justo-l-gonzalez-historia-del-cristianismo-tomo-1
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to. Y lo que hacían los papas lo imitaban los obispos y arzobispos. El absentismo, es decir, el ocupar un cargo y residir<br />
en otro lugar, se hizo cada vez más común entre gentes a quienes no inspiraba un sentido de vocación. Y muchos gozaban<br />
a la vez de varios cargos eclesiásticos, sin cumplir las obligaciones de ninguno —pluralismo.<br />
La estrecha alianza entre el papado y los intereses franceses, unida al creciente sentimiento nacionalista, contribuyeron<br />
a enemistar a buena parte de Europa con los papas. Puesto que era la época de la Guerra de los Cien Años, Inglaterra<br />
y los emperadores alemanes se separaron cada vez más <strong>del</strong> papado, que parecía servir los intereses de sus enemigos<br />
Francia y Escocia.<br />
En consecuencia, cada vez cobró mayor auge la teoría de que el estado tenía una autoridad independiente de la <strong>del</strong><br />
papa. En Alemania, por ejemplo, el emperador Luis de Baviera trató de fortalecer su posición frente a Juan XXII apoyando<br />
a Marsilio de Padua y a Guillermo de Occam, dos pensadores que se dedicaron a sostener esa teoría. Al igual que<br />
Dante unos pocos años antes, ambos sostenían que la autoridad secular venía directamente de Dios, y no a través <strong>del</strong><br />
Papa. Además, Marsilio señalaba que, de igual modo que Cristo y los apóstoles fueron pobres y se sometieron a la autoridad<br />
secular, así también los prelados han de ser pobres, sin recibir más que lo que el estado decida darles, y que han<br />
de someterse al estado. Por su parte Occam declaraba que el papado no era necesario para la iglesia, que consistía en<br />
el conjunto de los fieles, y que por tanto podía regirse de otro modo.[Vol. 1, Page 488]<br />
Todo esto, así como el modo en que fue acogida la predicación de Catalina de Siena y de muchos otros como ella,<br />
nos da a entender que había un sentimiento profundo de insatisfacción con la iglesia y sus dirigentes. A través de todo el<br />
período que estudiamos veremos que, al tiempo que la estructura eclesiástica parece hundirse cada vez más, van surgiendo<br />
numerosos movimientos reformadores. Unos trataban de reformar la iglesia a partir <strong>del</strong> papado. Otros tenían<br />
intereses más locales. Algunos centraban su atención sobre la vida privada y la experiencia mística. Unos pretendían<br />
reformar tanto las costumbres como la teología de la época, mientras otros se contentaban con llamar a las gentes a una<br />
nueva dedicación. Fue una época en que las tristes realidades dieron lugar a muchos y muy nobles sueños. Pero fue<br />
también una poca en la que casi todos esos sueños quedaron frustrados.<br />
[Vol. 1, Page 489] El Gran Cisma<br />
de Occidente 46<br />
Debido al peligro y las amenazas <strong>del</strong> pueblo fue entronizado y coronado, y se<br />
llamó papa y apostólico. Pero según los santos padres y la ley eclesiástica debería<br />
ser llamado apóstata, anatema, anticristo y burlador y destructor de la fe.<br />
Cónclave rebelde contra Urbano VI<br />
El sueño de Catalina de Siena parecía haberse cumplido cuando Gregorio XI llevó el papado de regreso a Roma. Pero<br />
las condiciones políticas que habían dado lugar a la “cautividad babilónica de la iglesia” no habían desaparecido. Pronto<br />
las dificultades fueron tales que Gregorio llegó a considerar la posibilidad de regresar a Aviñón, y probablemente lo<br />
hubiera hecho de no haber sido porque la muerte lo sorprendió. Fue entonces que el sueño de Catalina se volvió una<br />
pesadilla aún peor que la <strong>del</strong> papado de Aviñón.<br />
Al quedar vacante la sede pontificia, el pueblo romano temió que el nuevo papa decidiera regresar a Aviñón, o al<br />
menos que fuese un juguete en manos de los intereses franceses, como lo habían sido tantos de sus predecesores más<br />
recientes. Estos temores no eran infundados, pues los cardenales franceses eran muchos más que los italianos, y varios<br />
de ellos habían dado muestras de preferir a Aviñón por encima de Roma. Lo que el pueblo temía era que los cardenales<br />
huyeran y que, una vez a salvo, se reunieran en otro lugar, posiblemente bajo el ala <strong>del</strong> rey de Francia, y eligieran un<br />
papa francés y dispuesto a residir en Aviñón. Por esa razón, el pueblo se amotinó e impidió la huida de los cardenales. El<br />
sitio en que el cónclave debía reunirse fue invadido por turbas armadas, que sólo pudieron ser desalojadas tras permitirles<br />
registrar todo el edificio para asegurarse de que los cardenales no podían escapar. Mientras todo esto sucedía, el<br />
pueblo daba gritos, exigiendo que se nombrase un papa romano, o al menos italiano.<br />
En tales circunstancias, las <strong>del</strong>iberaciones <strong>del</strong> cónclave se hicieron harto difíciles. Los cardenales franceses, que de<br />
otro modo hubieran podido dominar la [Vol. 1, Page 490] elección, estaban divididos, pues el nepotismo de los papas<br />
anteriores había tenido por resultado el nombramiento de un buen número de cardenales procedentes de la diócesis de<br />
Limoges. Estos estaban decididos a hacer elegir uno de entre ellos, y el resto de los franceses estaba decidido a evitarlo.<br />
Entre los italianos, el más poderoso era Jacobo Orsini, quien aspiraba a ceñirse la tiara papal, y posiblemente alentaba el<br />
motín popular.