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cunstancias, era necesario interpretar la Regla menos literalmente, de modo que la orden pudiera llevar a cabo su ministerio<br />

al hacer uso de las propiedades que le fueran donadas. En el 1230, el papa Gregorio IX declaró que el testamento<br />

de San Francisco no tenía valor de ley sobre los franciscanos, quienes por tanto podían pedirle a Roma que modificase<br />

la ley de pobreza. En el 1245, Inocencio IV acudió al subterfugio de declarar que todas las propiedades en cuestión pertenecían<br />

a la Santa Sede, aunque los franciscanos disfrutaban de su uso. A la postre aun esa ficción fue abandonada, y<br />

la orden <strong>del</strong> Pobrecillo de Asís comenzó a tener vastas propiedades.<br />

En el entretanto, el partido de los rigoristas adoptó posiciones cada vez más extremas. Para ellos, lo que estaba teniendo<br />

lugar era una gran traición. Pronto algunos de entre ellos adoptaron las ideas de Joaquín de Fiore, y las aplicaron<br />

a su situación.<br />

Joaquín de Fiore, monje cisterciense de la generación anterior a San Francisco, había propuesto un esquema de la<br />

<strong>historia</strong> que, según él, se basaba en la Biblia. Este esquema consistía en tres etapas sucesivas: la <strong>del</strong> Padre, la <strong>del</strong> Hijo,<br />

y la <strong>del</strong> Espíritu Santo. La era <strong>del</strong> Padre, que va desde Adán hasta Cristo, duró cuarenta y dos generaciones. Luego,<br />

puesto que Dios ama el orden y la simetría, la edad <strong>del</strong> [Vol. 1, Page 420] Hijo ha de durar también cuarenta y dos generaciones.<br />

Y, puesto que en el Nuevo Testamento se perfecciona la obra de Dios, esas generaciones han de ser todas<br />

iguales. Contando a base de treinta años por generación, Joaquín llegaba a la fecha <strong>del</strong> 1260 como el momento el que<br />

terminaría la edad <strong>del</strong> Hijo y se inauguraría la <strong>del</strong> Espíritu. En esa nueva edad, la vida religiosa llegaría a su culminación.<br />

Ahora bien, en cada edad Dios ha levantado heraldos de la era por venir. En la edad de Cristo, los que señalan hacia<br />

la época <strong>del</strong> Espíritu Santo son los monjes, cuya pobreza y castidad les dan un nivel de vida más espiritual que el <strong>del</strong><br />

común de la gente, o aun de los dirigentes eclesiásticos.<br />

Algunos de los franciscanos rigoristas abrazaron estas ideas. Se acercaba el año 1260. Los altos ideales franciscanos<br />

parecían negarse a cada momento, tanto por los franciscanos moderados como por el papa y el resto de la jerarquía<br />

eclesiástica. Luego, a fin de mantener vivos esos ideales, los rigoristas adoptaron el esquema de Joaquín, que les daba<br />

la esperanza de estar viviendo en los últimos tiempos de dificultades, poco antes de la alborada de un nuevo día cuando<br />

sus ideales serían reafirmados.<br />

Con el nombre de “espirituales”, aquellos franciscanos comenzaron a predicar las doctrinas de Joaquín de Fiore. Esto<br />

conllevaba la aseveración de que el papa, el resto de la iglesia, y hasta los demás franciscanos, eran creyentes de<br />

nivel inferior, que se quedaban en la “edad de Cristo”, mientras que ellos, los espirituales, eran la “iglesia <strong>del</strong> Espíritu<br />

Santo”. Uno de los propulsores de tales ideas era el ministro general de la orden, Juan de Parma, y por algún tiempo<br />

pareció que el franciscanismo seguiría la ruta de los valdenses, y rompería toda comunión con el resto de la iglesia. Pero<br />

el próximo ministro general de la orden, San Buenaventura, logró combinar un espíritu místico semejante al de San<br />

Francisco con la más estricta ortodoxia, y de ese modo la mayoría de los franciscanos se reconcilió con la jerarquía eclesiástica.<br />

Juan de Parma y sus principales seguidores fueron recluidos en conventos, pero aparte de esto no se les persiguió<br />

mientras Buenaventura vivió. Después de su muerte, hubo un nuevo brote de los “espirituales”, quienes fueron perseguidos<br />

hasta que desaparecieron.<br />

Uno de los más altos ideales de la época que estamos estudiando fue el de una pobreza absoluta, a imitación <strong>del</strong><br />

Señor quien no tenía “dónde reclinar la cabeza”. Nadie encarnó aquel ideal como lo hizo San Francisco. Pero a la postre<br />

los seguidores <strong>del</strong> Pobrecillo de Asís se pelearon a causa de sus riquezas, los discípulos <strong>del</strong> Santo que amaba a “la<br />

hermana agua” y “el hermano lobo” acabaron por insultar, atacar y perseguir a sus hermanos de religión. Como Inocencio<br />

bien había visto, los ideales <strong>del</strong> Pobrecillo eran demasiado altos para la realidad humana.<br />

[Vol. 1, Page 421] La actividad<br />

teológica 41<br />

No pretendo, Señor, penetrar tu profundidad, porque mi intelecto no se puede<br />

comparar con ella. Lo que deseo es entender, siquiera imperfectamente, tu verdad.<br />

Esa es la verdad que mi corazón cree y ama. No trato de comprender para<br />

creer, sino que creo y por ello puedo llegar a comprender.<br />

Anselmo de Canterbury<br />

Los grandes ideales de los siglos XI al XIII no se limitaron a las reformas monásticas de los cluniacenses, cistercienses y<br />

mendicantes, ni a las reformas de papas tales como Hildebrando, o a los sueños acerca de la Nueva Jerusalén de Pedro<br />

el Ermitaño y sus seguidores. También hubo quienes, en monasterios, escuelas catedralicias y universidades, soñaron

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