misionera y caritativa de la iglesia.<br />

[Vol. 1, Page 163] La reacción cismática:<br />

el donatismo 16<br />

Lo que se debate entre los donatistas y nosotros es dónde está este cuerpo de<br />

Cristo que es la iglesia. ¿Hemos de buscar la respuesta en nuestras propias palabras,<br />

o en las de la cabeza <strong>del</strong> cuerpo, nuestro Señor Jesucristo?<br />

Agustín de Hipona<br />

Domo señalamos en el capítulo anterior, no todos los cristianos se sentían satisfechos con el nuevo estado de cosas que<br />

resultaba de la política religiosa de Constantino. Pero, mientras los monjes sencillamente se retiraron al desierto sin romper<br />

sus lazos con la iglesia, hubo muchos otros que sencillamente declararon que el resto de la iglesia se había corrompido,<br />

y que ellos eran la verdadera iglesia. De los muchos grupos que adoptaron esta actitud, el más numeroso y duradero<br />

fue el donatismo.<br />

El donatismo surgió de una cuestión escabrosa con la que ya nos hemos topado en la Primera Sección de esta <strong>historia</strong>.<br />

Se trata de la cuestión de los caídos. Después de cada período de persecución violenta, la iglesia tenía que enfrentarse<br />

a la cuestión de qué hacer con los que habían sucumbido ante las amenazas o las órdenes de las autoridades, y<br />

ahora pedían ser restaurados a la comunión de la iglesia. En el siglo tercero, esto produjo en Roma el cisma de Novaciano,<br />

y en Cartago —en el norte de Africa— Cipriano tuvo que defender su autoridad como obispo frente a quienes sostenían<br />

que eran los confesores quienes tenían el derecho de readmitir a los caídos. Ahora, en el siglo IV, la cuestión<br />

cobró particular importancia en la misma región.<br />

Allí la gran persecución había sido más violenta, y producido más apóstatas, que en cualquiera otra parte <strong>del</strong> Imperio.<br />

Obispos hubo que entregaron a las autoridades sus copias de las Escrituras, para evitar mayores calamidades sobre<br />

sus congregaciones. Otros entregaron libros heréticos, haciéndoles creer a las autoridades que se trataba de las Escritu-

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